X aniversario de defunción Cardenal Suárez Rivera / Catedral Metropolitana de Monterrey / 22 de marzo del 2018
Quiero agradecer a todos ustedes que hayan aceptado venir a celebrar con nosotros esta Eucaristía, a ustedes, fieles laicos, a los hermanos y hermanas del Consejo Interreligioso que han podido acompañarnos, a mis hermanos sacerdotes y obispos.
Celebrar la Eucaristía es hacer memoria de la historia de la salvación. Primero, la historia de Dios con nosotros. Pero también nuestra historia que corre en las manos de Dios.
Hoy nos ha dicho el Señor Jesús, “el que es fiel a mis palabras no morirá para siempre”. La fidelidad, la palabra dada, la alianza, la negociación, siempre nos da el regalo más grande que da el Señor: la vida para siempre.
Se fijaron que dije “negociación”, porque, en esos términos, se relacionaron los padres de Israel con el Señor. La discusión, los encuentros con el Señor de Abraham, de Isaac, de Jacob, siempre fueron en este diálogo, en esta discusión con Dios, presentándoles su nada y su fragilidad. Pero siempre invocando el poder y la misericordia del Señor.
Celebrar la Eucaristía es por ello una profesión de fe. Hemos venido a profesar nuestra fe, la fe que, en Cristo resucitado, la fe en su palabra y en su presencia, la fe en el que él está vivo y regala la vida. Profesamos la fe de que aquellos que, antes que nosotros, han caminado en esta historia, siguen vivos en Dios.
Esa es la certeza que nos anima. Dice el apóstol san Pablo, “si solo tuviéramos fe en Dios para las cosas de este mundo seríamos los más desdichados de todos los hombres”.
Nuestra oración, nuestra Eucaristía, nuestra intención de pedir por el señor Cardenal Adolfo Antonio nos ayuda a nosotros también a decirle a Jesús, “yo creo, yo creo que tú eres el Hijo de Dios, yo creo que tu palabra es verdadera, yo creo que el regalo de la vida eterna es real y verdadera”.
Por eso el Señor dijo, “el que es fiel a mis palabras no morirá para siempre”. Permanecerá vivo no de la misma manera como ustedes y yo estamos aquí, sino los modos como Dios sabe regalar la vida.
San Pablo, en la primera carta a los Corintios, en el capítulo 15, se pregunta, “y ¿cómo vamos a resucitar?” Termina diciendo, “no podemos explicarlo. Así como hay una diferencia entre una semilla y la planta, que nosotros sabemos que la planta proviene de la semilla, sin embargo, son totalmente diferentes, así es la vida eterna. Lo único que sabemos es que esta semilla, que se siembra en la tierra, producirá un fruto”. Y eso nos anima siempre y profesamos la fe.
Por eso nos hace mucho bien pedir por nuestros hermanos difuntos, porque nos pone también a nosotros ante la pregunta, “¿Crees o no que Cristo ha resucitado? ¿Crees o no que su palabra es verdadera?”.
Pero también, la oración eucarística es gratitud. Quien viene a la Misa aprende a saber decir “muchas gracias”. Las gracias, que no siempre son proporcional, pero que significan el reconocimiento de que Dios y muchas personas merecen de nosotros la gratitud.
Esta Eucaristía, en la que le decimos al Señor “muchas gracias”, también queremos mostrar nuestra gratitud con el señor Cardenal. La gratitud por haber sido pastor de esta Iglesia, la gratitud por haber compartido su vida con nosotros.
La Eucaristía es escuela de gratitud. Cuando uno viene a la Misa aprende a mirar con buenos ojos a los demás, aprende uno a no exigir nada a cambio, simplemente, uno dice, “muchas gracias”.
Me gusta mucho nuestro modo de ser mexicano. Un mexicano nunca habla mal de alguien que murió. Eso refleja nuestra nobleza, eso refleja nuestro modo de ver la vida.
Puede ser que, en el camino, nos hayamos lastimado o hayamos quedado insatisfechos de las personas que han convivido con nosotros. Pero tenemos esta gran capacidad de fijarnos en lo bueno, de fijarnos en lo amable.
Cuando vamos a una Misa y pedimos por un hermano difunto, siempre miramos lo que es bueno, siempre miramos las virtudes, las cualidades. Y esa es la pedagogía del Señor y de la Eucaristía.
En la Eucaristía no hay reclamos, en la Eucaristía no hay cobros de facturas. Simplemente decimos, “gracias”.
Yo quiero invitar a mis hermanos sacerdotes, especialmente a los que tuvieron mucha convivencia con el señor Cardenal a que salga de su corazón un “gracias”, según Dios.
Este espíritu agradecido que nos engrandece, que nos llena de confianza. Pero también la Eucaristía es un llamado a la esperanza, a que miremos también nuestro futuro.
El Señor a nosotros también nos llamará a su presencia y tenemos que fortalecer esa confianza en Dios, ese deseo de estar con Dios, esa sonrisa que tuvo Abraham cuando creyó.
Dice la Escritura, que cuando Abraham vio la promesa cumplida, cuando tuvo en sus manos a Isaac, sonrió. Y por eso le puso ese nombre a su hijo, “Dios me hace sonreír”.
Esta es la esperanza, hermanos, saber sonreír, mirar el futuro siempre con esperanza y con alegría. Es así como crecemos como Iglesia, como personas.
Gracias a todos por haber venido a hacer esta memoria de los 10 años de fallecimiento del señor Cardenal Suárez. Esta Eucaristía le hace bien a él y nos hace bien a nosotros. Siempre los bienes espirituales son mutuos, son para todos.
Hoy lo ponemos en la presencia de Dios, porque sabemos que Dios mira siempre lo mejor de nosotros. Pero también el celebrar esta Eucaristía a nosotros nos permite fortalecer nuestra fe, recuperar nuestro sentido de gratitud y, sobretodo, nos ayuda a sonreír y a mirar nuestra vida con esperanza.
Que la santísima Virgen María del roble nos fortalezca en este caminar. Y si miramos hacia atrás, como lo hacemos en esta ocasión, lo único que se espera de ir hacia atrás, es decir “muchas gracias”.
Así nos enseñó san Juan Pablo II cuando nos decía, “el pasado hay que mirarlo con gratitud, el presente con mucha pasión y el futuro con esperanza”. Aprendamos a mirar nuestra historia de la Iglesia, la historia de nuestra comunidad de Monterrey con gratitud.
Los que estuvieron antes que nosotros hicieron su parte, pusieron su empeño, quisieron cumplir la voluntad de Dios. Ahora a nosotros nos toca, con el mismo sentimiento de humildad, reconocer nuestras fragilidades, pero también con mucha esperanza y con muchas ganas de servir a Dios.
Sonreír ante el futuro y el presente que el Señor nos regala. Que el Señor le conceda al señor Cardenal Suarez el gozo de la vida eterna y, puesto que creemos en la comunión de los santos, deseamos que él también interceda por esta Iglesia de Monterrey que quiso tanto.