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Los celos auténticos buscan el bien del otro hasta dar la vida

Día de la familia / Misioneros de Familia y Juventud / 4 de marzo del 2018

Hermanas y hermanos, miren como Dios es siempre providente. En este domingo en que en nuestro país se celebra el domingo de la familia, no como una fiesta religiosa, sino como una conmemoración civil, aquí nosotros estamos tratando de celebrar la familia según Dios.

Hoy de manera providencial la Palabra que acabamos de escuchar toca un punto bien importante sobre la familia. Las lecturas corresponden a las catequesis sobre el bautismo. En este domingo ya hay escrutinios para los que van a ser bautizados adultos, les dan la catequesis sobre la Cruz de Cristo.

Por eso todo habla acerca del Crucificado, para descubrir las características de este amor de Cristo en la Cruz. Pero nosotros que estamos de fiesta vamos a oír esta Palabra como una palabra divina a cada uno, a su propia familia.

Hay algo providencial, el Señor habla de los celos, “soy un Dios celoso”. Y los discípulos se acordaron de las palabras de la Escritura, cuando Jesús expulsó a los mercaderes. Las palabras que dice uno de los salmos, “el celo de tu casa me devora”.

Hermanas y hermanos, hay celos enfermizos que nunca son recomendables. Pero hay algo muy bueno en los celos, cuando estos se convierten en una expresión auténtica del amor. “El celo de tu casa me devora, soy un Dios celoso”.

¿Cuál es esa característica positiva, alentadora de los celos? Cuando un esposo, cuando una esposa, tienen celos auténticos quieren siempre el bien de la persona amada. Así son los celos de Dios, Él quiere nuestro bien. Por eso nos regaló 10 palabras, con las cuales quiere demostrar que tiene un celo auténtico de nosotros.

El primer mandato, “no tendrás ídolos, no fabricarás imágenes de lo que hay en el cielo, allá arriba y de lo que hay en la tierra. No tendrás otros dioses”. Los celos auténticos exigen una relación única y exclusiva. Así es el amor que quiere Dios de nosotros, “soy un Dios celoso, no tendrás otros dioses, no habrá alguien distinto a mí”.

Y para eso el Señor da los 10 mandamientos. Porque, hermanos, amar no es idolatrar, amar no es someterse, amar no es violentar. El que ama es misericordioso, el que ama tiene ternura, el que tiene el auténtico celo del amor da la vida por la persona amada.

Contrario a los celos enfermizos. El que tiene celos enfermizos golpea a la persona que dice querer y a veces hasta lo mata. En cambio, estos son los celos de Dios que llegan hasta el extremo, hasta dar la vida.

Por eso no idolatramos. La idolatría significa sumisión, esclavitud, enajenación. En cambio, el amor construye, edifica, hace crecer a la persona amada, le da vida. Por eso los celos de Jesús están en la Cruz.

Y dice claramente san Pablo, “para los judíos este es un escándalo, para los paganos esta es una locura”. Y es cierto. Dice san Pablo, “efectivamente Jesús está loco; efectivamente Jesús parece poco inteligente”. Pero dice una aclaración, “lo que para los hombres es necedad para Dios es sabiduría; para lo que los hombres es debilidad para Dios es fortaleza”.

Los celos de Jesús que ama hasta dar la vida, que parece loco, que parece poco inteligente. Porque ¿no, acaso, a ustedes les dicen que el que ama tiene que ser más fuerte y dominar? ¿acaso no oyen la catequesis pagana que el que ama manda, posee, domina? En cambio, la enseñanza de Jesús va en contracorriente, es escandaloso.

Hay otro pasaje del Evangelio en el que el habla del escándalo y equivale a dar vergüenza. Efectivamente, nosotros creemos en Cristo, que para muchos era vergonzoso ser seguidor. Al principio los discípulos se avergüenzan, siguen a un fracasado según el mundo y a un delincuente.

Pero con el tiempo ellos descubren que ahí está la gloria de Dios, que Cristo es el más inteligente del mundo, que ama. Porque el que ama y perdona es más inteligente que el violento. El que ama y perdona es más fuerte que aquel que presume de su poder porque mata y destruye.

Hoy profesamos como familia este amor de Cristo, estos celos de Dios, que se manifiestan en su locura y en la aparente poca inteligencia que termina siendo la sabiduría y la fuerza de Dios.

Hermanos, nunca se avergüencen de amarse con todo el corazón, nunca se avergüencen de perdonarse, nunca les de pena decirse que se aman, nunca pierdan el deseo de dar la vida por su familia. Cristo, el Señor del cielo y la tierra, nos ha amado con tanta terquedad.

Aunque tú no quieras Él te ama, aunque tú te alejes Él insiste. Porque el camino que han seguido de formación ¿qué cosa les ha dicho el Señor? “yo te amo, yo te quiero, yo doy la vida por ti”.

Si nuestras familias creen en este amor del Crucificado podrán seguir adelante. Porque amar no es idolatrar, amar es amar la vida, cada minuto, cada día en casa. Porque siempre en casa parece que perdemos, pero siempre ganamos. Parecemos débiles, pero somos muy fuertes. En familia alcanzamos a vivir la sabiduría y la inteligencia divina.

Hermanas y hermanos nunca dejen de creer en el Crucificado. Ahí está la lección mayor que Dios ha dado a la humanidad. Toda la Escritura, todo el Evangelio está contenido en la Cruz de Cristo. Porque ese es el amor, no hay otra definición, no hay otra expresión. Anunciamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los griegos. Pero para los que creen es sabiduría y fuerza de Dios.

Que el Señor los ayude en su familia, porque lo que hay en nosotros de bueno es porque proviene del Señor. Y no se olviden, Dios es celoso, no quiere otros dioses delante de Él. Jesús lo demostró en el templo, el amor no es mercado, ni se compra ni se vende, es gratis. No hagamos de la casa un mercado, porque, dice el Señor, “el celo de tu casa me devora”.

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