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¡Sean memoriosos!

Misa exequial Pbro. Roberto Figueroa / Parroquia san Jorge Mártir, san Nicolás de los Garza / 19 de septiembre del 2017

Hermanas y hermanos, les agradezco su compañía en esta celebración eucarística; a ustedes los fieles que fueron acompañados por el ministerio del padre Raúl; a ustedes los familiares que nos han dado su cariño, su compañía, a los hermanos sacerdotes, a quienes también nos une con el padre Raúl en la fraternidad sacerdotal, a mi hermano Obispo. Gracias por estar aquí esta tarde para encontrarnos con el Señor.

Cuando el Papa Francisco nos habló a los Obispos en su venida a México, nos hizo una recomendación que quiero que hagan suya. Nos dijo, “sean memoriosos”, es decir, mantengan siempre viva la memoria, una memoria agradecida, orante y solidaria. Gracias por tener en su mente y en su corazón al padre Raúl, por mantener la memoria de quien los guió al encuentro con el Señor Jesús. Esta memoria que los hace a ustedes estar agradecidos con Dios y con el padre Raúl. Esta memoria que nos obliga a orar por él, porque la memoria siempre debe suscitar la oración. Y, desde luego, la memoria solidaria para pedir que el Señor le conceda el Cielo.

Escuchamos las lecturas que corresponden a este día litúrgico. Oímos en la primera lectura una recomendación que san Pablo dio a los Obispos, a las mujeres y a los diáconos (1 Tim 3, 14-16). Como siempre el Señor nos invita a ser fieles a Dios, que seamos dignos de la confianza que Dios ha depositado en nosotros. En el santo Evangelio tenemos una historia que no solo evoca que ocurrió en Naim, sino que se convirtió en símbolo y señal de lo que la Iglesia quiere hacer por sus hijos. ¿Qué oímos en el evangelio? El dolor de una mujer viuda que llora porque su hijo ha muerto. Ha muerto su esposo y su hijo.

Esto nos evoca a otro pasaje del Evangelio de san Juan, cuando, también, Jesús, junto a la cruz, se compadece de su Madre que queda sola, y le dice al discípulo, “ahí tienes a tu Madre” (Jn 19, 26), y a ella le dice, “ahí tienes a tu hijo” (v. 27). Porque el Señor siempre se compadece de nuestra soledad. El primer deseo de Dios, expresado en las Escrituras, está en el libro del Génesis: no es bueno que el ser humano esté solo (2, 18). Dios procura que nadie se sienta solo. Pero solo es posible cuando nos dejamos acompañar por el Señor. La viuda de Naim recupera a su hijo. Esta viuda que simboliza a la Iglesia que llora siempre cuando sus hijos mueren, pero que, también, sabe y enseña que hay un lugar definitivo en el Cielo.

El apóstol san Pablo dice, “que a ustedes no les suceda como a los paganos que la muerte les llega con angustia. Ustedes consuélense mutuamente con las palabras de la fe” (falta cita). Queremos hacer caso a ese llamado. Consolarnos mutuamente. Y, ¿qué nos consuela? La seguridad de la futura eternidad. Por eso encendemos el cirio, para recordar a Cristo resucitado. Por eso también manifestamos nuestro respeto al cuerpo humano ya sin vida. Por eso hice la aspersión con el agua bendita e incensé, porque la muerte del ser humano es muy distinta a cualquier otro ser de la creación, nosotros mantenemos nuestra dignidad. Todo esto evoca uno de los artículos del Credo, que al final nuestros cuerpos resucitarán gloriosos.

Hermanas y hermanos, gracias por su cariño al padre Raúl. El cariño para él es cariño para Cristo, para la Virgen María y para la Iglesia. Tenemos que agradecerle a Dios dos regalos que el Señor dio a través del padre Raúl. Primero, las gracias espirituales que, a través de la predicación y los sacramentos, les compartió a ustedes. Pero, también, agradecerle que siempre fue un pionero de la pastoral. Le gustó iniciar desafíos construyendo las Iglesias, animando a la comunidad, ayudando a iniciar un proyecto pastoral nuevo. Agradezcamos al Señor que le dio estas cualidades espirituales y pastorales de ser un sacerdote con ímpetu misionero.

Vamos a darle gracias a Dios por el padre Raúl, y es nuestro deber orar por él porque el Señor reconoce nuestros méritos, pero también pide de nosotros humildad y pedir perdón. Hoy pedimos por nuestro hermano Raúl que, como ustedes y yo, hemos pecado, pero que, por la gracia de Dios y por su amor, somos redimidos. Esta es una misa exequial, pedimos por su eterno descanso y por el perdón de sus pecados. Y estoy seguro que esta oración ferviente y agradecida de ustedes es de mucho beneficio para nuestro hermano y, desde luego, agradable a Dios, nuestro Padre.

Gracias por ser tan buenos con sus sacerdotes. Sigan pidiendo por él y sigan pidiendo por los que continuamos en esta vida para que permanezcamos siempre en el gusto de compartir las gracias espirituales y para que nos mantengamos el gusto de promover en la Iglesia la misión constante y permanente. Que Dios los bendiga.

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