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Trabajemos por el bien de los pobres y recibiremos el gozo del Cielo

Jornada mundial del pobre / Parroquia san Judas Tadeo, Juárez, N.L. / 19 de noviembre del 2017

Estimados hermanos y hermanas: he venido a celebrar con ustedes la santa Eucaristía con motivo de apenas pasadas tres semanas de la fiesta de San Judas Tadeo. Procuro, alrededor de la fiesta, el 28 de octubre, visitar las parroquias que están dedicadas a él, porque yo también le tengo devoción.

Con ustedes comparto las mismas necesidades, la urgencia de que Dios asista en las necesidades de este pueblo a mí encomendado. También vengo a cumplir con un mandato que el Santo Padre Francisco nos ha dado a los Obispos del mundo celebrar la jornada mundial de los pobres.

Es decir, animar a los fieles católicos a pedirle a Dios para que nuestro mundo sea cada vez más bueno y justo, que todas las personas tengan la oportunidad de desarrollarse. Que el Señor les conceda la gracia, la decisión, de buscar el camino mejor para su propio desarrollo, sabiendo que luchamos, no solo por el pan material de cada día, sino también por el Pan del Cielo.

Quiero animarlos a que aprovechen todas las capacidades que Dios les ha dado, pero también a que, corresponsablemente, ayuden a los demás a vivir dignamente. Cada uno sabe cómo puede ayudar a otros para que logren ese buen fin de la vida.

Providencialmente, la Palabra de Dios nos ha dado un mensaje sobre el trabajo y la responsabilidad. En el Evangelio se habló de tres empleados que recibieron talentos (Mt 25,14-30). En el libro de los Proverbios (31,10-13.19-20.30-31) dice, “dichoso el marido que tiene una mujer en la que confía y colabora con él”.

¿Qué hace esa mujer? Piensa colaborar con su esposo, compra lana y lino y se pone a trabajar para que, con lo que sale, apoye a su marido, y no solo eso, sino que puedan ayudar a los pobres. Esta es la buena mujer, la buena esposa que sabe que hay que trabajar, que hay que colaborar y que, también, hay que ser bondadosos.

Dos cosas destacan de esta mujer: su trabajo creativo y su solidaridad. Trabaja, no solo para ella, no solo para su marido y su familia, sino también para los pobres. Hermanas y hermanos, nuestro trabajo, aunque es un salario familiar, aunque es un derecho porque trabajamos, sin embargo, hay una dimensión humana de sentido espiritual que nos obliga a compartir lo que es nuestro, que hemos logrado con nuestro esfuerzo, pero tenemos el deber de compartir con los demás.

En el Evangelio, oímos la historia de los trabajadores. El que tenía cinco logró sacar otros cinco, el que tenía dos logró otros dos, pero, el tercero pensó de otro modo, tuvo miedo y prefirió enterrar el dinero. Pensando que el dueño era muy exigente, tuvo miedo, no se atrevió.

Porque, hermanas y hermanos, en la vida debemos arriesgar, no tener miedo. Esa mujer de la primera lectura no se puso a pensar, “¿y si no recupero?, mejor no hago nada”. Ella tuvo el atrevimiento y tuvo resultados.

Los primeros dos trabajadores tuvieron buen ánimo y trabajaron con valentía. El otro, tuvo miedo. Fíjense qué peligroso es tener miedo. En el libro del Génesis, en la historia del primer hombre de la humanidad, por primera vez dice, “tuve miedo” (Gn 3,10). Adán dijo, “tuve miedo y me escondí”.

¿De qué tuvo miedo? Le tuvo miedo a Dios porque había hecho algo en contra de su voluntad. Tuvo miedo de las consecuencias de lo que hizo y se escondió. Así lo hizo el trabajador, tuvo miedo porque el patrón es muy exigente, que quiere cosechar donde no siembra, y lo que recibió fue un regaño, “hombre malo y perezoso; inútil”.

Fíjense bien, Jesús dice, “malo y perezoso”, porque la pereza, la flojera, es un pecado capital. La pereza es madre de todos los vicios. El que no trabaja, causa muchos problemas. No me refiero a tener empleo o no, sino a estar de flojos.

La flojera trae muchos daños. Se lastima a las personas con las cuales se vive. El perezoso es siempre malo. Por eso, el Señor le dice, “hombre malo y perezoso; inútil. Mejor vete a las tinieblas y vive la desesperación”.

Hoy queremos celebrar, junto con el Papa, esta buena intención. No estoy para hacer un análisis sociológico si hay pobreza o no, sino animarlos a trabajar con ánimo, y si Dios los socorre, ayuden a otros. Este es el mandato cristiano.

Por eso, cuando rezamos el “Padre nuestro” decimos, “danos el pan de cada día”. Cuando pedimos este pan, pedimos también el Pan Eucarístico. Fíjense bien, nuestro principal sacramento de nuestra fe es comida, el pan y el vino, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. No solo hay que comer el pan material, que nos hace mucha falta, también hay que comer el Pan espiritual para nutrirnos en la vida.

Vamos a ponerle mucho ánimo, no se desalienten cuando no tienen trabajo rápidamente. Hagan los que les toca, y Dios los bendecirá. No estemos de flojos, eso nadie. Hay que trabajar, hay que servir a Dios y al prójimo. Sólo así podemos mitigar un poco los problemas de la pobreza.

Pero tengamos mucho o poco, vamos a darle gracias al Señor, porque hay algo que no lo da el dinero, ni lo material: la alegría de estar con el Señor. Se fijaron los que entregaron sus talentos, les dijeron, “puesto que fueron fieles, entren a gozar de la alegría de su Señor”.

Queremos ir al Cielo, porque esta vida se acaba, pasa rápidamente, nos vamos haciendo más y más grandes de edad. Hay que estar siempre haciendo el bien. Que el Señor nos agarre haciendo el bien, trabajando por nuestra propia santificación por nuestras familias y tendiéndole la mano al que más lo necesita y está en peores condiciones que nosotros. No se olviden de rezar por los más pobres. Que Dios los bendiga.

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