Visita al Catecumenado / 3 de marzo del 2018
Hermanas y hermanos les agradezco por compartir sus ecos, también por escuchar la Palabra del Señor. Agradezco al padre Napoleón y al padre Claudio que estén con nosotros.
Este domingo el Señor nos habla de manera muy real de lo que es el amor. El amor que ustedes, a lo largo del camino, han ido descubriendo, el amor en la dimensión de la Cruz. Dice san Pablo, “yo no predico otra cosa sino a Cristo crucificado, necedad y locura”. Y luego, en el Evangelio los discípulos se acordaron de las palabras del profeta Jeremías, “el celo de tu casa me devora”.
Miren, hermanos, el amor tiene esas tres cualidades. Es necio, es loco y es celoso. Y esto lo conocemos y lo vivimos en Jesús. El que ama siempre parece tonto porque perdona. Pareciera más inteligente el que se venga, el que no perdona, el que reprueba a los demás.
Cristo es necio porque insiste, insiste e insiste. Cada uno de ustedes cuántas veces ha oído en la celebración que Cristo lo ama; cuántas veces Él te ha dicho a tu corazón, “te amo”. Y aunque tú falles, Él es terco, Él es necio, sigue amando, sigue queriendo.
Y también es loco porque Él que perdona, pareciera que no está bien de la cabeza. El inteligente parece ser el que es malo, el que lleva la lógica de la venganza y de la violencia. En cambio, el amor de Cristo siempre tiene esta locura. Por eso dice san Pablo, “la locura de Dios es más sabia que la de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la de los hombres”.
Pero también el amor es celoso, no puede haber otro, no puede haber otra. “El celo de tu casa me devora”. Por eso escuchamos los diez mandamientos. Son las diez palabras en las que Dios expresa su celo, “no tendrás otro dios, soy el único Señor”. Y, puesto que me amas a mí, no puedes amar a otros dioses.
Cuales son otros dioses, el Dios del dinero, el Dios del placer, el Dios del poder. Porque uno, como ser humano, cree que en el dinero o en el poder, en el sexo, va a encontrar el amor, la felicidad.
Y por eso el Señor le dice a Israel, como lo sigue diciendo a todos los seres humanos, “ahí no vas a encontrar el amor, yo soy celoso, no quiero que ames a otros porque esos te van a destruir, porque esos van a acabar contigo”. Eso es el celo de Dios, es el celo de Jesús. No porque Él quiera acaparar tu afecto, sino porque Él sabe que, si te sueltas de su mano, vas a fracasar, te van a hacer mucho daño y tú vas a hacer mucho daño a tu prójimo.
Por eso el amor de Cristo es un amor loco, un amor tonto y un amor celoso. Parecieran cosas negativas, pero son positivas. Ustedes que tienen la experiencia de amar y de perdonar saben que esto es verdad, que esta es la verdad de Dios.
Por ello Jesús en el Evangelio se pone celoso y expulsa del templo a los vendedores. No puedes vender el amor, no puedes comprar el amor, porque ese es de Dios y Él es el dueño de tu amor y es tu Señor.
Hermanas y hermanos, a esto es a lo que Cristo les ha estado llamando a cada uno, a cada una, a lo largo de tantos años. Sepan que Él no se cansará nunca, sepan que Él siempre será celoso, que no quiere que te pierdas con otros dioses. Sepan que el amor de Dios es siempre débil, lo vencemos nosotros porque nos quiere.
Este es el amor que predica la Iglesia, es el amor que anuncia el Evangelio. Por eso nunca nos avergonzamos de la Cruz de Cristo. Sabemos que para algunos es tontería y para otros es locura. Pero para los que se salvan es sabiduría, es gracia, es verdad.
Vamos a celebrar con gozo, sabiendo que hay un Dios que nos ama y que está loco por nosotros, que insiste e insiste. Pero que también, aquel que dice que lo ama, sepan que es un Dios celoso. O con Él o en contra de Él, no hay otro camino. Y ustedes saben, nos han compartido algunos hermanos su experiencia, que fuera de Dios no hay vida, no hay amor.