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¡Somos servidores, no patrones!

Ordenación de diáconos permanentes / Basílica de nuestra Señora del Roble / 16 de septiembre del 2017

Hermanas y hermanos gracias por acompañarnos a esta celebración en la que entregaremos el don del Espíritu en el sacramento del diaconado. Agradezco la presencia de los hermanos diáconos y presbíteros. Pero también quiero dar un saludo respetuoso a la esposa de cada uno de ellos, a sus hijos, a sus nietos. Gracias a todos por acompañarnos.

Hoy el Señor les llama a tan alto servicio de la Iglesia, pero, al mismo tiempo, les pide compaginar este servicio con la vida familiar. El apóstol san Pablo, escribiendo a Timoteo, les da una recomendación, “que el diácono sepa gobernar a su familia” (1 Tim 3, 4). Es decir, que esté siempre interesado en vivir la unión familiar, en el amor a su esposa y a sus hijos.

Al celebrar el sacramento del diaconado la Palabra de Dios nos insiste en una palabra, en un verbo: servir. Eso significa diácono: servidor. Y el Evangelio nos da la pauta. Dice el Señor, “el hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida por todos y por su salvación” (Mt 20, 28). Por eso, el sacramento es signo visible de una Persona, de Jesucristo crucificado que da la vida por el pueblo, que da la vida por la humanidad. El Señor nos llama a este servicio que, teniendo que compaginarlo en el servicio de su propia familia, también ahora servirán a la Iglesia y la servirán al estilo de Jesús.

La Iglesia les encomienda hoy uno de sus tesoros más delicados, les confía a los pobres de nuestra Iglesia diocesana. Si ben la pastoral social tiene ese cometido, a ustedes les toca de modo sacramental, es decir, de manera visible, que la gente mire a Cristo en ustedes, a Cristo que sirve a los más necesitados, a los más pobres.

Es cierto, que vivimos un momento de muchas exigencias pastorales en nuestra Iglesia diocesana. Hay pocos sacerdotes, a comparación del número de fieles. Aunque en sus parroquias tendrán que llevar adelante un servicio integral pastoral. Nunca olviden que su corazón, su mente, debe estar focalizado en la preocupación de los más pobres de su parroquia.

Tendrán que colaborar en el servicio del Altar, ayudando en la Eucaristía, seguramente presidiendo la Palabra, también bautizarán a los nuevos hijos de la Iglesia, presidirán el sacramento del matrimonio. Pero en todo eso debe acompañar siempre el amor privilegiado hacia los más pobres.

Ustedes reciben hoy ese carácter indeleble que no se borra. En este momento especial de nuestra diócesis les pido que tengan un esmero especial, un cuidado delicado de que en las comunidades donde estén nadie descuide a los más pobres, a los que tienen hambre, a los enfermos, a quienes no tienen quien los cuide. Esa es su principal preocupación. Porque son ordenados a imagen de Cristo crucificado, que no vino a ser servido sino a servir.

Decía Jesús en el Evangelio, de ahora en adelante “quien quiera ser el primero, tiene que ser el último” (cfr. Mt 20, 28). En la oración de consagración les pediré que ejerzan la autoridad con discreción, es decir, con mucho cuidado y delicadeza. A ustedes y a mí nos llama a servir. No somos patrones, somos servidores, hemos decidido cambiar la actitud. Y tendremos que dedicarnos a mirar así en este ministerio. Fíjense en Jesucristo, solo su mirada en él. Él es el único absoluto, el único garante en nuestro ministerio.

 

Así es que ¡ánimo! y hay que servir. Nuestra Iglesia diocesana tiene grandes necesidades. Aunque, gracias a Dios, muchos tienen el clero, muchos tienen lo necesario para vivir, pero tenemos una cintura muy grande de pobres que no podemos olvidar y atender con alegría.

Ustedes son mis colaboradores para atender estas grandes necesidades. Que el Señor los bendiga les dé muchas fuerzas y alegría. La oración colecta decía, “que sean infatigables, bondadosos y alegres en el servicio y fervorosos en la oración”. Eso lo pide el Señor y la Iglesia, eso lo aprecia el pueblo de Dios.

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