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San Antonio de Padua: palabras sencillas, sentidas y creídas

Fiesta Patronal San Antonio de Padua, Monterrey N.L. – 13 de junio de 2017

Nos da mucho gusto venir a compartir este momento de fe en el que manifestamos nuestro cariño a Dios, a través de la gran figura de santidad que fue san Antonio de Padua. El poder de Dio se manifiesta de modo muy especial en los santos, y san Antonio de Padua ha sido un gran santo. Porque no sólo Dios le concedió grandísimos regalos, le concedió el don de la palabra, el don del convencimiento, el don de realizar milagros en la tierra antes de morir; todo eso llega a ser una realidad en san Antonio pero lo más grande es que supo administrar correctamente los dones de Dios, supo transmitir adecuadamente la Palabra de Dios al pueblo, supo utilizar ese don de convencimiento para unir a las personas y también Dios le concedió hacer milagros y mantener siempre la humildad, decirle a la gente que quien obra los milagros es Dios.

En esta tarde hemos oído la Palabra de Dios que puedo aplicarla claramente a la figura de san Antonio, el predicador insigne. ¿Para qué se predica la Palabra de Dios? Para llevar a la profesión de fe y para animar al pueblo a la confesión de fe. ¿Qué quiero decir con esto? Cuando oyes la predicación, la explicación del Evangelio, de la Palabra, lo primero que debe suscitarse es decirle a Dios “yo creo, estoy de acuerdo”, o como dice hoy san Pablo, dices “Amén”, le dices sí al Señor. Dice san Pablo que nuestro modo de proceder como cristianos no es “sí, o no”, sino, siguiendo el ejemplo de Cristo es “Sí”, todo es sí, es decir Amén; tanto así que en el Apocalipsis san Juan le da ese título a Jesús, “el Amén”, porque siempre dice que sí, le dices sí a Dios. Para eso es la predicación, es para llevarnos a decirle a Dios “Amén”, creo en ti, estoy seguro que lo que tú dices es verdad y me uno con el corazón a tu Palabra. Esto fue una realidad en la persona de san Antonio, cuantos lo oyeron creyeron en Dios, llevaron almas a Jesús. Ese es el objetivo de la predicación, llegar a decirle a Dios Amén, si estoy de acuerdo, te amo, te quiero.

La predicación tiene que llevar a la confesión de fe, a vivir de acuerdo a eso que se cree, a la Palabra aceptada, al sí y al Amén. Hoy nos decía Jesús en el Evangelio “ustedes son la sal de la tierra, ustedes son la luz del mundo”, esto fue una realidad en la vida de san Antonio, pero también en su predicación, quiso que todos lo que lo escucharan fueran sal de la tierra y luz del mundo. Ser sal de la tierra, es decir, llevar el sabor, el buen sabor de Cristo, como dice san Pablo “derramar el aroma de Cristo”, y dirá el Señor “porque viendo sus buenas obras van a glorificar a Dios, Nuestro Padre”. Primero, el que oye la Palabra y dice sí en su corazón, tiene que convertirse en sal de la tierra, debe de tener la alegría de aceptar la Palabra de Dios, debe mostrar en su vida que ha saboreado el Evangelio, que puede animar a otros a gustar las cosas de Dios y que se notan en la vida. Porque aunque uno dijera que cree en Dios pero vive amargamente, no puede transmitir la belleza del Evangelio.

Dice el Señor “ustedes son la luz del mundo”. El mismo san Juan cuando explica qué es el amor al prójimo dice que “aquel que ama camina en la luz, el que odia camina en tinieblas y tropieza. Ustedes son la luz del mundo, están llamados a amar y a perdonar, y esto lo vivió san Antonio. Cuántos matrimonios en conflicto fueron animados a reconciliarse por la intercesión de san Antonio. Por eso las jóvenes le piden a san Antonio un buen esposo, un esposo que les ame, porque ese era el deseo de san Antonio: que el varón respete a su mujer, que no haya violencia en su hogar. A cuántos maridos frenó para que no golpearan a su mujer, él mismo se ponía enfrente para defender, lo hacía para que ambos se amaran, no entraba solamente en medio de conflicto para separar sino para unir, para que se amen, para que las personas y los matrimonios  sean “una luz en el mundo”. Cuando ustedes, los esposos, se aman y se perdonan ahí aparece la luz del Evangelio.

Así pues, quiero agradecerle mucho a Dios de que le regale a su Iglesia tantos predicadores insignes como lo hizo con san Antonio. Una palabra sencilla, una palabra sentida, una palabra creída, es lo que hizo de él un buen predicador. El que predica bien es que entendió la sencillez del Evangelio, su Palabra nunca será complicada, utilizará los recursos de la sencillez de la palabra; pero el predicador bueno siente la Palabra de Dios, él mismo se siente interpelado por Dios y hace suyo el mensaje; por eso puede animar a otros a creer porque él siente la Palabra. Pero no sólo eso, sino el buen predicador cree lo que oye y vive lo que predica.

Este es el gran regalo que la Iglesia recibe de los grandes predicadores, de los santos predicadores como san Antonio de Padua. Vamos a pedirle muchas cosas a Dios en esta noche, les sugiero estas peticiones: que el Señor nos conceda, a los que predicamos, la santidad de vida; que los esposos se perdonen y se amen. San Antonio de Padua supo lo que era la belleza del matrimonio, vamos a pedir para que los católicos demos muy buen ejemplo, que seamos, como dice hoy san Pablo el “sí”, el “Amén”, que donde quiera nos vean como personas positivas, no resentidas o amargadas, sino alegres y animosos. Ustedes son la sal de la tierra, ustedes son la luz del mundo, que Dios nos bendiga y que san Antonio de Padua siga intercediendo por nosotros y por toda la Iglesia.

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