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Párroco y comunidad: sean infatigables, alegres y bondadosos.

Erección de la parroquia nuestra Señora de Guadalupe, Estanzuela / Pbro. Ángel Eduardo Montoya Rodríguez, primer párroco.

Estimadas hermanas y hermanos: gracias por acompañarnos esta tarde, ya dominical. Gracias por venir a celebrar con el Señor en este bello acontecimiento de iniciar una nueva parroquia. La Palabra del Señor que acabamos de oír nos señala la razón principal por la cual erigimos parroquia. La razón es la persona de Cristo, solo por Él. De hecho, la parroquia tiene como tarea única y principal hacer que Cristo sea conocido, amado y servido. Esa es nuestra misión, que Cristo sea conocido por el pueblo, que le amen y que le sirvan.

Toda la actividad apostólica de la parroquia está encaminada a eso, la predicación, la catequesis, los grupos parroquiales, las obras de caridad, la celebración de los sacramentos. Todo confluye al mismo objetivo, que Cristo esté en el centro de la vida de la comunidad, que cada momento y cada acción de la parroquia sea expresión de la fe. Que, como Pedro, los apóstoles, los mártires y los santos, hagamos con nuestra vida la profesión de fe. Que, en nuestras palabras, en nuestras acciones aparezca siempre la verdad más importante: que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios.

Por esa profesión de fe de Pedro (cfr. Mt 16, 16) ha quedado cimentada toda la Iglesia. Pedro es la roca puesta por Jesús para que esta Iglesia esté edificada en la seguridad de la fe. Se fijaron que, al comenzar la Misa, al párroco le pedimos que hiciera la profesión de fe, el credo apostólico. Porque ahí está su tarea, velar cuidadosamente por la fe del pueblo. Esa fe que ha profesado la Iglesia durante siglos, hoy, a través de una bonita comparación se nos explicaba esta responsabilidad que tiene todo pastor en la Iglesia, la responsabilidad de las llaves del Reino.

Escucharon la profecía de Isaías y el cumplimiento de esta profecía en la entrega que Jesús hace a Pedro de las llaves del Reino. Tener las llaves no es poder, es responsabilidad. Por eso el profeta señaló la historia de un mayordomo infiel a quien le quitan las llaves y se la dan a otro. Tener las llaves, signo de confianza del Señor. Pero, al mismo tiempo, nos indica que no somos los dueños, que somos administradores, que cuidamos de un tesoro que no nos pertenece sino que es de Dios.

Ese tesoro que la Iglesia hace que llegue a toda la gente. Ese tesoro que tenemos a nuestra disposición y que camina como en tres vertientes: el tesoro de la Palabra de Dios, el tesoro de la Eucaristía y el tesoro de los hermanos más pobres. Al mayordomo de la Iglesia le toca cuidar de ese tesoro. Decía en una ocasión Jesús, “el buen escriba es aquel que sabe sacar de su baúl cosas nuevas y cosas antiguas” (Mt 13, 52).

Así es la labor de los pastores de la Iglesia. Tienen en sus manos esta grave responsabilidad de hacer llegar a la comunidad el tesoro de la Palabra de Dios, los tesoros de la gracia y, de modo en especial, la Eucaristía, y el tesoro de la caridad a los hermanos más necesitados. Ahí tenemos nuestras tareas y nuestras responsabilidades.

Pero, fíjense bien, la Iglesia es una comunidad que camina peregrina en el mundo pero que sabe que su meta está en el Cielo, que la parroquia es señal de la Jerusalén que está en el Cielo, que ustedes se proyectan a la eternidad, que la parroquia no es una organización humana por muy bien que esté constituida, sino que es una presencia anticipada de lo que es la Iglesia en el Cielo. Por eso cuando profesa la fe el apóstol san Pedro, Jesús le dice, “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el Cielo” (v. 17). Porque el tesoro, no solo no es nuestro, sino que procede de Dios, procede del Cielo.

Esta es la encomienda que le hacemos al padre Ángel:  que les entregue, que administre con mucho cuidado las riquezas del Cielo, que les dé continuamente el mensaje del Evangelio, que les entregue los sacramentos, para que las gracias de Dios lleguen a todos ustedes. Pero, también, deberá siempre cuidar que la comunidad de los fieles sea una comunidad de caridad. Que, en este mundo dividido que en todo encuentra conflicto, la parroquia sea una oportunidad que tenemos los seres humanos de vivir en comunión, de vivir en caridad.

Les encargo muchísimo, a ustedes los fieles de esta nueva parroquia, para que, junto con su párroco, administren con mucho cuidado los tesoros de Dios, porque, no solo, el mayordomo es el que debe cuidar, sino toda la comunidad cristiana. Que el Señor bendiga a cada uno de los fieles, que los que colaboran en esta parroquia tengan siempre la alegría de servir a la comunidad.

Al comenzar la oración colecta pedíamos al Señor para que los ministros sean infatigables, alegres y bondadosos. Si eso lo pedimos de los sacerdotes, lo pedimos también a toda la comunidad cristiana. Ustedes los fieles de esta nueva parroquia tendrán que ser infatigables en el apostolado, alegres siempre por creer en Jesucristo y, al mismo tiempo, bondadosos. Que el Señor ayude a esta comunidad a cumplir con su tarea.

Nunca olviden que la razón principal de la parroquia es la persona de Cristo. Decía el papa Benedicto XVI, “no es por una idea, ni siquiera por una razón moral que existe la Iglesia, sino solo por Jesucristo” (cfr. Deus Caritas est, 1). Así que, hermanas y hermanos a conocer más a Jesús, nunca terminamos de conocerle. Siempre encontramos grandes novedades en su Persona, en lo que hace y, sobretodo, en los misterios de su Pascua. Siempre amen a Jesús, Él es la razón de la Iglesia. Pero también sírvanlo en los hermanos, porque sería una grave mentira decir que creemos en Jesús y lo amamos, si, al mismo tiempo, no animamos, respetamos y apoyamos a los hermanos en la comunidad.

Gracias, padre Ángel, por aceptar este desafío. Yo le agradezco su disponibilidad y su obediencia pastoral. Que Dios bendiga a esta comunidad. Agradezco a sus amigos y familiares, a los seminaristas, a los padres; les agradezco a todos esta bondad de venir a celebrar este inicio de la parroquia. No paren de rezar porque llevar a delante la misión de la Iglesia no es nada fácil. Tenemos que luchar con insistencia, alegría y con decisión. Hay que ser infatigables, alegres y bondadosos. Que Dios los bendiga.

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