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Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede

Sacramentos de iniciación cristiana en Centro de Internamiento y Adaptación para Adolescentes Infractores, Escobedo N.L. – 6 de mayo de 2017

Quiero agradecer primero a los jóvenes que han aceptado hoy recibir los sacramentos, los dos que se bautizan, todos los que se confirman y el que recibe la comunión sacramental.

Hay una enseñanza del santo Evangelio que quiero compartirles, dijo el Señor Jesús “nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Fíjense muchachos, en la vida tenemos libertad de hacer algo o de no hacerlo, y depende de nosotros: yo acepto o no acepto. A lo largo de la vida cuando somos niños, adolescentes, jóvenes, gente adulta y mayor, en la medida que vamos creciendo vamos ejerciendo esa libertad de modo distinto; cuando ustedes estaban pequeños sus papás les decían “haz esto” y lo hacían, no les daban la oportunidad de opinar, si no querían comer les decían “tienes que comer”, si iban a ir a la escuela no era preguntarles si querían, era “te vas a la escuela”, porque cuando uno es pequeño uno no sabe medir las consecuencias de lo que hace o lo que no hace. ¿Qué pasaría si los papás dejaban que su hijo no comiera? perdía la condición y seguramente un problema, como hoy les pasa a algunas jovencitas que por miedo a subir de peso no comen, y luego padecen de lo que se llama anorexia, se les quita el apetito, tienen miedo de comer. Uno va creciendo y los márgenes de libertad son cada vez más grandes. Cuando son adolescentes, como es el caso de ustedes, o algunos ya jóvenes, saben que la vida depende de lo que ustedes quieren hacer o no hacer, y cuando uno crece tiene la libertad total para decidir su propia vida. Pero hay cosas que misteriosamente ocurren en la vida de uno, las cosas de la fe. Es cierto, Dios ofrece su regalo y uno si bien lo acepta, pero no porque uno le ponga ganas va a creer, es el misterio de la fe, “nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”.

Hoy ustedes aceptaron el bautismo, la confirmación y la comunión, deben ser conscientes que Dios es el que los invitó y por eso tienen que agradecerle. La Iglesia nos enseña que hay tres virtudes que regala Dios y que hay que pedirlas: la fe, la esperanza y la caridad; “nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Los apóstoles oyeron lo que Jesús les decía “el que no quiera seguirme que se vaya”, y san Pedro le dice “¿a dónde vamos a ir?, si sólo tú tienes palabras de vida eterna”, preferimos quedarnos contigo, estar contigo, aunque libremente podemos irnos, aunque libremente podemos cambiarnos, pero nosotros sabemos que tú tienes palabras de vida eterna. Puede ser que alguna vez sintamos el vacío, que no creemos, como que nada nos importa; Dios respeta ese silencio interior, Dios respeta esa noche oscura del alma, así lo cuentan grandes santos como santa Teresa de Ávila que en alguna ocasión se sintieron como secos interiormente, pero no obstante ese sentimiento permanecieron cerca de Jesús, como san Pedro, podemos irnos, aunque no sentimos nada, nos quedamos contigo, y es cuando le pedimos a Dios: concédeme, no tengo ganas de creer, no tengo ánimos de amarte, pero voy a estar aquí contigo y te pido que me concedas la fe.

La fe hay que pedirla, pero también hay que insistir, Jesús decía una comparación sobre la insistencia: había una pobre viuda que el juez del pueblo no le quería hacer justicia, pero ella iba todos los días a decirle al juez “hazme justicia”, hasta que fastidió al juez y él ya no quiso que estuviera fastidiándolo y dijo “voy a arreglar su asunto”, y le hizo justicia. Dice Jesús que así tiene que ser cada persona, a Dios hay que insistirle, no porque ÉL se haga sordo, sino porque cuando insistimos más lo queremos, cuando a uno le importa algo lucha por ello, al que no le importa cruza de brazos y ya no lo hace más; la insistencia hace crecer el amor, como un novio que quiere a una muchacha, ella le dice que no, pero le vuelve a insistir, contesta de nuevo no, pasan los años y le dice que no; pero esa insistencia va siendo la posibilidad que ella vaya pensado “este sí me quiere”, y comienza a cambiar su corazón hasta quererlo. Que importante es insistir, no cruzarse de brazos. Ustedes muchachos insistan al Señor: que yo crea, que tenga esperanza, que tenga ánimo; cuando no tengo ganas de nada, cuando estoy bien ensañado, cuando parece que no hay futuro para mí, yo le digo al Señor quiero seguir adelante, quiero cambiar mi vida. Si ustedes insisten Dios se los va a conceder, porque la insistencia hace crecer el amor, hace crecer el corazón. Es lo que dijo hoy el Señor, “nadie viene a mí si el Padre no se lo concede”.

En la primera lectura oyeron la curación de un paralitico y la resurrección de una mujer, Eneas se llamaba el paralitico, la mujer se llamaba Tabitá. En lo que hoy oímos de los Hechos aparece una palabra repetida, esa palabra si ustedes leen los evangelios aparece muchas veces, cuando curó o resucito a la adolescente hija de Jairo le dijo “levántate”, a Eneas le dice Pedro “levántate”, a Tabitá que ya estaba muerta le dice “levántate”. Esa palabra tiene que resonar en nuestros oídos. Dios siempre nos dice “levántate”, el que se sienta y ya no quiere caminar, el que ya no quiere vivir, Dios le hace un milagro si obedece, “levántate”, mira al cielo; si ustedes muchachos y muchachas oyen en su corazón esta voz van a ver cómo Dios hace grandes milagros, recuperarán el gozo, recuperarán la esperanza y tendrán ganas de llevar una vida nueva.

No pierdan esos dos pensamientos que escuchamos hoy, las lecturas son las mismas que se leyeron el día de hoy en las Iglesias de todo el mundo. Quería verlos, saludarlos y compartirles el pensamiento de Dios, así es que no olviden: “nadie viene a mí si el Padre Dios no se lo concede”; y el segundo pensamiento “levántate, levántense”, ánimo, hay que caminar, hay que seguir adelante con la gracia de Dios, pero también con la fuerza del corazón.

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