Emaús / 11 de mayo del 2018
Hermanos y hermanas, amigos, bienhechores, colaboradores de esta casa de Emaús, hermanos sacerdotes, hermanos obispos, señor Cardenal.
Con gusto nos hemos reunido esta tarde para celebrar esta Eucaristía. Queremos tener en mente las intenciones de todos y de cada uno, de ustedes, nuestros hermanos fieles laicos, de los sacerdotes que terminan hoy su experiencia espiritual aquí en Emaús, y, desde luego, la intención principal de agradecerle a Dios los 60 años de vida sacerdotal y los 30 años de ministerio episcopal del señor Cardenal.
La Palabra de Dios que acabamos de oír creo yo que a todos nos deja siempre una profunda enseñanza. Miren, la vida está siempre llena de contrastes. Hay gozos y hay tristezas, hay alegrías y sufrimientos, hay esperanzas y desalientos, hay momentos para reír y para llorar.
De esto nos ha hablado hoy el Señor, este misterio de la vida humana en la que el Señor nos va ayudando a hacer como una síntesis de esas realidades tan opuestas. A veces, con mucho entusiasmo. A veces, desanimados. Pero, en toda esa vida contrastada está siempre de parte nuestra el Señor.
Oyeron en el Evangelio, “ustedes ahora lloran, están tristes, pero al final van a poder reír, podrán estar alegres”. Esta esperanza es la que siempre nos anima, que nos alienta para seguir adelante.
Para un creyente el pasado es una enseñanza, el pasado nos dice qué no debemos hacer. Pero siempre miramos hacia adelante. Un creyente siempre tiene la historia de frente a él.
Con mucho ánimo, con mucha esperanza. Como decimos en México, “el que ríe al último, ríe mejor”. Siempre esperamos un final mejor. Y el Señor así lo promete y es realidad.
La historia de la Iglesia nos ilustra. Cuántas persecuciones, cuántos problemas. Y, al final, viene la paz, viene la tranquilidad, viene el gozo, la gracia del Espíritu Santo.
El señor Cardenal comparte con nosotros esas experiencias de la vida. Ustedes conocen muchas historias del señor Cardenal. Él sabe lo que es estar contento, pero también sabe lo que es la persecución. Sabe lo que es la oposición. Y nosotros siempre admiramos del señor Cardenal su valentía, su sabiduría.
Casi como lo que le dijo el Señor a Pablo, le hubiera dicho hace tiempo al señor Cardenal, “no tengas miedo, habla y no te calles”. Creo que esas palabras dichas al apóstol son palabras para la Iglesia. Pero también, de modo especial, creo yo, las ha escuchado el señor Cardenal.
Y me atrevo yo a ponerle el mismo título que mereció el primer obispo de Tacámbaro, donde yo fui obispo, don Leopoldo Lara Torres. En su fotografía dice al pie, “defensor acérrimo de la Iglesia”.
Y me atrevo a decir también de usted, señor Cardenal, con todo respeto. Ha defendido a la Iglesia porque ama a Cristo. No defiende a la Iglesia porque crea en ella como una simple institución.
Cuando nosotros hablamos de las cosas de Dios, no somos nominalistas, como Galión, que dijo, “discutan de sus palabras y de sus nombres, eso no me importa”.
Cuando se defiende a la Iglesia es porque se ama a Jesucristo, solamente por esa razón. Porque sabe uno que de esto depende la historia humana, que de esto depende la fe del pueblo de Dios.
Por eso, “no tengas miedo, habla y no calles”. Es una consigna que el Señor le dio a Pablo, pero una consigna que tenemos todos los creyentes: no tener miedo, saber decir las cosas, saberlas decir en el momento oportuno y en el momento exigente, sabiendo que, aparentemente, somos perdedores, pero, al final, ganamos. Como dijo hoy el Señor, “esa tristeza se convertirá en gozo y alegría”.
Y a mis hermanos sacerdotes que terminan la experiencia de estos meses, también los quiero animar a mirar hacia adelante, a mirar muy lejos, a mirar hasta el Cielo, a mirar a Dios.
Siempre hay esperanza cuando se cree en Jesucristo. Siempre hay señales de un futuro mejor cuando se cree en el Evangelio y la gracia del Espíritu Santo.
Esto nos anima siempre a dar un paso y otro paso, a no desalentar, a saber, que la vida tiene este doble ingrediente: tristezas y gozos, esperanzas y desalientos. Pero, al final, para nosotros las cuentas siempre terminan positivamente.
Nunca hay un déficit para un cristiano. Siempre terminamos con números azules porque Dios está con nosotros, porque Él nos ama, porque Él nos anima a seguir adelante, porque nuestra vida está en sus manos.
Hoy le agradecemos a Dios el ministerio del señor Cardenal que tanto ha hecho bien a nuestro país, que tanto nos ha motivado a los sacerdotes y obispos para seguir adelante.
A lo mejor, algunos no lo hemos comprendido, a lo mejor no le hemos dado palabras de aliento oportunas. Pero sepa, señor Cardenal, que el pueblo de México lo quiere, lo aprecia, y sabe por las que ha pasado. Siempre con la esperanza en Cristo, siempre por el amor intenso a la Virgen María.
Estos 60 años de la vida sacerdotal, dedicados, principalmente, a los sacerdotes. Tantos años de vida en el seminario como superior, como rector y también como obispo.
Una vida dedicada a los sacerdotes. Cuando tuvo que alentar lo hizo. Cuando tuvo que exigir y reprender, lo hizo también. Siempre con el deseo de que los sacerdotes sean mejores, sirvan mejor al pueblo de Dios y amen profundamente a Cristo y a la Iglesia.
Hermanas y hermanos, oremos por el Señor Cardenal, nos vamos a unir a su intención, a su agradecimiento. Sabemos que él entrega siempre cuentas claras y precisas a Dios. Que todo lo que ha hecho ha sido por Cristo y por la Iglesia.
Pero también le quiero agradecer a él el que en esta casa de Emaús esté siempre presente, que confirme a los sacerdotes en el amor a Cristo y a la Iglesia, que los confirme en la esperanza.
La vida de un sacerdote siempre puede ser mejor. Y tenemos que alentarnos mutuamente. Decía el Papa Benedicto XVI, “nadie espera solo”. Necesitamos siempre la palabra de aliento, la palabra de cariño, la palabra de respaldo de los pastores.
Y esto es lo que significa la experiencia de Emaús, la Iglesia que los abraza, que los anima, que los alienta a seguir adelante. El mal no tiene la última palabra, siempre es el bien, siempre es la esperanza, siempre es el Resucitado, siempre es María que nos ama y nos protege, siempre el Espíritu Santo que nos conduce.
Que Dios bendiga esta obra de Emaús. Gracias a todos por el cariño que le tienen a esta casa, que es cariño a las personas, cariño a los sacerdotes. Tenemos que rendirle nuestro agradecimiento al señor Cardenal, a quien admiramos, respetamos y le tenemos sincera simpatía.
Que el Señor lo bendiga, señor Cardenal, y gracias por ser tan mexicano, gracias por ser tan cristiano, gracias por ser tan buen pastor. Que Dios lo bendiga.