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Identidad y vocación, bases del discipulado y la misión

En el itinerario del cuarto Evangelio, así como en los sinópticos, al nacimiento y encarnación, antes de la misión pública, siguen el fortalecimiento de la identidad y la vocación. Uno de los objetivos pedagógicos del Evangelio de Juan es darnos a conocer, poco a poco, la identidad de Jesús. En cada encuentro y diálogo narrado, el discípulo que es a su vez el lector, va descubriendo quién es Jesús. Además, nos narra que Jesús con mucha frecuencia, hace referencia a la importancia que para Él tiene la claridad de su identidad y vocación.

La identidad se refiere a quienes somos en verdad, no a lo que otros dicen que somos. La vocación hace relación a la “misión” a la que se nos llama de lo alto, a la razón más profunda por la que fuimos creados y a la que somos enviados. Hemos citado antes los cuestionamientos que los enviados de Jerusalén le hacen a Jesús acerca de su identidad: “¡Dinos quien eres!” y hemos visto cómo Juan el Bautista tiene clara su identidad y refiere la mirada de sus discípulos hacia Jesús: “Él es el Cordero de Dios”, para que lo sigan. “Hemos encontrado al Mesías, que quiere decir el Cristo”, afirma Andrés a Natanael y Nicodemo busca también si la identidad y vocación de Jesús concuerda con la del Mesías esperado: “Sabemos que vienes de parte de Dios como Maestro”.

Incluso en el cuestionamiento desesperado de sus contrincantes aparece ese anhelo de conocer la identidad y vocación: “Dinos quién eres, hasta cuando nos tendrás en suspenso”. Tener una identidad y vocación clara y firme hace que Jesús trabaje y sirva en la misión con pasión, disponibilidad, convicción y valentía: “Mi Padre no descansa, yo tampoco descanso”, afirma ante quienes cuestionan su actuar. Es muy claro el contraste entre la identidad de Jesús, que se sabe Hijo amado de Dios, elegido y enviado desde lo alto a servir al pobre, enfermo, alejado e incluso al cercano, con la débil, nula e incluso falsa identidad y conciencia vocacional de los fariseos. El capítulo quinto de Juan se muestra a Jesús, su vida, identidad y misión en referencia al Padre de quien aprende y a quien obedece: “El Hijo no hace nada por su cuenta, solo hace lo que ve hacer al Padre”, En el momento del juicio ante Pilato afirma, sin miedo a las consecuencias, quién es: “Yo he venido al mundo como testigo de la verdad”. Para Jesús la identidad y misión, en congruencia con la pedagogía de la encarnación, no será fuente de distinción o privilegio ante los demás, para Él la identidad y vocación son la base de su espiritualidad que le impulsa a un permanente discipulado y misión.

Nada lo desanima: “Yo no estoy solo, mi Padre está conmigo”, afirmará cuando algunos o muchos le abandonan y su alimento, es hacer la voluntad del que lo ha enviado y llevar a cabo su obra (Cfr. Jn 4, 34). Los fariseos, en cambio, buscan su identidad no en Dios, sino en la gloria de los hombres (Cfr. Jn 5, 41) y por ello se confunden y, lejos de dar testimonio de la verdad en su ministerio, se convierten en mentirosos, “hijos de vuestro padre el Diablo”. Ellos no buscan la voluntad de Dios en su vida, no comprenden su vocación y por ello terminan buscando su identidad en modelos mediocres, falsos y débiles que no dan sentido a su vida y misión.

Todo lo que hagamos en el contexto de la implementación y ejecución de nuestro nuevo plan para fortalecer nuestra identidad y vocación será sin duda una inversión de tiempo bien hecha. De manera especial, reitero la invitación a leer con actitud de discípulos el evangelio de Juan y al hacerlo, pensemos en la identidad del mismo Jesús, de sus discípulos y de cada persona con quien se encuentra en la misión. Esta es una clave de lectura: hay que confrontar nuestra identidad y misión al leer cada capítulo del Evangelio que busca precisamente que conozcamos y creamos en la identidad de Jesús, de sus discípulos y, por tanto, en nuestra propia identidad y vocación.

Mons. Rogelio Cabrera López

Arzobispo de Monterrey

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