En el marco del Día Mundial de la Alimentación y la Jornada Mundial de los Pobres, la Arquidiócesis de Monterrey llevó a cabo este día el Encuentro Jubilar con los Servidores de la Caridad, una iniciativa promovida por la Pastoral Social y orientada a fortalecer el servicio fraterno hacia las personas más necesitadas.
La jornada se realizó en el Colegio Mexicano, donde se reunieron agentes de pastoral y voluntarios provenientes de distintas comunidades y organismos eclesiales. Durante el encuentro, se compartieron experiencias y proyectos que actualmente se desarrollan dentro de la Arquidiócesis para apoyar a los sectores vulnerables.
El Arzobispo de Monterrey, Mons. Rogelio Cabrera López, destacó la importancia de esta misión caritativa como parte esencial del caminar sinodal de la Iglesia, que impulsa la comunión y el servicio corresponsable entre los fieles.
“Fue una oportunidad para reflexionar sobre nuestra misión de servir a los demás y cómo podemos seguir llevando la caridad a más personas”, expresó el arzobispo al dirigir un mensaje a los servidores de la caridad.
Durante su reflexión, Mons. Cabrera López retomó la lectura del día, señalando que San Pablo recuerda que Cristo vino a restaurar el orden querido por Dios desde la creación: un orden basado en la dignidad y fraternidad humana.
“La pastoral de la caridad es nuestra participación en ese orden divino. Ayudar al necesitado es recordar que todos somos iguales ante Dios, con la misma dignidad y derecho a una vida plena”, afirmó.
En la celebración eucarística que concluyó el encuentro, el Arzobispo invitó a los presentes a combatir el egoísmo, especialmente el propio, para vivir la caridad con autenticidad:
“Luchemos contra el egoísmo, primero el nuestro, el de cada uno. Pero el Señor nos llama a salir de él, de nuestro yo, para construir un nosotros”, señaló.
La Arquidiócesis reafirmó su compromiso de continuar impulsando acciones solidarias y de acompañamiento cercano, especialmente hacia quienes más sufren, recordando que la caridad no es solo asistencia, sino un signo vivo de la presencia del amor de Dios en el mundo.
