Encuentro provincial de sacerdotes / Diócesis de Linares / 22 de mayo del 2018
Estimadas hermanas, hermanos sacerdotes, hermanos obispos, hoy que celebramos, por adelantado, a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, es una oportunidad de mirar a Cristo sacerdote y también de mirar nuestro propio sacerdocio.
Tuve la dicha de ser consagrado obispo en 1996 con motivo de la fiesta de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Siempre tengo en mi corazón ese acontecimiento.
Hoy que hemos estado reflexionando sobre una parte muy importante de nuestro ministerio, algo así como una línea transversal de nuestra tarea pastoral, el asunto de la migración, de la deuda que tenemos siempre de atender a quien está en camino, nos permite entender que el sacerdocio de Cristo es eminentemente migrante.
Sabemos que Jesús es el primer migrante. Vino del Padre y al padre regresó. Vino a estar con nosotros en medio de condiciones nada favorables. Él acampó en medio de nosotros.
Pero aceptó todas las condiciones, sin duda, muchas muy buenas. Tener por madre a María, tener por padre a san José, sin duda, una cosa bellísima. Pero también, por otro lado, insertarse en las realidades humanas, en ese mundo desordenando por la violencia, la envidia y el desamor, y que tendrán como consecuencia su propia muerte. Y, gracias a Dios Padre, resucitado de entre los muertos.
Cristo supo lo que es ser migrante. Migrante teológicamente, pero también históricamente. Tuvo que migrar con su familia, como lo atestiguan los Evangelios, rumbo a Egipto, en otra cultura, en otra lengua, en condiciones desfavorables.
No era el migrante que lleva todos los recursos para sobrevivir, sino el migrante que con su trabajo y sudor de la frente tiene que salir adelante.
Por eso, hablar de la migración no es un tema de apéndice, no es secundario. Es un tema transversal de nuestra vida y ministerio.
Hoy al celebrar, adelantadamente, la fiesta de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, quiero remarcar tres cosas que marcan el sacerdocio de Cristo, que es también nuestro propio sacerdocio.
El autor de la carta a los Hebreos prefirió interpretar el sacerdocio de Cristo al estilo del sacerdocio de Melquisedec, según el orden de Melquisedec.
¿Qué significa eso? Que Cristo es sacerdote antes de la constitución misma del pueblo de Israel, en esa misión universal es un servicio para todo el mundo. Es un sacerdocio universal.
Dice el texto, “de Melquisedec no tenemos noticias, ni supieron de dónde venía ni a dónde iba”. Pero Cristo es sacerdote según el orden de Melquiades. Su sacerdocio es universal, para todos los hombres y para todas las generaciones.
Esto marca también nuestro ministerio sacerdotal. Si bien, estamos incardinados a una Iglesia particular, por lo tanto, siempre hay que recordar que hemos sido ordenados sacerdotes para la Iglesia universal y para el mundo entero.
Que nuestro ministerio, salido del ministerio de Jesús, rebasa toda frontera establecida por los hombres, frontera que nosotros mismos hemos marcado.
Cristo es sacerdote según el orden de Melquisedec. Nadie supo de dónde vino, nadie supo cuál fue el final de Melquisedec. Pero es un sacerdocio eterno, antes de la constitución misma del pueblo de Israel.
La segunda nota que veo en el sacerdote de Cristo, que es un ministerio de Alianza, es un sacerdocio que nace y fortalece la Alianza de Dios con su pueblo. Porque es una Alianza de amor, de crear puentes. Es pontífice de la nueva y eterna Alianza.
El ministerio sacerdotal es siempre un ministerio para crear puentes, nunca para separar ni dividir. Sino para acercar, para aproximar, para que, aquellos que están distantes, puedan re-encontrarse, puedan sentirse parte del mismo pueblo.
El Señor le dijo a Israel, “ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios”. Esa es la eterna Alianza que Cristo hace ya con su sangre. Y nuestro ministerio es también pontifical, para crear puentes, para crear comunión, para unir a la humanidad, a las personas.
Es así como entendemos también nuestra tarea y misión con respecto a la migración. Creemos que hay que construir puentes, que siempre las fronteras son artificiales. Son convenientes, pero no son parte del designio de Dios.
Lo tercero que me llama la atención del ministerio de Jesús, su sacerdocio, es que es un memorial. Es “hagan esto en memoria mía”. Es el memorial de la Pascua, el memorial de la historia
¿Qué le pidió el Señor a Israel? No olvides que tuviste un padre errante. “Abraham fue migrante, nunca olvides esa verdad”. Dice el libro del Deuteronomio, “no olvides tampoco que fuiste esclavo y liberal, pasaste el Mar Rojo, pero también te di una palabra en el Sinaí. Nunca olvides que te dirigí la palabra y te dije diez cosas para que fueras un pueblo, para que el individualismo y la división no acabara con la comunidad, nunca olvides la ley de Dios”.
Pero también Israel no debía olvidar que tocó la tierra prometida. Esa tierra que era símbolo de la patria celestial. Es así como Cristo en su sacerdocio es memorial a Él mismo. Quien mira a Jesús recuerda toda esa historia, la historia de Abraham y de Israel, dura y dramática de la propia Pascua de Jesús.
Él ha muerto y ha resucitado. Pero no solo eso, sino también hace memoria de nuestra propia historia, de la que hoy nos toca vivir, a ustedes y a mí, con todas esas alegrías y esas situaciones dramáticas y dolorosas.
Dios nos ha regalado el don inmerecido de ser sacerdotes, según el orden de Melquisedec, al estilo de Jesús. Dirá la carta a los Hebreos que Él es sacerdote con dos cualidades: misericordioso y fiel.
Cristo es misericordioso y es fiel. Tiene una mirada y una actitud de amor hacia la humanidad. Pero también tiene otra cualidad, Él no cambia por las circunstancias. Solo nosotros, los seres humanos, tenemos esa gran debilidad, modificamos nuestros sentimientos, nuestras ideas y, a veces, nuestras decisiones. Pero Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, es misericordioso y fiel.
Muy agradecidos con Dios porque, en medio de nuestros propios límites, de nuestras fragilidades y de muchos y muy grandes pecados, Él nos llama a este servicio, ser como Él, ser “alter Christus”, “alter sacerdos”, otro sacerdote al estilo suyo.
Aunque, como dijo el autor de la carta a los Hebreos, “su sacerdocio es incomparable”. Siempre está la distancia infinita entre el Hijo de Dios y nosotros. Pero esa distancia no la quitamos nosotros. Él, que ha decidido acercarse a esta porción suya, a este mundo pecador, y, como dirá el autor de la carta a los Hebreos, “no se avergonzó de llamarnos hermanos”.
Gracias a Cristo, el Señor, el Sumo y Eterno Sacerdote, el Pontífice de la nueva Alianza, el que es fiel y misericordioso, gracias a Él porque a ustedes, a un servidor y a mis hermanos obispos, nos permite compartir la dicha de ser sacerdotes.