Misa exequial Sra. Blanca Xóchitl González Muñoz, hermana del Pbro. Ernesto David González Muñoz / Parroquia San José Obrero, San Nicolás / 03 de noviembre del 2017
Estimadas hermanas y hermanos: nos unimos a esta familia de la Señora Blanca Xóchitl, a sus amigos y vecinos. Nos unimos en un mismo sentimiento, este sentimiento de solidaridad. En esta despedida le decimos a Blanca: hasta muy pronto. Porque tarde o temprano, a todos, el Señor nos llamará al Cielo.
La Palabra de Dios que oímos, tiene dos expresiones bellísimas que, respetando nuestros sentimientos humanos, provoca toda despedida. Como cuando se va un hijo, una hija, el esposo, la esposa, los papás, el primer sentimiento es de dolor. Siempre se abriga en la esperanza de volverse a ver. Esa esperanza del futuro compensa la tristeza y el dolor de la despedida. Esas palabras son consuelo y festín.
El mismo apóstol san Pablo insistirá diciendo a los fieles: consuélense mutuamente con palabras de fe (cfr. 1 Tes 5, 11). Esta es la finalidad de esta Eucaristía, consolarnos, no solo los que de modo directo y más fuerte sienten la despedida de la Señora Blanca, sino todos, porque tenemos que consolarnos mutuamente. Es decir, tenemos que animarnos, mirar muy lejos, mirar a un futuro que, aunque no nos pertenece, es el futuro de Dios.
Pero el Señor, en su atrevimiento de amor, nos habla de un banquete. En este momento, ¿quién podría pensar en un banquete festivo? Cuando corren lágrimas en los ojos, pensar en la algarabía de una fiesta parece contradicción. Sin embargo, el Señor habla de una promesa: de una fiesta, de un banquete, de un festín, de platillos suculentos. Lo oímos del profeta (Is 25, 6a. 7-9).
Porque el Señor tiene preparado un banquete para nosotros, del cual participa nuestra hermana Blanca. Ese banquete que, para nosotros que caminamos en el mundo lo vivimos de manera anticipada en la santa Misa, comeremos y beberemos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, anunciamos, desde aquí, el banquete celestial.
Vamos a pedir, todos, el don de la fe que, como Marta, que lloraba por la muerte de su hermano Lázaro (cfr. Jn 11, 1-37), cuando Jesús le hace la pregunta, “¿crees tú esto?” Dijo: “sí creo, Tú eres el Cristo que ha de venir”. Cristo ha dicho, “yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá” (v. 25).
Es el consuelo de la fe. El Señor no nos deja en la soledad. Pero hay que pedir la fe, que creamos, que esperemos, que, aunque nuestros sentimientos se niegan a aceptar, nuestro corazón nos dice que existe el Cielo y que Dios prepara un festín.
Que Dios nos bendiga y nos dé el consuelo de la fe, sabiendo que estas lágrimas no es otra cosa que los sentimientos de una despedida y le decimos en la fe a Blanca: hasta muy pronto nos veremos, si Dios quiere, en el Cielo.
