40 aniversario sacerdotal, S.E. Mons. Rogelio Cabrera López
17 de noviembre de 2018.
Agradezco la presencia de todos ustedes, a ustedes los fieles laicos, seminaristas, hermanas religiosas, hermanos sacerdotes, hermanos obispos.
Hace 40 años Dios me dio este inmenso regalo de ser sacerdote para siempre, cuando me pongo a pensar, en aquello que sucedió hace 40 años, agradezco mucho al Señor, recuerdo al obispo, a mis papás, que estaban presente los dos, a mis hermanos, a muchos sacerdotes, muchos ya difuntos, otros que siguen adelante en su ministerio, recuerdo a la gente de mi pueblo que me acompañaban en la celebración, tuve la dicha de que me ordenaran en mi pueblo, Santa Catarina, Guanajuato.
Al principio mi obispo estaba molesto conmigo, porque no se explicaba que me haya tardado 3 años en ordenarme, porque en el año de 1975, se celebrara en Roma, el jubileo de la redención, el papa Pablo VI, ordenó a muchos sacerdotes, me esperé, por el deseo de ser acompañado por mis padres, mi obispo me había enviado las cartas dimisorias, pero yo esperé.
En 1978 cuando regresé, el obispo me recibió y me pidió besarme las manos a lo que le dije que no me ordené, tuvo una mirada de desaprobación, el saca su agenda y me dice, “30 de agosto te doy los ministerios, el 2 de septiembre el diaconado y el 6 de septiembre la ordenación”.
Yo le pedí permanecer varios días como diácono, le pedí que me ordenara dentro de la novena de Santa Catarina, a quien quiero mucho, es más, me gustaría que me ordenará en mi pueblo.
Por eso recuerdo a mi pueblo que me acompañaron en la ordenación, nadie de ellos había estado en una ordenación sacerdotal, en aquella época era encargado de las vocaciones el ahora obispo de Tulancingo, preparó todo, con una semana por las vocaciones.
Todo esto viene a mi memoria, le agradezco a Dios el regalo del sacerdocio, ahora después de 40 años, más agradezco este recorrido, que el Señor me ha permitido vivir, en situaciones tan diversos, primero como presbítero en Querétaro, como párroco, vicario de pastoral, decano; muchas experiencias importantes, luego mi ministerio como obispo, en Tacámbaro, Tapachula, Tuxtla y ahora con ustedes.
Toda esta historia es un inmenso gracias, a veces me preocupa que Dios puso todo como muy fácil para mí, me he sentido protegido por Dios, acompañado por las personas que me ha tocado servir.
Cuando oigo las historias de los mártires, las llamadas de Jesús a llevar la cruz de cada día, me pregunto, “será que yo no siento la cruz que Dios me ha entregado”, Dios me ha dado un analgésico, el Señor me ha regalado un gran alivio del dolor y poner en su lugar las preocupaciones.
Hoy la Palabra de Dios, nos vuelve a presentar el Evangelio de la viuda, me equivoque o está equivocado el misal de la diócesis, pero que bueno que haya equivocaciones, Dios nos saca de nuestro programa, hoy el Señor, nos presenta a esta viuda, que da todo lo que tenía para vivir.
Ella es imagen de la Iglesia, que tiene que ser siempre pobre, pero que también tiene que dar todo. Es testigo del resucitado, esta mujer también tiene que ser el modelo de ustedes, hermanos sacerdotes, obispo y para un servidor.
Un sacerdotes no puede reservarse nada para sí, no puede acumular, ni honores, ni riquezas, ni prestigios. Tiene que estar liberado de sí mismo, que dio todo lo que tenía para vivir. Que tengamos las cualidades que nos pedía el Papa Benedicto, deben ser santo, alegre e intrépido.
Tres cualidades que tiene la viuda, que tiene la Iglesia y que ustedes y yo tenemos que pedir. Estar siempre alegres y contentos para animar a los fieles, a los jóvenes, esa alegría para llegar a Dios es muy importante.
La virtud tan difícil del valor, cosa que yo tengo que pedir más, soy demasiado precavido y prudente, a veces es necesario el atrevimiento.
Debemos tener estas tres cualidades, ser santo, ser alegre y ser valiente.