Ciudad del Vaticano (www.pastoralsiglo21.org) 30 de agosto del 2017.- Una reflexión sobre la memoria de la vocación como el recuerdo que marca la vida, fue lo que ofreció el Papa Francisco durante su catequesis de la Audiencia General de este miércoles.
Dijo que esa experiencia quedó tan marcada en los apóstoles que incluso el evangelista Juan narra el episodio como un nítido recuerdo de juventud “Era alrededor de las cuatro de la tarde”.
Jesús se aparece en los evangelios como un experto del corazón humano, agregó, como un incendiario de corazones, busca emerger en el otro el deseo de vida y de felicidad al preguntarles: “¿qué buscas?”.
“La vocación de Juan y de Andrés comienza así: es el inicio de una amistad con Jesús tan fuerte que impone una comunión de vida y de pasiones con Él. Los dos discípulos comienzan a estar con Jesús y enseguida se transforman en misioneros, porque cuando termina el encuentro no regresan a casa tranquilos, tan es así que sus respectivos hermanos –Simón y Santiago– son enseguida incluidos en el seguimiento. Fueron donde estaban ellos y les han dicho: ‘¡Hemos encontrado al Mesías, hemos encontrado a un gran profeta!’, dan la noticia. Son misioneros de ese encuentro. Fue un encuentro tan conmovedor, tan feliz que los discípulos recordaran por siempre ese día que iluminó y orientó su juventud”, expresó.
La propia vocación se descubre de varios modos, pero lo primero es la alegría del encuentro con Jesús. Matrimonio, vida consagrada, sacerdocio, cada vocación verdadera inicia con un encuentro jubiloso con Jesús y conduce a un encuentro más pleno.
El Señor no quiere hombres y mujeres que caminan detrás de Él de mala gana, dijo, quiere personas que han experimentado que estar con Él nos da una felicidad inmensa que puede renovar la vida. Un discípulo triste no evangeliza, se necesita ver en sus ojos el brillo de la verdadera felicidad.
Pidió no escuchar a personas desilusionadas e infelices; “no confiemos en quien apaga desde el inicio todo entusiasmo diciendo que ningún proyecto vale el sacrificio de toda una vida; no escuchemos a los “viejos” de corazón que sofocan la euforia juvenil. Vayamos donde los viejos que tienen los ojos brillantes de esperanza. Cultivemos en cambio, sanas utopías: Dios nos quiere capaces de soñar como Él y con Él, mientras caminamos bien atentos a la realidad. Soñar en un mundo diferente. Y si un sueño se apaga, volver a soñarlo de nuevo, recurriendo con esperanza a la memoria de los orígenes, a esas brasas que, tal vez después de una vida no tan buena, están escondidas bajo las cenizas del primer encuentro con Jesús”.
Equipo Editorial de Pastoral Siglo XXI