Misa Parroquia Natividad del Señor, Cumbres / 4 de noviembre del 2017
En esta mañana sabatina en la que siempre recordamos a la Virgen María, la Iglesia hace memoria de San Carlos Borromeo. Quiero aprovechar para compartir una enseñanza de este santo. San Carlos Borromeo desempeñó su ministerio episcopal en el momento más álgido de la reforma protestante. En 1517 se había roto la comunión en la Iglesia Católica. Más de un tercio abandonan la Iglesia Católica acompañados por el sacerdote agustino, Lutero, y otros seguidores suyos, especialmente, Calvino y Zuinglio.
Cuando ocurre este hecho, no todo el mundo reacciona convenientemente. Siempre hay personas que, siguiendo la inspiración del Señor, buscan caminos de respuesta adecuados. Ante la crisis, San Carlos Borromeo dice, “hay que renovar la Iglesia espiritualmente”. Por eso se da a la tarea de renovar la vida del clero de Milán. Se convierte en el primer promotor del Concilio de Trento, Concilio que no sólo fijaba la parte teológica para señalar los errores del protestantismo, sino indica que la mejor manera de conservar la unidad es viviendo santamente. La reforma que requiere es la del estilo de vida de los cristianos.
Ese gran favor nos hizo San Carlos Borromeo y él no estaba en el ambiente adecuado para la santidad. Provenía de familia acomodada, era sobrino de un Papa, fue nombrado cardenal antes de ser sacerdote, formaba parte de la corte. Logra distanciarse de ese ambiente nocivo y hace de su vida un acto de fidelidad a Cristo.
Hay tiempos de la historia que se puede ser bueno con cierta facilidad, pero también hay momentos de crisis donde la virtud no es fácil de alcanzarla. Vivimos momentos difíciles de virtud. Volteemos a Cristo, Él es el modelo de vida, el Evangelio es el cimiento de nuestro estilo de vida. San Carlos Borromeo tuvo esta experiencia, y demuestra que la gracia de Dios actúa en quien le hace caso, aunque las circunstancias no favorezcan.
La Palabra del Señor nos permite escuchar, en la carta a los Romanos (11,1-2a.11-12.25-29), cuál fue el punto de choque en la reforma protestante. Lutero basó sus tesis en esta carta que es bellísima, que queda emparentada a los con la carta a los Gálatas. La ceguera de Israel permanecerá hasta que se conviertan todos los pueblos (cfr. v.25).
Que ruta tan larga: hasta que todos se conviertan a Dios. Pareciera que es un término que no puede alcanzarse. Cuando alguien se equivoca, en vez de criticar su caída, debemos aprovechar para crecer. No podemos dejar que se corrompan las virtudes, no podemos permitir que la moral pase a desuso en la vida cotidiana, no podemos acostumbrarnos a ver las cosas contrarias a la Ley de Dios. Tenemos que aspirar a una vida santa, no podemos confundir el bien y el mal. No podemos decir que el mal está bien, y que el bien está mal. La verdad está más allá del afecto. Las cosas son buenas si se apegan a la Ley de Dios, las cosas son malas si se apartan de la norma Divina.
Al final, el Evangelio (Lc 14,1.7-11) nos dio la indicación de cómo se logra el cambio: a base de humildad y sencillez. San Carlos Borromeo no se puso a criticar, por el contrario, se puso a construir. Y la mejor manera de construir es la humildad. El soberbio siempre destruye, nunca construye. El que es humilde, pone bases para el futuro. La humildad no es fácil de adquirir, porque uno, teniendo la mirada clara, puede mirar que algo no está bien, no cambiará solo. No cambiará si lo exhibimos en las redes sociales, sino que uno, con humildad, nos sumemos al proyecto Divino del cambio, de la conversión.
Vamos a agradecer al Señor por la vida de San Carlos Borromeo. Se puede ser santo, aunque la condición no sea favorable. Hay que pedir por nuestra Iglesia Católica, por los obispos y sacerdotes. Pídanle al Señor por un servidor, ya que siempre tenemos una tarea: la renovación espiritual de los sacerdotes.