Misa en Parroquia Santísima Trinidad, centro / 17 de septiembre del 2017
Estimadas hermanas y hermanos, he querido venir a celebrar con ustedes este domingo. Me da gusto estar con ustedes, hermanas religiosas, niñas y niños. He venido a escuchar la Palabra de Dios y a compartir el sacrificio del Altar que se convertirán el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Venimos a escuchar la Palabra de Dios. El Señor nos invita a perdonar todos los días. Nadie puede decir que no tiene nada que perdonar, todos los días, a veces, cosas pequeñas o cosas muy grandes, pero siempre tenemos esta tarea de perdonar. Y qué difícil es perdonar las cosas más pequeñas y las grandes aún más difícil perdonar. Cada uno sabe a quién debe perdonar. A veces, perdonar cosas del pasado, personas que nos pudieron haber hecho daño o cosas más recientes, pero todos tenemos ocasión de perdonar.
Para explicar cómo debemos perdonar escuchamos a dos sabios, a uno del Antiguo Testamento y, al más sabio de todos, Jesucristo. El del Antiguo Testamento, para bajarle un poco a las ofensas, nos dice, “piensa en el fin y deja de odiar, piensa en la corrupción del sepulcro y cumple los mandamientos” (cfr. Eclo 28, 1-8). Es una primera cosa de la sabiduría. Hay que pensar que la vida es breve y se va rápidamente. La vida avanza rápidamente, es un reloj que no se puede parar. Y en ese caminar de la vida tenemos que pensar que todo pasa y se acaba, que no vale la pena sufrir y hacer sufrir. La vida es tan corta que tenemos que ocupar en pensamientos positivos, aprender a perdonar, a darle la vuelta a las páginas. A veces, se nos quedan las heridas, no es bueno estar raspando las heridas, nos duele más, porque no se pueden modificar y cambiar. No podemos amargarnos toda la vida por algo doloroso que pasó y pudo dejar una herida.
El que perdona es más inteligente, porque en el fondo quien te molesta, ignora. No mide la consecuencia de lo que hace, es un imprudente. Si nosotros midiéramos el daño que causamos con nuestras palabras y gestos, tendríamos siempre más cuidado. Si uno en más o menos condiciones normales las personas se recienten o se molestan. Si nosotros hacemos algo más notorio, cuánto daño podemos hacer. Así es que niñas y niños hay que perdonar a su hermanito hermanita, a su amigo o amiga.
El segundo sabio es el que Cristo nos enseñó, un rey que perdonó muchos millones. Dice el Evangelio, “le debía muchos talentos, mucho dinero muchos millones, pero ese a quien le perdonaron la deuda su compañero le debía unos mil pesos, pero él lo quería estrangular y le dijo ‘págame’. El rey supo lo que hizo aquí y lo mandó a llamar, le dijo, ‘yo te acabo de perdonar muchos millones y tú no pudiste perdonar esos pesos que te deben’” (cfr. Mt 28, 21-35). Así solos en la vida somos muy disparejos, no mantenemos la proporción, agrandamos las cosas que hacen los demás y las nuestras las hacemos pequeñas.
Pero Cristo nos llama a perdonar siempre. Dice san Pedro, “¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? El Señor le dice, “setenta veces siente” (Cfr. Mt 18, 21-22), para indicar que siempre debemos perdonar. Jesús y Pedro hablan del jubileo, porque las deudas se perdonaban cada cincuenta años y las deudas se hacían en base a cincuenta años. Por eso, en el año cincuenta era día de fiesta, ya no te deben nada. Pero siempre con justicia cada quien lo suyo, que nadie abuse. En las cosas del perdón hay que evitar abusos.
Por eso vamos a pedirle al Señor que nos ayude a perdonar las cosas que quedaron atrás. Todos tenemos que perdonar cosas del pasado que ya quedaron por detrás. Pero también el Señor nos pide perdonar hoy a las que están todos los días. Hay que bajarle un poco al volumen de nuestro coraje, tenemos que romper el círculo de la venganza. Que Dios los bendiga y vamos a pedirle al Señor para que nos ayude a perdonar porque todos nos enojamos, así es que no sean tan corajudos. Vamos a pedirle a Dios esta sabiduría y vamos a compartir esta misa dominical.