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La oración es el perfume de la Iglesia

Consagración de Altar y Dedicación de Iglesia parroquia San Benito Abad, en San Nicolás – 2 de julio de 2017

Estimadas hermanas y hermanos, me da mucho gusto acompañarles este domingo en esta misa dominical. Quiero tratar, brevemente, tres cosas. Primero quiero decir una palabra sobre san Benito, patrono de esta comunidad parroquial, hoy que iniciamos su novena. Segundo, quiero hablar sobre la consagración del altar y al final una referencia al santo Evangelio de hoy.

Admiro mucho a san Benito porque, cuando un discípulo de Jesús oye con cuidado el Evangelio, sabe sacar, para su vida, cosas prácticas, hace una especie de síntesis del Evangelio. San Benito hizo una síntesis maravillosa con dos palabras: Ora et labora, ora y trabaja. En estas dos palabras resume la vida cristiana y el mensaje de Cristo. Primero, orar, porque, como cristianos, tenemos que mirar el cielo, invocar el nombre de Dios, hacer oración, vivir una experiencia mística de encuentro con el Señor.

La segunda, trabajar. El apóstol san Pablo dice unas palabras que impactan, “que el que no trabaja, que no coma”, para indicar que un discípulo de Jesús siempre es responsable de su propia vida y de los demás. La pereza es un pecado capital. El que no trabaja va cometiendo una serie de errores en su vida hasta que llega, incluso, a destruir su vida y la de los demás. Porque el perezoso daña su carácter, fastidia a los que están alrededor suyo y se dedica a las acciones contrarias a la ética y la moral. Que importante es vivir así nuestra fe cristiana: orar y trabajar. Esa es la herencia espiritual de san Benito que tenemos que hacer nuestra.

En segundo lugar, vamos a consagrar este altar. Todo estará centrado en este altar. Ya tuvimos el signo del agua, para revivir nuestro bautismo, nuestra penitencia y nuestra conversión. Después de la oración de consagración voy a ungir esta mesa, es decir, voy a poner el Santo Crisma en todo el altar para recordar que este altar simboliza a Cristo y a la comunidad. Está ungido como Cristo y como nosotros somos ungidos por su palabra. Todo el sentido profético, sacerdotal y real se hace presente a través del signo de la unción.

Después de la unción, pondremos un bracero y mucho incienso. El incienso significa la oración y el perfume. La oración es el perfume de la Iglesia, es el modo de entrar en contacto con Dios. Así como sube hacia el cielo, así la oración del pueblo de Dios llega hasta el Cielo. Después de ungir, de incensar, encendemos las luces del altar y de la Iglesia para recordar que somos un pueblo que camina en la luz. Dice san Juan que, el que no ama camina en las tinieblas. El que ama camina en la luz. Somos un pueblo que ama, que vive respetando la ley de Dios, que cumple los mandamientos divinos; un pueblo que tiene que ser en el mundo luz de Cristo. Él mismo dijo a sus discípulos, “ustedes son la luz del mundo”.

Una vez concluido este sencillo rito, celebramos la Eucaristía, y así, este altar, queda consagrado a Dios, es decir, le pertenece únicamente al Señor, y no podrá tener otro uso que el uso sagrado. Por eso recomienda la Iglesia que, en la medida de lo posible, el altar sea fijo, que no se mueva, para que no lo usemos para lo que se ocupe, sino siempre respetando su sentido. El altar simboliza a Cristo y a nuestra comunidad.

Tercer pensamiento, lo que dice el Señor en el Evangelio. Esta relación de reciprocidad entre el pueblo de Dios y sus evangelizadores. Dijo al final el Señor, “si das, aunque sea un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, no quedarás sin recompensa”. En la lengua hebrea, “recompensa” es igual a “evangelio”. No te quedarás sin el Evangelio, es decir, sin una buena noticia. En la primera lectura, a aquel matrimonio que no tenía un hijo el profeta Eliseo, en recompensa, le anuncia que tendrán un hijo en el año próximo, y esa palabra se cumple. Esa es la recompensa. Siempre Dios recompensa, nada queda sin recompensar. Decía el Señor, “aquel que deja padre o madre va a tener el ciento por uno y la vida eterna”. Que importante es mirar así la obra de Dios. La recompensa no la damos nosotros sino el Señor.

Por eso, en la misa, ustedes comparten la limosna, para los más pobres, para los más necesitados, para lo que se ocupe en su parroquia. Todo lo que ustedes dan, que comparten, no quedará sin recompensa. Claro está que, quienes recibimos, del pueblo de Dios, esa ofrenda, tenemos obligación de usarla correctamente. Siempre, gracias a Dios, su pueblo siempre ayuda a la misión de la Iglesia, siempre nos sorprenden con su bondad, con su amabilidad. El Evangelio nos dice: hasta un vaso de agua fría, dado al más pequeño de los discípulos de Jesús, no queda sin recompensa.

Quiero aprovechar este mensaje del Evangelio para decirles mi gratitud a ustedes, el pueblo de Dios, porque, gracias a ustedes, se embellece la Iglesia, se sostiene la vida evangelizadora de su comunidad se puede compartir algo con los más necesitados. La promesa no es mía, es de Jesús; nada quedará sin recompensa. Recordemos aquella pobre viuda que miró Jesús donar sus dos monedas que tenía. El Señor dijo: ella dió todo lo que tenía para vivir. Sí ella se hubiera puesto a pensar “ese dinero quién sabe a dónde vaya a parar, ¿qué irán a hacer con mi dinero?” no lo hubiera regalado. El que es tacaño le piensa mucho siempre, el que no quiere ayudar siempre tiene una razón para no hacerlo, y sí las tiene. Pero aquel que sabe ayudar lo hace con gratuidad y piensa más allá de lo que sus ojos le dicen. Así es la caridad cristiana. Dice el Señor, “que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda”. Siempre con esa bondad, siempre con esa mirada limpia. El que recibe es responsable de lo que hace con lo que recibió: si lo usa bien o no lo usa bien. Aunque ese dinero lo des a una persona necesitada y lo use para drogarse o para tomar alcohol , tú cumpliste con el deber de caridad; eso es lo que cuenta.

Dice el Señor, “si ustedes dan al menos un vaso de agua fría al más pequeño”, es decir, al menos importante de mis discípulos. ¿Quiénes son los menos importantes para la sociedad? Los pobres, los indigentes; ahí el Señor los recompensa. El Señor nos llama a la caridad. Al menos regala un vaso de agua fría al más pequeño de los discípulos de Jesús. Así pues, hermanos, por la intercesión de san Benito, contentos por consagrar este altar y llamados a vivir la caridad, vamos a celebrar nuestra santa misa.

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