Misa exequial Sra. María del Rosario Olvera Macías, Mamá del Pbro. Walter Fernando Gómez Olvera / Basílica Purísima Concepción, Monterrey / 5 de noviembre del 2017
Un saludo y solidario a ustedes familiares y amigos de la Señora Rosario, al padre Walter, hermanos sacerdotes:
Al estar aquí, frente al cuerpo de nuestra hermana Rosario, pero también cerca de este altar, podemos ser arco de comunicación en estas dos realidades. En el altar Cristo vive para siempre. Su Cuerpo y su Sangre inmolados son vida para el hombre. Desde este altar hay una comunicación muy especial a este cuerpo humano que, aparentemente, desaparece, pero que en nuestra fe sabemos, pero no cómo, será nuevamente reconstruido.
La Palabra de Dios nos habla de esta aparente contradicción y distancia. Nos habló del luto, del destierro, nos habló de muerte, pero al mismo tiempo, vino una contra palabra de alegría, de vida, de descanso. Dijo el profeta, “alégrense con Jerusalén los que ahora llevan luto, después tendrán alegría” (cfr. Is 66, 10).
Lo mismo el apóstol San Pablo, describiendo la situación de los creyentes hace alusión a este destierro que vivimos en este mundo. Porque esta no es nuestra patria. Aquí estamos un momento, nuestra patria definitiva es el Cielo (cfr. Flp 3, 20). Pero, humanamente, nos sentimos atraídos por esta realidad histórica y humana. Sobre todo cuando nos ha ido muy bien, pero no siempre es así.
Admiramos la belleza de la vida humana. El Señor nos permite que nuestras miradas, nuestros oídos, nuestra persona, disfrute la belleza de la Creación. Tantas cosas bellas el Señor nos permite vivir en la vida, como también la belleza mayor del cariño que una mamá puede compartirle a sus hijos. Es así como, al mismo tiempo que valoramos este paso que le agradecemos a Dios los bienes de esta vida, y uno de ellos y muy grande, el amor de las personas que nos quieren y que nos causa mucha pena cuando tenemos que despedirnos, tiene que brillar la esperanza.
Cuando celebro la Misa para pedir por una mamá, recuerdo siempre una historia que me ocurrió siendo Obispo en Chiapas. Visitando a una comunidad, se acerca una señora grande de edad y me dice llorando, “padre obispo, soy huérfana”. En mi mente dije, “pues, claro, tiene que ser huérfana si ya tiene edad mayor. Es normal que sea huérfana”. Pero no capté el dolor existencial que las personas sienten, el dolor de separarse de su mamá. Yo entendí, hace siete años que murió mi mamá. Sentí la orfandad, un sentimiento noble de extrañeza de las personas que queremos mucho.
De eso tenemos que agradecer a Dios, tanta belleza de la Creación, pero también, tanta belleza humana. Pero el Señor, aunque nosotros nos resistamos a ello, quiere darnos algo mucho más grande que no podemos medir, que no sabríamos cómo explicar. El Señor hoy nos recuerda su promesa. Esta vida es como un suspiro, esta vida es un momento fugaz, pero el Señor nos tiene preparado el Cielo. Por eso, el llanto, el luto, se pueden convertir en alegría, el destierro en repatriación y la muerte en vida. Dice el Señor, “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, dará mucho fruto” (cfr. Jn 12, 24).
Dejemos que, desde este altar, corra la vida. Estamos seguros que el Señor ya la comparte con nuestra hermana Rosario. Porque Él mismo prometió, “el que coma mi Carne tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” (cfr. Jn 6, 24). La Eucaristía es ese relato anticipado, ese regalo que llega a su plenitud el día de nuestra muerte.
Pidamos al Señor por nosotros para que no dejemos de anhelar la vida eterna, y vamos a pedir por la familia de la señora María del Rosario para que, agradecida con Dios y agradecidos también con el afecto de su mamá, sepan mirar con bondad y admirar este mundo que Dios les ha regalado y esta historia que tienen que seguir compartiendo con sus hijos, amigos y hermanos. Que Dios los bendiga y que la fuerza que brota de este altar a todos nos llene de consuelo.