Visita a Centro de Reinserción Social Femenil Monterrey / Fiesta San Maximiliano María Kolbe / 14 de agosto del 2017
Hermanos y hermanas aquí presentes:
Hoy nos acompañan los seminaristas que el próximo 9 de septiembre serán ordenados diáconos. Quiero que ellos hagan suya esta tarea de acompañarlas y de transmitir el mensaje de salvación. Así, estaremos llevando a cabo la invitación del Señor de visitar a quien está encerrado (cfr. Mt 25, 36). Lo hacemos con disposición y conciencia de nuestro deber. Un diácono es un servidor. Antes de ser presbítero, somos servidores.
La Palabra que escuchamos hoy nos hace mucho bien. En el libro del Deuteronomio, el Señor nos enseña que debemos temer a Dios (cfr. Dt. 10, 12). No hay que confundir. El temor equivale al respeto. Respetamos a Dios como quien respeta a sus padres, maestros y autoridades. El respeto a Dios nos ayuda a distinguir lo que está bien y lo que está mal. Aprendemos a hacerle caso a Dios. Eso es respetarlo. A veces estamos muy enojados y es necesario un poco de claridad en el corazón y la mente para que no se nos pase la mano.
En el Antiguo Testamento se nos enseña la ley del talión, la ley de proporcionalidad, es decir, si alguien te pega, devuélvesela. Jesús nos dice que no se vale vengarse, porque no terminamos y se va agravando el problema hasta que alguien pone alto. Las cosas son de otro modo. Sabemos que no tenemos sangre de atole, pero, si tenemos a Dios, podemos tener freno.
El Evangelio nos enseña que Jesús la pasó mal, lo metieron al bote, lo trataron como criminal y lo condenaron a muerte (cfr. Mt. 17, 22-27). Presentía que ocurriría eso porque sabía que no todos estaban de acuerdo con él. Jesús aceptó que lo mataran como extraño, como extranjero, sin tomarlo como parte de ellos.
Cada una de ustedes tiene una historia particular. Quiero que les vaya muy bien a todas ustedes, para esto, hagan lo que les corresponde. Nosotros somos parte de ustedes. Con el respeto que merecen las autoridades, nuestro papel es interceder para que sean tratadas con dignidad.
Las encomendamos a san Maximiliano María Kolbe, quien, en tiempos del nazismo cuando había persecución a judíos y sacerdotes, hizo un acto muy grande, se sacrificó por una persona a quien iban a condenar a muerte. La Iglesia lo declaró santo por su modelo de vida, modelo para nosotros los sacerdotes. Antes de pensar en él mismo, pensó primero en el otro. En eso consiste la santidad, en pensar en el otro. Récenle a él. Él supo lo que es estar encerrado. Pídanle a Jesús más fe.
Dios las bendiga. Por favor, cuando vean a su familia, envíenles un saludo de mi parte. Que sigan bien y que Dios las fortalezca.