40º Aniversario parroquia Reina de México, Monterrey – 5 de julio de 2017
Estimadas hermanas y hermanos. Me uno en este agradecimiento por los cuarenta años de evangelización de esta parroquia, y por la alegría de los quince años de la consagración del altar y la dedicación de la iglesia. Cuarenta años es una historia larga pero también una historia breve; una historia larga porque muchos hermanos y hermanas han formado parte de esta comunidad y han dado su vida; pero también es breve, porque cuando hacemos un comparativo con la antigüedad de nuestra Iglesia universal, al mismo tiempo podemos decir que cuarenta años es poco tiempo. Cualquiera que sea la percepción queremos agradecérselo al Señor.
La parroquia tiene tres tareas fundamentales que ustedes, especialmente los agentes de pastoral, conocen muy bien. La primera es la pastoral profética, luego la pastoral litúrgica y la pastoral social. Dicho de otro modo, la parroquia es la comunidad que oye la Palabra de Dios, la parroquia es la comunidad que celebra la historia de salvación en los sacramentos, de modo especial en la Eucaristía, pero también es la comunidad que ama y que trata de seguir los caminos que Dios le ha propuesto, especialmente el de la caridad y el amor a Dios y al prójimo. Durante cuarenta años esta comunidad parroquial ha escuchado la Palabra y ha vivido el mandamiento de la caridad, desde luego envuelta en sus limitaciones, porque la parroquia, como toda pequeña comunidad, también tiene los límites humanos. Se dice con toda razón que la Iglesia es santa, pero también pecadora, es decir, Dios la asiste y siempre forma parte de Dios; pero también es historia humana, nuestra historia, la historia de cada uno de ustedes y de muchos hermanos, también todos envueltos en nuestras limitaciones, siempre marcados por nuestros pecados. Por eso la Iglesia, cada vez que inicia la Eucaristía pide perdón porque ha pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión, pero en medio de todo esto siempre brilla la esperanza y la certeza de que el bien se impone al mal, como lo oyeron en el relato del Evangelio, cuando Cristo expulsa a los demonios de aquellos dos hombres que sufrían y hacían sufrir a otros.
Quiero que nos fijemos en un detalle de esta vocación, me impresionó escuchar el relato del libro del Génesis, la historia de dolor de una mujer con su niño, dice “Dios escuchó el llanto del niño”. Qué impresionante, la Iglesia está llamada a escuchar el llanto de sus hijos, las preocupaciones de cada uno de ustedes; en la vida no todo es dulzura, nuestra vida está marcada de dificultades y algunos hermanos sufren más que otros, algunos tienen cargas muy pesadas que llevar, y la parroquia, la iglesia se consagra, porque aquí se escuchan las súplicas del pueblo, como esa oración desesperada de Agar que cree que morirá el niño, y ella también, pero Dios le concede beber de un oasis para que puedan vivir ella y su niño. Algo así podemos decir de la finalidad que debe de tener esta parroquia: tiene que ser un oasis, un manantial de agua pura donde la gente que sufre y que tiene sed de Dios encuentre refresco en su vida, no podemos olvidar esta responsabilidad primordial de la Iglesia, porque además de ser una iglesia que oye y que celebra también es una iglesia que ama. En la historia del Génesis cómo se figuran la alegría y la tristeza, estaban en un banquete, era el cumpleaños del niño Isaac y ahí comienza la historia de Sara y Agar, y en medio de esa tormenta que siempre se da en las relaciones humanas Abraham toma una decisión dolorosa para él y para Agar, y Dios abogó por Agar y la salva, a ella y a su hijo.
Concentremos siempre esta misión que tiene su parroquia, debe ser un oasis, debe ser un lugar donde los que sufren encuentren consuelo, porque Dios escucha el llanto de sus hijos, el Señor escucha el sufrimiento de su pueblo. En el libro del Éxodo el Señor le dirá a Moisés “he escuchado el clamor de mi pueblo”, Dios escucha, aunque aveces podemos pensar que nada cambia o que Dios no nos escucha, hay que confiar en el Señor porque Él sabe hacer milagros, hace aparecer su fuerza como le sucedió a Agar, ella pudo ver y beber del oasis, y se salvaron ella y su niño. Que Dios bendiga esta parroquia y sigan trabajando incansablemente, escuchen atentos la Palabra de Dios, que se celebre siempre con gozo la Eucaristía y los sacramentos, pero que sea siempre una parroquia que sabe amar, que sabe ser solidaria, y que sabe ayudar a quien más lo necesita. Que esta parroquia sea al estilo de Jesús, que oye el llanto de sus hijos. Que el Señor los anime a todos a seguir adelante.