Monterrey, N. L. (www.pastoralsiglo21.org) 15 de agosto del 2017.- Durante la homilía de la misa de ordenaciones sacerdotales hoy en la Basílica de Guadalupe, Mons. Rogelio Cabrera López, Arzobispo de Monterrey, pidió a los nuevos sacerdotes que sean humildes, pues la humillación, que es derrota para el mundo, es triunfo para el cristiano.
Al empezar, Mons. Rogelio nombró a cada uno de los neosacerdotes y les dijo que hoy se les iba a compartir la gracia del Espíritu Santo, “porque en la Iglesia hay una tradición en la que nosotros entregamos lo que hemos recibido, que es el Espíritu Santo, para compartir con el pueblo la múltiple gracia de Dios, y qué mejor que hacerlo en la Fiesta de la Asunción de María, que se hace presente en la vocación y la misión de la iglesia”.
María es llevada al cielo, esa es la misión sacerdotal, agregó, llevar al pueblo de Dios al cielo por gracia de Dios.
“Toda la misión de la Iglesia tiene ese objetivo: llevar a los hombres y mujeres al cielo. En el Apocalipsis, podemos ver la hermosa visión que tuvo Juan: el combate de la fe. Dice que se abrió el templo de Dios en el cielo y vio el Arca de la Alianza y el apóstol contempla el combate de la mujer y el dragón, la Iglesia y el mundo.
“El combate es posible gracias a Dios, en el centro está la Torá, la Palabra, que marca la vida del pueblo y de la Iglesia. Tenemos la seguridad de la victoria. Parece que la Iglesia pierde. Según el mundo, el martirio es una pérdida, pero según Dios es una victoria”.
El crucificado, quien parece haber perdido la batalla, es quien con su resurrección ha vencido y con Él se alegra el cielo y la tierra, dijo. La Iglesia tiene que aprender que la victoria es el camino de la humillación y del martirio. El camino de la misión, del combate, es la humildad y la humillación.
El Señor quiere sacerdotes humildes que puedan mirar al otro como superior a ellos mismos, expresó. Este camino de la humildad, del martirio, es el camino de la evangelización.
“Los quiere Dios entregando su vida en las manos de la Iglesia, pues solo cuando hay humildad se puede obedecer la voluntad de Dios y de la Iglesia. La única manera de que la Iglesia venza al dragón es anunciar su Palabra. Predicar en la asamblea la Palabra del Señor porque el pueblo de Dios cree en base a oír la predicación”.
“Compartirán la gracia de los sacramentos, y de forma especial la Eucaristía, que es la que más nos identifica con Cristo. Cada vez que la celebren lo tendrán todo: el banquete, el sacrificio de Dios, la presencia de Cristo”.
Les asignó una tarea muy importante: cuidar a los más pobres, acogerlos, a los más necesitados, a los últimos, a los despreciados, a los que no embonan con la moral de la Iglesia.
“A ellos hay que atender, querer y respetar”, dijo.
El bien tiene la última palabra, Cristo la tiene y hay que estar confiados en Él. Es un combate, es una guerra, pero nosotros no peleamos contra la gente, sino contra el maligno, y eso no se puede ver sin la gracia de Dios y la intervención de la Virgen María.
Finalmente les dijo: “Todos vamos a pedir por ustedes para que puedan pedir por nosotros”.
Por Rocío Díaz