Misa para pedir por las causas difíciles, parroquia Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, col. Martínez, Monterrey – 2 de julio 2017
Estimadas hermanas y hermanos, quiero agradecerles la invitación a esta Iglesia para que oremos juntos por nuestras necesidades y las presentemos a Dios con mucha confianza. La oración de esta mañana dominical nos habla de nuestra adopción filial, es decir, somos hijos de Dios. En ese sentimiento de hijos le presentamos a Dios nuestras plegarias. Confiamos en el amor de Dios y nos disponemos a aceptar siempre su voluntad. Como un hijo le habla a su papá, así también nosotros le decimos a Él nuestras necesidades y Dios sabrá el momento oportuno. La única certeza que llevamos en nuestro corazón es que nada queda sin recompensa.
Hacemos esta oración con espíritu fraterno. Jesús nos prometió que, si dos o más se reúnen su nombre, Él hará lo que se le pida. En esta Iglesia somos más de dos, somos muchos que representamos la Iglesia de Monterrey. Queremos poner en este altar, no solo la petición de cada uno, sino también queremos orar por todas las necesidades que nuestros hermanos tienen en la Iglesia diocesana. Todos lo hacemos poniéndonos en las manos de nuestra Madre, la Virgen María. Y esta certeza del amor de Dios nos reúne esta mañana con mucha esperanza y alegría que regala el Espíritu Santo.
En esta mañana dominical hemos oído la Palabra de Dios proclamada en todo el orbe católico. Todos han escuchado esta historia de Eliseo, el aliento del apóstol Pablo y el santo Evangelio. Evangelio en el que Jesús nos invita a seguirlo. Hay que tomar la cruz y seguirlo. Nosotros tenemos preocupaciones, pero no podemos sentirnos derrotados, tenemos que seguir adelante. El caminar, el despertar, mirándolo a Él, seguramente traerá el alivio que tiene el abrazar la cruz de Cristo.
El Señor también nos ha invitado a recibirlo: “El que recibe a uno de ustedes a mí me recibe, y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado”. En esta Eucaristía venimos a recibir, venimos a dar, como es siempre todo momento eucarístico en el que se vive esta reciprocidad en la que Dios nos regala de manera inigualable y también nosotros le regresamos lo poquito que podemos hacer. Lo que le regresamos a Dios es el sentimiento de gratuidad. En la Eucaristía aprendemos a decirle a Dios “muchas gracias”. Gracias por lo que eres, gracias por lo que haces por mí, gracias por ser mi Padre, por mirarme con benevolencia. A eso hemos venido aquí, a mirar a Dios a dejarnos mirar por Él; a mirar a la Virgen, y a ponernos ante ella para que nos guíe con afecto y cariño.
Hoy el Señor ha dicho que “hasta un vaso de agua fría regalado al más pequeño, no quedará sin recompensa”. Todo el que viene a mirar a María, que viene a escuchar a Jesús, que viene a mirar el amor del Padre y se deja conducir por el Espíritu, siempre será confortado su corazón. A eso hemos venido, dejarnos transformar por la Palabra del Señor, a vivir en fraternidad divina, pero también a vivir esa fraternidad de unos con otros. Por eso la oración de cada uno es la oración por los demás. No queremos ser egoístas.
Jesús nos ha dicho: si dos o tres se ponen de acuerdo y piden, yo lo concederé. Hay un acuerdo de todos los que estamos en esta Eucaristía, un acuerdo sincero y sencillo de que Dios nos puede ayudar en las necesidades comunes y en las especiales de cada uno. Estamos seguros de que esta vigilia, esta mañana, no quedará sin recompensa, nos sorprenderá como siempre lo hace, pero hay que pedirlo con confianza, con seguridad. No dejen un solo espacio de inseguridad, pónganse en la confianza total de Dios. Porque Dios ama al que le pide con insistencia, Dios regala su amor al que lo solicita.
Hermanas y hermanos, que esta mañana dominical de resurrección el Señor llegue a nuestro corazón y que salgamos aliviados en nuestro interior, llenos de esperanza, que aquellos problemas, que sabemos que no dependen solo de nuestra voluntad sino de la acción divina, seguramente serán resueltos. Confíen en Dios, amen a Dios, estén de acuerdo con Él, sean sumisos y obedientes a su voluntad, que Él, por la intercesión de la Virgen María, nos asistirá. Ámenlo, hermanos, que Dios nos quiere mucho porque nos ha dado una Madre amorosa que, seguramente, nos ayudará en nuestras dificultades y en la de todos nuestros hermanos que viven en esta Iglesia de Monterrey.
Hoy toda la Iglesia de Monterrey está concentrada en esta Iglesia parroquial. Decía, sabiamente, san Ignacio de Antioquía: donde está el obispo, está la Iglesia. Estoy con ustedes y ustedes están conmigo, y de esta manera nos ponemos en la voluntad de Dios. ¡Ánimo! que tenemos un Padre amoroso y una Madre cariñosa. Que el Señor los bendiga a todos.