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Nuestra misión es construir una cadena de la fe

Misa dirigentes MJC / UDEM / 14 de enero del 2018

Estamos reunidos en torno a esta Mesa en la que va a ocurrir el milagro más grande de nuestra fe. Un pan sencillo, un poco de vino, se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Todo lo que somos y hacemos tiene razón de ser por esta Mesa, la Mesa de la Eucaristía. Toda la jornada de cada sábado, de ustedes, culmina siempre con la Eucaristía. Sus palabras, sus enseñanzas, su convivencia, todo concurre al Altar.

Y por eso la conclusión de esta asamblea tiene que ser con la Eucaristía, es decir, agradecer. Porque el saber agradecer es lo que dignifica a una persona. A eso vino Cristo, a enseñarnos a decir “muchas gracias”, a mirar a nuestro Padre Dios con esa actitud de agradecimiento.

Todo el movimiento en el que participan es ir aprendiendo esta gratitud de la vida, aprender a decir “gracias”. Gracias a Dios por la naturaleza, por la casa común, por nuestras familias, por nuestro papá, por nuestra mamá, por nuestros hermanos; gracias por los amigos, gracias por la Iglesia. Todo esto es que tiene que ser el aprendizaje de nuestras vidas.

Decía el padre Beltrán que me caen muy bien ustedes, y es cierto. Estuve como asesor del año 90 al 96 en la parroquia de nuestra señora del Perpetuo Socorro en Querétaro. Con todos ellos, ahora ya jóvenes adultos o tal vez muchos casados celebré la Eucaristía. Cada ocho días, a las 6 de la tarde, tenía nuestro encuentro eucarístico.

Sobre la Palabra de Dios quiero puntualizar lo siguiente. Oímos dos narraciones, dos vocaciones de dos jóvenes: Samuel (3,3b-10. 19), y un discípulo que no dice su nombre a propósito, pero que sabemos que es Juan (Juan 1,35-42).

Se fijaron en el relato del Evangelio, dos fueron los primeros que se encuentran con Jesús. De uno nos dice su nombre, Andrés, pero el otro permanece anónimo. Así permanece en todo el relato Evangélico, jamás dice quién es él. Algo así como si pusiéramos una “n” donde cada quien pone su propio nombre y sabemos que es Juan.

Él también tendría alrededor de 16 años cuando se encuentra con Jesús. Ya saben que la gente vivía menos años. El promedio de vida era entre 30 y 40 años. Ahora, las esperanzas de vida son muchas. Por eso también, cuando leen la historia, saben que muchos muy jóvenes tuvieron responsabilidades muy grandes. Nerón quemó Roma cuando tenía 19 años. Así Juan es un joven como ustedes, lo mismo Samuel es un joven.

¿Qué nos enseñan estos jóvenes en su narrativa? Que todo depende de un encuentro. Cómo un encuentro que, muchas veces, parece casual, viene marcando la vida. Cómo un encuentro que parece circunstancial marca la vida de uno.

Tan importante fue su encuentro que Juan dice hasta la hora que ocurrió, “era la hora décima”. Eran las cuatro de la tarde cuando se encontró con Jesús y ese hecho no lo va a olvidar. ¿Por qué razón? Porque marca su vida.

Hay encuentros que marcan la vida, que hacen un nuevo calendario, una nueva agenda. Un encuentro es posible cuando otro nos presenta a Jesús. ¿Quién les presenta a Jesús? Juan el Bautista. Ellos eran seguidores de Juan el Bautista, Andrés y Juan. Cuando pasa Jesús él les dice, “Él es el Cordero de Dios”. Inmediatamente van a encontrarlo y le preguntan, “¿dónde vives? Y Jesús les responde, “vengan y lo verán”. A partir de esa ocasión se quedaron con Él. Qué importante es que otro nos presente a Jesús.

Esa es la misión, yo me encuentro con Jesús, yo le muestro a otro quién es Jesús. ¿Qué es lo que hace un misionero? Nos dice quién es Él, quién es Jesús. Uno le dice, “yo lo conozco, yo sé quién es”, como Juan el Bautista, “Él es el Cordero de Dios”. También Andrés, inmediatamente saliendo encuentra a su hermano, que después se llamará Simón, y le dice, hemos encontrado el Mesías, que quiere decir, “el Ungido”.

Así es la fe, se hace una especie de cadena: yo conozco a Jesús, yo te muestro a Jesús, tú lo conoces y se lo muestras a otros, y así se va haciendo esta red de la fe. Quiero animarlos a seguir este camino. No se conformen con lo que reciben, hay que entregarlo a otro. Esa es la tradición de la fe. Dirá San Pablo, “lo que yo recibo eso transmito” (1 Cor 11, 23).

Gracias a Dios la dinámica del movimiento es ir entregando la estafeta de uno a otro. En esta asamblea unos dejan de estar al frente de la coordinación y otros reciben. Así sucede en sus grupos, uno recibe y uno entrega. Así se va haciendo una “tra-dición”.

Pero en términos de la fe también tenemos que entregar. Cuando hay una sucesión no sólo entregamos un cargo, sino entregamos un espíritu, una convicción. Si no, de nada serviría pasar de una jefatura a otra. Hay que cuidar que se mantenga el espíritu, no solo la mecánica de cómo funciona, sino cuál es el espíritu que da la vida. El espíritu que le da vida es Jesús. No puede ser otro, sólidamente Jesús.

Porque si solo lo reducimos el movimiento a convivir, a pasarla juntos, pronto se va a empobrecer. No va a tener la fuerza que tiene cuando hay fe, cuando hay encuentro con el Señor. Cuando Cristo se encuentra con Pedro le llama “roca”. Ahí comienza una historia, la historia de nuestra Iglesia.

Muchachos y muchachas denle gracias a Dios de ser parte de la Iglesia a través de su movimiento. Pero hay que transmitir no solo estrategias, no solo técnicas. Esas se pueden aprender fácilmente. Tenemos que transmitir la belleza del encuentro, como lo hizo Juan el Bautista, el apóstol Andrés, Pedro, Juan el apóstol, como lo han hecho muchos a lo largo de más de dos mil años. Ustedes y yo creemos en Jesús gracias a otros, gracias a que antes de nosotros creyeron y transmitieron esa convicción.

Así que tienen esa tarea tan bella y tan grande de transmitir, de uno a otro, el mensaje del Evangelio, sobre todo la certeza, la fe, el gusto, y que puedan decir, como le dijo Andrés a Pedro, “hemos encontrado al Señor”, nos hemos encontrado con Jesús.

Eso tiene que ser el movimiento, un lugar de encuentro con Cristo. Si no es así, puede diluirse, puede acabarse, porque lo que es meramente humano poco a poco se desgasta, pronto pasa de moda. En cambio, las cosas de Dios, el encuentro con Cristo hace que las realidades permanezcan. Sepan que en esta Iglesia de Monterrey siempre tendrán quién ore por ustedes, y quien los estima para que sigan adelante. Sigan el ejemplo de Samuel que sabe escuchar y de Juan que sabe comunicar la belleza del encuentro con el Señor.

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