Agradezco la presencia de ustedes hermanas y hermanos, fieles laicos, que han venido a celebrar con nosotros al santo patrono, el apóstol Pedro. Agradezco la presencia de mis hermanos sacerdotes que presiden conmigo la Eucaristía. Todos hemos venido a celebrar, sobre todo, el amor de Dios manifestado en Cristo. Pero también a las dos grandes figuras de la Evangelización de la Iglesia, los santos Pedro y Pablo.
Desde siempre la Iglesia los ha celebrado juntos para darnos una enseñanza de unidad. Pedro era de un modo de ser, Pablo era de otro modo de ser. Cada uno tenía sus pensamientos, sus ideas, su historia personal, su carácter y temperamento, cada uno de un modo distinto, pero, al mismo tiempo, de la misma manera de fidelidad y amor le manifiestan a Cristo su adhesión. Al verlos tan distintos, pero tan parecidos, nos deja siempre una enseñanza para toda la Iglesia: es una llamada a la unidad en la diversidad, unidad en el amor a Cristo.
Quiero hablarles sobre el poder de las llaves. Escucharon en el Evangelio que Jesús le dice a Pedro, “yo te doy las llaves del Reino de Dios. Lo que ates quedará atado en el cielo, lo que desates quedará desatado en el cielo”. Cuando le damos las llaves de nuestra casa a alguien significa muchísima confianza. Y si le damos la clave de la caja fuerte todavía más confianza. Ahora sería darle la contraseña de nuestra computadora. Para hacer eso se requiere muchísima confianza. Así el Señor Jesús confío en Pedro: ten las llaves, tú te encargas de la casa, tú puedes hacer y deshacer, confío totalmente en ti. Solo de dos grandes personajes se dice en la Escritura que recibieron las llaves. Primero a Moisés. En el libro de los Números dice: Señor no hay otra persona tan digna de confianza que Moisés, el más fiel en toda mi casa. Después a Pedro, a quien el Señor le entrega las llaves del Reino.
¿Por qué el Señor hace este gesto con Pedro? ¿Por qué confía en él? Primero, porque va a pasar una prueba, la prueba del amor. Él tendrá que pasar por la prueba de la negación y de la conversión. Por eso el Señor le pregunta tres veces, “Pedro, ¿me quieres?”, “Pedro, ¿me amas?”. El Señor le da las llaves porque tiene confianza en él, y una confianza probada. Al amigo se le prueba como oro en el crisol. No siempre el amigo ha respondido a las expectativas que se tiene. Pedro pasó por la negación, ahí se purificó y ahí se hizo digno de confianza, de recibir las llaves del Reino de Dios.
Pero estás llaves tienen también una responsabilidad: unir a los que viven en la casa. Ya Jesús había contado algunas parábolas, aquella del administrador infiel, que dice que se fue y le encargó al administrador el cuidado de la casa, pero él, en vez de hacerlo bien, todo lo echó a perder, abusó de la confianza. Pero el Señor le encarga a Pedro la unidad de nosotros los hermanos; nada fácil, siempre complicado. Ustedes mamás y papás saben lo difícil que es mantener unidos los hijos. Cómo, al mismo, que respetan las diferencias de cada uno, al mismo tiempo quieren que estén juntos, que estén unidos, que trabajen por los mismos objetivos, que se ayuden el uno al otro. Ese es el poder de las llaves, el de la responsabilidad de mantener la comunión, la unidad.
Fíjense que, en Roma, desde la época del Papa Pablo VI, el día de hoy el Papa invita al patriarca de Constantinopla a celebrar juntos la fiesta de san Pedro y san Pablo para mandar la señal de la urgente necesidad de vivir en comunión. La Iglesia Católica ha pasado una larga historia de problemas, de rupturas, de cismas. Primero, cuando se hicieron los primeros Concilios, ¡cuántos problemas! Después, cuando toda la cristiandad se parte a la mitad. Por un lado, las Iglesias Orientales Ortodoxas, y, por otro lado, el occidente Católico. Luego, nuevamente, en la época de Lutero, otra ruptura de la Iglesia.
La Iglesia sabe lo que significa que los hermanos estén confrontados, que estén peleados. Siempre quiere mantener viva aquella oración de Jesús: “Que sean uno como tú, Padre, y yo somos uno”. Pero nosotros somos de carne y hueso, cada uno de nosotros muy complicado. Por eso la unidad, la comunión, decía san Juan Pablo II, es un regalo de Dios y es una tarea. Siempre hay que pedir el don de Dios. Se fijaron cómo, después de la confesión de Pedro, le dice el Señor “esto no te lo reveló ninguna persona, sino mi Padre que está en los cielos”. Siempre pedimos la unidad de la Iglesia, que estemos en comunión los Obispos con el Papa, el Obispo con los fieles y los sacerdotes, en esta tarea continua de buscar la unidad. A veces tenemos problemas, pero los podemos resolver siempre siguiendo a Jesús, aprendiendo del ejemplo de los apóstoles Pedro y Pablo. Alguna vez, Pablo tuvo que corregir a Pedro, y Pedro, siendo la cabeza del colegio apostólico, escucha la corrección, acepta, y no rompen la comunión. Pablo va con Pedro y le dice: quiero saber si no estoy corriendo en falso, si no pretendo agarrar vientos, quiero estar seguro de estar en comunión contigo.
Esta es una tarea muy bella que tiene el sucesor de Pedro y que tiene cada fiel cristiano, cada Obispo y cada sacerdote. Todos trabajamos por la unidad de la casa que es nuestra Iglesia. Somos hermanos, tenemos un mismo Padre: el Dios que nos ama. Pero también, el poder de las llaves implica un martirio, porque el que cuida, se expone. El que tiene a su cargo algo tiene que dar la vida por eso que se le encarga, tiene que ser celoso de su cumplimento. Por eso Pedro, Pablo y los apóstoles llegan al martirio, para indicar, con la entrega de su vida, la fidelidad y la amistad con Jesús.
Hermanas y hermanos. Muy contentos todos de ser parte de la Iglesia Católica. De esta Iglesia que ha caminado con dificultades, con luces y sombras, con atinos y desatinos; con conflictos, pero también con oportunidades de encontrarse y perdonarse. Esta es la Iglesia a la que pertenecemos nosotros y que Jesús va por delante, pero también el cimiento de los apóstoles, especialmente san Pedro y su sucesor. En cada misa pedimos por el Papa y por el Obispo porque lo más complicado es vivir en la comunión, perdonándonos, comprendiéndonos. No siempre hacemos bien todo. Pero en el diálogo, en la comunicación, en el afecto sincero, todo puede resolverse siempre.
Hoy vamos a pedir por toda la Iglesia Católica para que viva en el amor, en la unidad, para que siga siendo testigo del resucitado. Vamos a pedir la intercesión de la santísima Virgen María, que cuida siempre nuestra Iglesia, y como buena mamá, quiere la unidad de sus hijos, de nosotros que somos hermanos. Gracias por venir a honrar a los apóstoles, san Pedro y san Pablo, llevarnos su enseñanza, ponerla en práctica, queriendo mucho a Jesús, a la Iglesia y queriéndonos entre nosotros. Vamos a caminar con alegría, porque el Señor no ha entregado esta gran responsabilidad: ser sus testigos en el mundo de su amor y misericordia.
Que Dios los bendiga.