Misa del Hermano mayor / Basílica de Guadalupe, Monterrey /28 de agosto
Hermanas y hermanos: quiero agradecerles que hayan venido a esta basílica de nuestra Señora de Guadalupe para que juntos agradezcamos a Dios el regalo de la vida. Siempre, mirar a Jesús, contemplar a su Madre, nos permite ver la belleza de la existencia humana en todas sus etapas, desde el vientre materno, hasta que el Señor nos llama al cielo. Cada etapa es bella, cada etapa es un milagro de Dios. Por eso siempre tenemos que apreciar la vida, inclusive cuando tenga algunos aspectos que no son totalmente agradables, y la enfermedad. Agradecemos a Dios la vida que nos ha dado y queremos estar siempre preparados para el encuentro con el Señor.
Cuando iniciamos esta pastoral de los hermanos mayores le dije al padre Israel, hace cuatro años, que no se trata de que los hermanos mayores maten el tiempo. Tienen que ser verdaderos encuentros en la fe porque la vida no permite el ocio, no permite que se desgaste en vano cada minuto de nuestra existencia. La vida es tan valiosa que debemos aprovecharla al máximo en aquello que vale la pena: oír la palabra del Señor, disfrutar de la celebración de los sacramentos, pero también, gozar de la convivencia fraterna.
Gracias por venir, acompañados de mis hermanos sacerdotes, que quieren compartir con ustedes la fe. Cada vez se unen más y más comunidades de hermanos mayores. Porque, como he dicho, se trata no sólo de pasar el tiempo, sino de experimentar la fraternidad, el amor del Espíritu Santo que nos une, que nos permite vencer nuestras limitaciones humanas, darle la espalda a los ídolos y voltear a ver el rostro de Dios.
Hoy nos tocó este Evangelio sobre la hipocresía, un riesgo siempre en la vida. ¿Qué es la hipocresía? Es hacer juicios por debajo, es decir, es decir una cosa y pensar otra, es decir una cosa y sentir otra cosa. El Señor quiere que seamos personas bien íntegras, que nuestros pensamientos, sentimientos y palabras coincidan. El Señor insiste en lo negativo de la hipocresía porque ésta no deja vivir en comunidad. Porque una comunidad necesita, como requisito indispensable, la sencillez, la sinceridad y la transparencia. Es lo que el Señor nos está indicando para ustedes y para mí. Es una batalla que tenemos que estar combatiendo.
En una ocasión, Jesús dijo de Natanael: “en este hombre no hay doblez” (cfr. Jn 1, 47). Es decir, es de una sola pieza, es sincero y honesto, no es doble persona. Quien es doble, tiene doble cara, doble corazón y palabras dobles.
Vamos a pedirle al Señor, porque a todos nos hace siempre falta la virtud de la sinceridad y de la transparencia, para que nuestras comunidades puedan crecer en el conocimiento de Jesucristo, en este interés por vivir en comunidad, por vivir su fe. Decía el Papa Benedicto XVI, “nadie espera solo, nadie puede solo con su vida”.
Cuánto bien nos hace el testimonio de un hermano que lucha como nosotros, que permanece bien su fe a pesar de cualquier prueba. A todos los que estamos aquí nos hace mucho bien el ejemplo de los hermanos y por eso queremos vivir juntos la fe. Que nadie esté solo, que nadie enfrente la vida solo, que ese es el objetivo para cumplir el mandato original de Dios, “no es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,18). Tenemos esa responsabilidad, hermanas y hermanos, que nadie esté solo, que esté acompañado de nosotros, de Jesús. Que se sienta protegido por la Virgen María.
Hoy encomendamos a nuestros hermanos mayores de nuestra Iglesia diocesana a nuestra santísima Virgen María el ánimo, la alegría de vivir, de sentir el amor de Cristo y el amor de la Iglesia. Que Dios los bendiga y felicidades a todos.