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Graduación de la primera generación de Preparatoria del IAM

Graduación de la primera generación de la Preparatoria del IAM – 2 de junio de 2017

Estimados jóvenes, muchachos y muchachas, estimados seminaristas, familiares y amigos de nuestro Seminario, estimados hermanos sacerdotes, me da mucho gusto que además de los sacerdotes responsables del Seminario de Monterrey nos acompañen los Padres de Santa Cruz y los Padres de los Oblatos de San José, ya que compartimos todos la misma misión: formar a los discípulos de Jesús. Me da gusto celebrar esta Eucaristía para darle gracias a Dios por la primera generación de nuestra preparatoria.

Hace cuatro años presenté la iniciativa, al Consejo Presbiteral y al Colegio de Consultores de nuestra diócesis, para que pudiéramos abrir la preparatoria del Seminario Menor a los jóvenes que quisieran compartir con nosotros este proyecto educativo, y así, este proyecto logró concretarse hace tres años y ahora somos testigos del final de esta primera generación. Los felicito por haber culminado esta etapa de su formación humana, pero también de su formación cristiana, ahora cada uno de ustedes, ayudado por la gracia de Dios y haciendo todo su esfuerzo, tienen que continuar preparándose para servir mejor, pero también para ser mejores personas desde el punto de vista humano pero también espiritual.

Hoy, el Evangelio nos permite comprender algo que considero muy importante para todo joven que estudia, para toda persona que quiere tener un proyecto de vida. Qué importante es el modelo que el Evangelio presenta, el caminar de una persona que quiere seguir a Jesucristo: el modelo de san Pedro. En este proyecto vocacional que presenta el Evangelio, el Señor pone una sola condición para ser mejores personas, para ser discípulos suyos: el amor, porque sólo el que ama puede tener un proyecto de vida, sólo el que ama alcanza las metas trascendentes en la vida; porque la vida no tiene sentido sólo en el éxito humano, el alcance temporal de un objetivo, sino en el proyecto total de la vida, porque nosotros no solamente tenemos que cumplir una misión aquí en la tierra, sino estamos llamados a mirar al cielo. El catecismo más antiguo que se aprendió en México tenía está pregunta “¿para qué está el hombre en el mundo?” la respuesta era “para amar y servir a Dios en esta vida y después verlo y gozarlo en la otra”. Esta es la dimensión de cómo hay que ver la vida, porque si uno pone toda su esperanza sólo en las cosas de este mundo, puede uno desilusionarse, desalentarse. Hay que mirar muy lejos jóvenes, hay que mirar hasta el cielo, para que así todos los momentos de la vida puedan ser vividos con alegría, con entusiasmo, pero también con mucho sacrificio. No todo en la vida es exitoso, no siempre logramos lo que soñamos, pero hay un objetivo que siempre se logra: estar con el Señor, y ese logro dará sentido a las alegrías y penas, éxitos y fracasos, pero tenemos que luchar siempre en todo momento, hay que esforzarse en cada paso, para que así todos nuestros días vayan teniendo sentido.

Quiero animarlos a seguir adelante, pero sobretodo quiero animarlos a buscar el proyecto de amor y felicidad que propone Jesucristo, el proyecto de amor que es el que le da toda la dimensión a los logros académicos. La mayor parte de ustedes creo que comenzarán sus estudios universitarios, hay que echarle ganas, México necesita profesionistas bien capacitados, pero sobretodo necesita gente buena, gente que se pone de lado del bien, que tenga convicciones de fe, esperanza y de caridad.

El Señor le preguntó a Pedro “¿me amas?”, después de tres preguntas el Señor le dice “sígueme”. Tres veces le pregunta, no porque Cristo dudara de la respuesta de Pedro, como él mismo le dirá “tu lo sabes todo, sabes que te quiero”. Dios lo sabe todo, pero como nos hace falta a nosotros pronunciarlo, decirlo, comunicarlo; le hizo bien a Pedro responder, le hizo bien a Pedro tomar conciencia de que Cristo lo estima y lo llama a formar parte de un proyecto salvífico, por eso después de preguntar le dice el Señor a Pedro “sígueme”, ven conmigo, y sígueme en todos los momentos de la vida hasta el final, “cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”, dice el evangelista que estas palabras se referían al género de muerte con que glorificaría a Dios.

Así es muchachos: sigan adelante, sean buenas personas, sean buenos creyentes, la fe a nadie le estorba, la religión no es un obstáculo para caminar y realizarse, al contrario, es un resorte que los empuja a ser mejores y realizarse en plenitud, sin olvidar que al mismo tiempo que se realizan en este mundo nunca deben de dejar de mirar la eternidad. Y también aquí a los jóvenes seminaristas que terminan su diplomado en Humanidades les quiero animar a seguir adelante, algunos ya tomaron su decisión, cualquiera que sea el rumbo concreto que tome su vida nunca deben olvidar que la razón de todo es amar a Jesucristo y amar su voluntad, ya sea como sacerdotes, ya sea como parte de una familia o como el Señor los quiera y los llame, pero siempre haciendo el bien y mirando a Nuestro Señor Jesucristo. Gracias a ustedes papás que confían en nosotros, el Seminario hace lo mejor que puede y esperemos que haya sido todo para bien. Sé que la mayoría de los seminaristas, por no decir todos, tuvieron un crecimiento y esto es una realidad que hay que agradecer al Señor. Sepan que todos en esta Iglesia, y en este Seminario, estamos para servir y ayudar.

 

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