Misa de los fieles difuntos / Panteón del Roble / 2 de noviembre del 2017
Hermanas y hermanos: esta celebración es una bendición en favor de los hermanos difuntos. ¿Por qué digo esto? Porque nos permite recordar esta realidad que no podemos hacer a un lado: que nos morimos. Estamos rodeados de un ambiente en el que tenemos a nuestros ojos esa realidad y esa verdad.
Antes que nosotros, vivieron estos hermanos en el mundo y el Señor ya los llamó. Ellos y nosotros estamos de paso. Y en esta historia que nos regala el Señor, sin olvidar que tiene un final, la Palabra de Dios nos ayuda a vivir, primero que todo, con realismo, pero, sobre todo, con esperanza.
Los más grandes de edad sabemos que el tiempo se acorta. Los más jóvenes piensan que falta mucho. Pero nadie sabe ni el día ni la hora. El Señor es dueño de nuestra vida. Él sabe a qué hora y qué día le toca a cada uno. Pero mientras eso ocurre, Cristo nos dió una recomendación antes de morir: estén vigilantes y hagan oración (cfr. Mt 26, 38). Estén vigilantes, despiertos, con la realidad en la mirada y en el corazón, y hagan mucha oración.
Dice la Escritura, en uno de los libros de los Macabeos, “orar por los difuntos es una cosa santa” (cfr. 2 Mac 12, 45), nos santifica. Queremos aprovechar los días, los años que Dios nos regale cumpliendo su voluntad, que Cristo la ha expresado en el Evangelio.
¿Para qué está el hombre en el mundo? Para amarlo en esta vida y gozarlo en la otra. El Señor nos ha encomendado amarnos, pero Él sabe que nuestro corazón es pobre y egoísta, que nuestro corazón no es amable, que tiene que ser moldeado por Él, que tenemos que ser educados para perdonar y amar.
En el Evangelio Él hablaba del examen final (Cfr. Mt 25, 31-46), de que nos juzgará de haber tenido compasión con los hermanos: tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve en la cárcel y me visitaste. Son las obras de misericordia en las que debemos que ser siempre muy sensibles. No podemos pasar la vida solo mirándonos a nosotros mismos, sino compartiendo Él el dolor de nuestros hermanos. Esta es la tarea que el Señor nos encomienda el Señor.
No nos juzgará según nuestros pecados sino según su misericordia. Debemos pedir perdón, tener la mejor intención: “tú me has pedido esto y no puedo, pero tu gracia es mayor que mis pecados”.
Este día de los difuntos es un día para recordar, para tener memoria de las personas que se han ido antes que nosotros. Todos tenemos un familiar que ha fallecido. Es un momento de recordar con cariño, con oración, sabiendo que Dios es misericordioso con nosotros.
Al mismo tiempo, debemos ser agradecidos. Los mexicanos nunca hablamos mal de los difuntos, hacemos lo posible de hablar cosas buenas, “a pesar de todo quería ser bueno”. Ese sentimiento agradecido y bondadoso debe permanecer en nuestro corazón, porque es lo que nos permite orar por los que antes vivieron. Agradecemos a Dios el cariño que recibimos de ellos.
Recordar y agradecer, pero también, perdonar. Porque, si Dios nos perdona, nosotros debemos perdonar. Jesús dijo: perdónalos porque no saben lo que hacen (cfr. Lc 23, 34). Cristo murió sin tener ningún enemigo. Por supuesto, lo miraban como enemigo, pero Él no tenía enemigos. Dice Él: ustedes son mis amigos (cfr. Jn 15, 14). Ese es el corazón de quien sabe perdonar. Dice san Pablo, “que no te sorprenda la noche enojado con tu hermano” (cfr. Ef 4, 26).
Pidamos la gracia de Dios, porque para perdonar se requiere la ayuda del Espíritu Santo, la ayuda del Señor. Si nos lastimaron fuerte, el Señor nos ayuda a perdonar. Este día, es un día de orar, recordar, perdonar y agradecer.
Tenemos miedo a morir, ninguno escapa de ese temor. Jesús dice que tenía mucho miedo en su lecho de muerte, (cfr. (Mt 26, 38) porque compartió con nosotros la dureza de pasar de este mundo a la casa de su Padre. Él se compadeció y compartió ese miedo.
Tenemos que orar unos por otros. Recen por mí para que no tengan miedo, rezo por ustedes para que no tenga miedo. Tengamos esperanza que Dios nos ama, que Dios nos salvará, que pecamos y hacemos cosas no buenas, pero su amor y misericordia nos fortalecerá para dar un pasito en el bien.
Pidamos la gracia al Señor. Pidámosle: “enséñanos a perdonar, queremos encontrarnos contigo con las manos más limpias posibles. Pero si no están limpias, dános la gracia y el perdón”. Necesitamos esperanza y necesitamos fe. Sigamos este momento de oración.