Misa de ordenaciones OFM
Sábado 18 de agosto de 2018
Queridas hermanas, hermanos; hermanos sacerdotes, hermanos diáconos, hermanos diáconos que serán ordenados sacerdotes.
Todos nosotros, aquí presentes, sabemos que no bastarían las horas, días y noches para mirar todos los aspectos de este bello ministerio que nos regala Jesús, por eso, solo quiero subrayar tres de ellos, que la Palabra pone de manera resaltada.
Primero: estamos llamados a ser ministros en el espíritu, primero con “E” mayúscula, es decir, bajo la guía del Espíritu Santo, también con “e” minúscula, es decir con vida espiritual. Llamados a ser ministros del Espíritu Santo, cuando un sacerdote está lleno del Espíritu Santo, puede ver todo de modo distinto, puede realizar su ministerio de modo libre, de modo grandioso.
Es lo que hoy nos decía el Señor a través del profeta Isaías, cuando alguien camina a la luz de Espíritu Santo, tendrá el celo para ir muy lejos, para anunciar el Evangelio a los pobre a todos aquellos que necesitan de Dios. Pero hay que tener el Espíritu Santo, la fuerza y dinamismo que nos empuje como a Jesús, repetirá San Lucas con insistencia, “fue empujado por el Espíritu”, porque uno tiende, de manera natural, a quedarse de brazos cruzados, en cambio, el que vive espiritualmente podrá siempre ir muy lejos.
El segundo rasgo que escuché de parte del apóstol San Pedro, sean testigos de los sufrimientos y de la gloria de Cristo, parte central de nuestra vida sacerdotal, sean testigos, testigos de los sufrimiento y de la gloria de Cristo. Ustedes pertenecen a la orden franciscana, siempre tienen como ejemplo a San Francisco, testigo de los sufrimientos de Cristo, no solo de palabra sino también de manera viva en su propio cuerpo.
Cuando asumes para tu vida, para tu persona, todo lo que te ocurre y todo lo que le pasa a los que conviven contigo, eres testigo de que los sufrimientos no destruyen, sino que nos ponen siempre en el camino de la vida y de la resurrección. Si ustedes asumen sus propios problemas desde Cristo, podrán darle la mano a los demás para que también asuman su propia vida carguen su propia cruz, el pueblo tiene un olfato especial, sabe cuando le hablamos de palabras o desde la experiencia.
Nosotros sacerdotes, aunque gozamos de muchas gracias de parte de Dios, aunque tenemos una comunidad que siempre nos cuida y nos ampara, también tenemos que enfrentar los sufrimientos de la vida, somos testigos de los sufrimientos y de la gloria del Señor.
Pero también hoy el Señor, a través del evangelio de san Mateo, nos recordó otro rasgo de nuestro ministerio, somos misioneros, hemos sido enviados por el Señor a predicar la Palabra, que otros se unan en el seguimiento de Cristo.
A través del bautismo, podemos sellar con el amor de la Santísima Trinidad, el mayor amor a Dios. Estamos llamados a salir a decirles a los demás, qué grande y qué bello es el amor de Dios.
Estos tres rasgos de su ministerio sacerdotal, lo harán desde la experiencia franciscana, desde la experiencia de los tres votos, pobreza, castidad y obediencia, siempre de modo muy privilegiado.
Porque la Iglesia pidió que algunos siguieran de manera especial los consejos evangélicos, para que el pueblo mirara al cielo. Los votos no son un límite o si son un límite lo son para lo ilimitado, para que alcancen metas mayores, lleven una vida plena. El Señor les pide ordenar su vida a través de una vida casta, una vida pobre, una vida obediente.
Es ir a contra corriente de lo que ocurre en nuestra sociedad, donde hay realidades que se levantan y nos subyugan: el atractivo sexual, las luchas de poder, siempre están cerca de nosotros, por eso es una gracia especial tener estos tres votos.
En este momento, una mayor exigencia para nosotros los sacerdotes, porque el pueblo de Dios, la gente, se desanima si ve que no vivimos conforme al Evangelio porque los votos son para vivir evangélicamente para seguir los pasos de Jesús, para superar todo aquello que daña, que no nos deja ser libres plenamente.
Pero hay también una comunidad que nos ayuda a vivir esos ideales que los convierten en realidad en la vida cotidiana.
Hermanos a punto de ser presbíteros, el Señor pone ante ustedes grandes desafíos, pero hay una comunidad que los ama, una Iglesia que los protege, porque ustedes serán siempre ministros con el Espíritu Santo, que les permitirá ser testigos de los sufrimientos de Cristo y de la gloria de Cristo, para ser misioneros.
Este es el desafío, alegre, retador, pero también, entusiasmante, Dios lo auxilie como lo ha hecho desde que hicieron los votos de vida consagrada, desde que recibieron el sacramento del diaconado y ahora el Señor les confía el ministerio sacerdotal para entregar la gracia al pueblo de Dios, para darle el perdón para darle el alimento que necesita, para estar siempre con el pueblo de Dios.
El Señor los bendiga y cuenten siempre con el amor de Cristo, de la Iglesia y la protección de la santísima virgen.