Fiesta patronal Parroquia Santa Catarina / Santa Catarina, N.L. / 25 de noviembre del 2017
Ustedes saben que le tengo un gran afecto y devoción a Santa Catarina. Mi pueblo así se llama, Santa Catarina, Guanajuato. Desde niño oía hablar de Santa Catarina, poco a poco fui conociendo su historia. En mi casa hay un pequeño altar a Santa Catarina.
En los años 60s un escritor negó la historicidad de todos los hechos que se narran de Santa Catarina. El argumento que da ese escritor es que dice que todo le parece increíble, que no lo puede creer. Ese argumento, desde luego, que no me satisface porque los misterios de la fe todos son increíbles. ¿No es, acaso, increíble que la Virgen María, sin haber tenido relación con un varón, haya sido la Madre de Cristo? ¿No es increíble que Jesús sanó a un ciego (Jn 9, 1-12), que hizo caminar a un paralitico (Mc 2, 1-12), que resucitó a Lázaro (Jn 11, 38-44)? El principal dogma de nuestra fe es que Cristo resucitó, ¿no es, acaso, increíble?
Sin embargo, nuestra fe cristiana está basada en estos hechos que superan cualquier razonamiento. Por eso la fe es un don de Dios, porque la fe no se alcanza por el esfuerzo razonable. Aunque, gracias a Dios, nos da la razón para distinguir lo que es creíble y lo que no debemos creer.
Somos creyentes, pero tampoco somos crédulos, es decir, no creemos cualquier cosa que nos digan. Creemos en lo que esté atestiguado por la palabra y el testimonio de vida. ¿Por qué le creemos a los apóstoles y a los evangelistas que escribieron los cuatro Evangelios? Porque su palabra estuvo apoyada por su vida. Dieron su vida porque creyeron que, lo que relataban, era verdadero, de manera que, cuando fueron amenazados de muerte, no se echaron para atrás, y no porque fueran fanáticos sino porque estaban seguros de que lo que predicaban era verdadero.
En la lista de testigos está Santa Catarina, que fue condenada a muerte. Relata la historia de su vida cómo enfrentó la adversidad, cómo tuvo que ir más allá de lo que, humanamente, se soporta. Sin embargo, permaneció firme en la fe porque tenía una certeza: que Dios salva a los elegidos. Santa Catarina fue intimidada por los jueces. Es más, ella, incluso, tiene que enfrentarse a su propio papá. El papá, prácticamente, estuvo de acuerdo en que la mataran. Sin embargo, permaneció fiel.
¿Qué relata el martirio de Santa Catarina? Que en el primer intento de matarla no pudieron hacerlo. Para sorpresa de los verdugos, cuando quisieron atravesar el cuello con la rueda de cuchillos, la rueda se rompió. Dice el Evangelio, “el que busca la vida la pierde y el que la pierde, la gana” (Mt 16, 25). Sabemos que Él tenía el poder de salvarla de modo definitivo. Sin embargo, acepta la ofrenda de sus mártires.
Hermanas y hermanos, hay que pedir la fe. Hay cosas que son increíbles, impensables. Dice una tradición que Santa Catarina, una vez que la matan, los ángeles transportan su cuerpo desde Alejandría hasta el monte Sinaí, donde, desde el siglo VIII su cuerpo se encuentra en un monasterio. Ahí hay puro desierto, sin embargo, en ese lugar hay agua y tienen jardín. Gracias a Dios, ese lugar aislado se convirtió en un centro de cultura. Ahí está el primer pergamino, el sinaítico, donde está toda la Sagrada Escritura.
Yo quiero invitarlos a todos a que pidamos el don de la fe. Nos la jugamos cuando creemos, pero vale la pena creer. Hay que pedirle al Señor todos los días que podamos creer, porque las cosas más importantes y definitivas de la vida tienen que ver con la fe.
La fe que tuvo Santa Catarina la llenó de valentía, y no porque fuera alguien fuera de serie, sino porque el Señor le regala la fe y le da la fuerza de creer en la adversidad. Así es la fe, dice San Pablo, “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8, 35. 37-39).
Vamos a encomendarnos a Dios, nuestro Señor, a Cristo que nos salvó, al Espíritu Santo que nos santifica, a la santísima Virgen María que nos protege, pero también pedimos la intercesión de Santa Catarina, patrona de la verdad, de todos aquellos que investigan, de los filósofos, de la gente que piensa, que busca la verdad, y ella nos instruya con su ejemplo.
Que Dios bendiga esta comunidad parroquial que está bajo la protección de Santa Catarina, que tiene el encargo de cuidarnos.