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Imploren a Cristo que envíe su Espíritu Consolador

Confirmaciones parroquia Sagrado Corazón, Centro / 2 de junio del 2018

Estimados hermanas y hermanos, estimados papás, padrinos, amigos y amigas de estos niños y niñas que hoy vamos a confirmar.

Me da mucho gusto en esta mañana celebrar con ustedes. Juntos vamos a pedirle al Señor les regale su Espíritu Santo. Este Espíritu que Cristo ha regalado a su Iglesia.

Quiero solo hacer una reflexión con ustedes. El título que Jesús le da al Espíritu Santo es muy evocador. Le llama “Consolador”, el Espíritu Santo Consolador.

¿Qué significa consolar? Cuando uno está muy triste, cuando uno está desanimado, cuando uno ha perdido la esperanza, cuánto bien nos hace escuchar una palabra, y, al mismo tiempo, sentir la cercanía de alguien.

Con toda razón, Jesús llamó al Espíritu Santo “Consolador”. Porque, ¿quién de nosotros no ha sufrido? Sabemos los adultos lo que significa un desaliento, una desilusión, la desesperanza.

Queremos apoyar con nuestra oración, con nuestra cercanía y con nuestro cariño a estos niños y niñas que comienzan la vida. Ellos saben, al menos lo escuchan, de que la vida no es fácil. Oyen de sus papás los diversos problemas, también conocen lo que sufren sus amiguitos, sus amiguitas.

Y por eso la Iglesia los quiere preparar. Preparar con buen ánimo. Como le decimos a la Virgen María, “que nos acompañe en este valle de lágrimas”.

La vida es siempre muy bonita, pero tiene un doble rostro, como una medalla. Por un lado, muchas cosas realidades que nos alientan. Pero, por otro lado, tiene un rostro de dolor y de tristeza.

Pero Cristo quiere que brille el lado bueno, el lado positivo. Es cierto, tenemos desalientos, a veces ya no tenemos como ganas de vivir. Decimos en México, “andamos como arrastrando la cobija”.

El desaliento. A veces, tenemos desilusiones. Esperábamos algo bueno de los amigos, de los más cercanos, pero puede ser que nos fallen. Porque todos, por ser humanos, tenemos muchas limitaciones.

Podemos fallarle a la gente que queremos. A veces, a propósito, a veces, sin querer. Podemos dañar el buen ánimo de alguien, lo podemos desilusionar. Como los niños pueden tener ilusiones que, de repente, no se pueden cumplir.

Pero también, a veces tenemos desesperanza. Ya no tenemos nada de ganas, nos hacemos escépticos, es decir, ya no creemos en nada ni en nadie.

Y el Señor hoy nos quiere regalar su Espíritu. Tener fe en Dios, confiar en Él. Por eso, desde la época primitiva de la Iglesia, los apóstoles, para animar a la comunidad que había oído el Evangelio, que se había bautizado, deciden visitarla en Samaria.

Y los apóstoles, llegando de frente a la comunidad, hacen dos cosas bien bonitas: oraron por todos los que estaban reunidos, y, segundo, les impusieron las manos en la cabeza.

Palabra y gesto. La palabra del evangelio orada. Lo que habían oído del evangelio los apóstoles lo convirtieron en una oración de buen ánimo para el pueblo.

Pero también pusieron sus manos en la cabeza de aquellos que habían creído en Jesús y habían sido bautizados. Recibieron, entonces, el Espíritu Santo.

Miren, mucho antes de Cristo, desde la época de los profetas, Dios había instituido el signo de imponer las manos. Hoy hemos perdido esa costumbre y esa práctica.

Cuando yo era niño, mis papás me ponían la mano en la cabeza, en señal de bendición. Algunos de ustedes todavía lo hacen en casa.

Tocar, acercarse, signo de ánimo. No basta decir una palabra de distancia, que es muy bueno. Cuando nos llaman por teléfono, o nos mandan un WhatsApp, qué agradable es esa palabra.

Pero más fuerte es cuando estamos cerca, cuando damos un abrazo, cuando, con las manos sentimos la presencia que alguien nos ama, que alguien nos quiere.

Por eso el Señor quiso que sus sacramentos tuvieran estas dos partes: orar e imponer las manos sobre la cabeza. Yo lo haré primero estirando mis manos, formando una especie de casita de doble techo.

Y luego, en el momento de ungir, nuevamente impondré mi mano en la cabeza de cada niño y niña, para que sientan la cercanía de la Iglesia.

Pide la Iglesia, por eso, que sea el obispo el que confirme. Pero, como es imposible que lo haga para todos, entonces me ayudan sacerdotes delegados. Ustedes comprenden que, materialmente, no puedo hacerlo, ni un servidor, ni los obispos auxiliares.

Por eso, en algunas parroquias, delego a algún sacerdote que, a nombre mío, haga la oración por los niños y niñas y jóvenes y les impongan las manos. Hoy lo hago con ustedes.

Vamos a pedirle mucho a Dios todos. Nosotros, los más grandes de edad, ya sentimos la fuerza que nos anima a implorar la cercanía de Dios. Podemos ser presa del desaliento, de la desilusión y de la desesperanza. Pero vamos a fortalecer.

Y por eso ustedes, papás y padrinos, tienen esa tarea. Animen a sus ahijados con palabras de aliento, positivas, que los impulsen a seguir adelante, que se porten bien. Porque la solución frente a los problemas de la vida tiene que ser siempre hacer el bien.

Cuando uno quiere evadir los problemas los vicios, el alcohol o las drogas, lejos de solucionar el problema, se agrava y se incrementa.

Por eso nos hace falta, a todos, una palabra de aliento, una oración. Pero también, sentir la cercanía. Que Dios bendiga a sus familias y que a estos niños y niñas el Señor los nutra, los fortalezca, para que, en la medida en que van creciendo y que Dios les va regalando la vida, tengan la fortaleza de Dios.

Y que siempre imploren a Cristo el envío de su Espíritu, el Espíritu Santo Consolador. Que también se dice, “Paráclito”. Es lo mismo, “Paráclito”, en lengua griega, y “Consolador” en nuestra lengua española. Consolador, el que consuela, porque a todos nos hace falta una gran dosis de consuelo.

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