Toma de posesión Pbro. Carlos Alberto Santos García, Parroquia San Juan Bosco, Monterrey.
4 de agosto del 2017.
Gracias, hermanas y hermanos, por estar en esta Eucaristía en la que entregamos la misión de acompañarlos al padre Carlos y también, a quien iniciaría como vicario parroquial, el padre Miguel Flores, quien acompañará, junto con el padre Ernesto Múzquiz, al padre Carlos al servicio en esta comunidad. Aprovecho para agradecer el servicio prestado al padre Gerardo y al padre Serafín que están con nosotros. Gracias, hermanas y hermanos, que nos acompañan de la Parroquia de la Natividad del Señor, en Santa Catarina, en la que en estos últimos meses estuvo sirviéndoles el padre Carlos. Agradezco, de manera especial, a los fieles de esta comunidad parroquial. Gracias a todos.
Bonita coincidencia, en el que este día el padre Carlos inicia su misión, estemos haciendo memoria del párroco más ilustre de la Iglesia moderna, san Juan María Vianney, a quien hoy la Iglesia recuerda con cariño y es siempre propuesto como modelo de vida cristiana, pero, sobre todo, de vida sacerdotal. Si el padre Carlos quiere saber cuál es el camino de un ministro de la Iglesia, basta seguirle la pista a san Juan María Vianney.
La Iglesia resume hoy, en una frase, el ministerio de san Juan María Vianney: su celo pastoral, que ahora decimos, “caridad pastoral”. Ese celo que hace que una persona se entregue plenamente a Cristo y a la Iglesia. Cuando se tiene verdadero celo y caridad, toda la vida, los pensamientos, las palabras, los sentimientos y la voluntad, toda ella se centra en la persona querida y amada. La parroquia, como comunidad de fieles, tiene que ser la razón, el motivo de la vida y ministerio de un sacerdote.
La Iglesia, con mucha razón, compara siempre a la comunidad con la esposa. En cierta medida, el ministerio sacerdotal siempre es un ministerio esponsal, como el amor que se deben tener el hombre y la mujer, el esposo y la esposa. Por esa razón los obispos llevamos un anillo, para recordar este matrimonio en el amor, en el compromiso que un sacerdote hace con la Iglesia, al estilo del matrimonio de Cristo con su Iglesia.
Este celo, que lo abarca todo, que lo concentra todo, hace que no haya otro motivo, otra razón de vivir y entregarse al Señor. ¿En qué se mostró el celo de san Juan María Vianney por entregarse a su comunidad? Muy sencillo: Rezar, sacrificarse, celebrar la misa, predicar el domingo, confesar y atender la catequesis de niños y jóvenes. Parece una agenda bastante sencilla, pero ésta es más que suficiente para servir al pueblo de Dios. Cuando san Juan María Vianney vivía su ministerio no es que en aquella época todo sea fácil. A él le toca un cambio, una crisis cultural en el que, como siempre, la Iglesia es mal vista, los sacerdotes son despreciados y, en esas circunstancias, san Juan María Vianney, se entrega con celo a su ministerio.
Es cierto, hoy la agenda de un sacerdote abarca muchas realidades que, a lo mejor, en aquélla época no eran necesarias, porque la gente llevaba una vida más o menos cristiana, los papás cumplían con el deber de transmitir la fe a sus hijos. Ahora tenemos que multiplicar los momentos de catequesis para niños, jóvenes y adultos. Eso hace que se multipliquen las tareas y la urgencia de la presencia del sacerdote.
Pero, en medio de este mundo tan complicado, de esta agenda tan ajetreada, nunca debe perder el sacerdote el hilo conductor de su vida y de su ministerio. Siempre, como en la época de san Juan María Vianney, el sacerdote está llamado a llevar una vida espiritual intensa de oración. El sacerdote está invitado a llevar una vida austera, como la quiere el Señor, y, al mismo, una entrega incansable a su propio ministerio, a celebrar la Eucaristía y a confesar, a reconciliar al pueblo con el Señor.
Hoy, la Palabra de Dios nos presenta dos enseñanzas. La primera y la más agradable: las celebraciones (Cfr. Lv 23, 1-37). Israel tiene su agenda vital en la liturgia. Hoy se enumeraban las fiestas más importantes de Israel: el sábado, la pascua, pentecostés, la expiación, los campamentos. Toda la vida del pueblo en una fiesta continua con el Señor. También da la agenda para el sacerdote. La Eucaristía es la que marca nuestra agenda. No sólo porque tengamos nada más que celebrar, no. La Eucaristía nos lleva a preparar y nos lleva a vivirla, es el punto de llegada y el punto de partida. Por eso la Eucaristía es lo que marca la vida de una parroquia. Tanto es así, que, donde no hay Eucaristía no hay parroquia porque la Iglesia no queda plenamente visible en la presencia del Señor. Las fiestas litúrgicas, el año litúrgico marca la vida del sacerdote y de la comunidad.
Segundo, el santo Evangelio nos plantea un problema: ¡qué difícil anunciar el Evangelio! ¡qué difícil estar y al mismo tiempo ser escuchado! Cuando Jesús anuncia el Evangelio la gente se queda extrañada: “¿de dónde saca sabiduría? ¿no es, acaso, el hijo de un carpintero?” (cfr. Mt 13, 54-55), y no lograban entenderlo porque, hermanas y hermanos, el ministerio que, al mismo tiempo hace aparecer nuestra humanidad, tiene también un rasgo de divinidad. Hay algo que está a la mano, pero hay algo que viene del cielo.
Por eso, cuando el sacerdote desempeña su tarea en la comunidad es muy importante que el pueblo de Dios pueda trascender lo que ve, que pueda ir más allá de lo que, humanamente, significa para él el sacerdote. Compartimos con ustedes todo, somos de carne y hueso, pero, al mismo tiempo, somos sacramento de Cristo más allá de nuestros méritos y cualidades. Como a Jesús, lo humano puede, a veces, empañar lo divino. Si en Cristo, que era un hombre perfecto, bueno, Santo de los santos, encontraron dificultades para descubrir en Él la presencia divina, ¿qué puede ser de nosotros?
En la gracia de Dios, ustedes, con el cariño de la Iglesia y de Cristo, podrán ir más allá: oír la Palabra de Dios que les viene a través de nosotros. Mirarán a Dios aunque nos miren a nosotros, creerán en Dios aunque, a veces, por algún detalle, no podamos hacer presente el misterio de Dios. Hermanas y hermanos, gracias porque aman a Cristo. Gracias porque quieren a su Iglesia.
Vamos a pedir para que, el padre Carlos y los dos sacerdotes que hacen equipo con él, puedan llevar adelante, con entusiasmo, con celo y con caridad pastoral, su ministerio. Los encomendamos hoy a san Juan María Vianney, el modelo de todo sacerdote y de todo párroco. No dejen de rezar por nosotros para que, en la medida que Dios lo quiera y nosotros pongamos de nuestra parte, podamos ser presencia de Cristo en el mundo.
¡Que Dios los bendiga!