Misa Seminario Mayor de Monterrey / 23 de abril del 2018
Hermanos seminaristas, hermanos sacerdotes: qué bueno que me tocó venir a celebrar con ustedes en este novenario dedicado a san José y que, este día muy cercano a la fiesta de Cristo, Buen Pastor, sea ocasión para pensar en el tema vocacional. Puesto que san José es patrono de las vocaciones.
Ayer celebramos la jornada mundial de las vocaciones. La primera fue cuando estaba iniciándose el Concilio Vaticano II, en 1963.
Es cierto que el Papa Pío XII había pedido a todas las Iglesias particulares que tuvieran, como parte de su trabajo diocesano, la obra de las vocaciones sacerdotales, llamada “la opus”, obra de las vocaciones sacerdotales. En muchas diócesis, sobre todo en las más antiguas, siguen llamando así al trabajo vocacional. Por ejemplo, allá en Tacámbaro, donde fui obispo, sigue hablándose de “la opus”.
Con motivo de la fiesta del Buen Pastor y de la jornada mundial de las vocaciones, el Papa Francisco nos dio un mensaje con tres verbos: escuchar, discernir y vivir, para animar a la Iglesia a descubrir la vocación que Dios le regala siempre a manos llenas a su Pueblo.
Cuando le preguntaron al Papa Francisco si había crisis vocacional, dijo “no me vengan con ese cuento chino, Dios siempre llama”. Es cierto que hay temporadas en la Iglesia que menos jóvenes, hombres y mujeres, hacen caso a la llamada de Dios. Pero siempre Dios está llamando a las vocaciones a su servicio y al servicio del pueblo de Dios.
Todo comienza por escuchar la voz de Dios, escuchar la voz del mundo que nos habla de la necesidad que tiene de Dios. Por eso primero tenemos que escuchar atentamente.
Pero también discernir. Cada uno tiene que descubrir qué es lo que Dios le está pidiendo, a qué le llama, cómo quiere responderle al Señor, cuál es el estado de vida en el cual se puede santificar y, al mismo tiempo, servir al pueblo de Dios.
Discernir y, sobre todo, vivir. Porque la vida no se puede siempre encerrar en ese ciclo del discernimiento, estarle dando vueltas al mismo asunto. Vivir, esta es la consigna más importante. Vivir cada día, cada minuto transcurre nuestra vida.
Y el discernimiento, por ejemplo en la etapa del seminario, no es un gran paréntesis en la vida. Ustedes, muchachos, viven, no hay paréntesis, no hay para luego. Se vive cada momento con intensidad.
En este día la Palabra de Dios sobreabunda en el tema vocacional. Dice Jesús, “yo soy la puerta de las ovejas”. ¿Para qué sirve una puerta? Para entrar y para salir. No puede tener un solo movimiento, ni un solo objetivo.
La puerta en un momento es para resguardar a los de adentro, pero también la puerta se abre para salir, salir a comer, a compartir.
Cuando una ciudad está sitiada, es decir, encerrada, acaba por hambre y por sed. Nunca la puerta debe estar siempre cerrada, debe tener ese doble movimiento. Se abre y se cierra, y Jesús por eso dice “soy la puerta”.
Es cierto, hay bandidos y ladrones, pero dice Jesús, esos no cruzan la puerta, esos se brincan por la pared. No entran por la puerta porque son ladrones y mercenarios. “Yo soy la puerta”.
Ahora la Iglesia toma consciencia de que no puede estar encerrada, que debe de salir. Fue famosa la frase del Papa Francisco, “prefiero una Iglesia que sale y se accidenta a una Iglesia que muere por encerrarse”.
Hoy la Iglesia pide que la puerta esté abierta, que salgamos, que entendamos que no podemos estar atrincherados. El relato de los Hechos de los Apóstoles dice que los discípulos estuvieron encerrados por miedo a los judíos. Se abrió la puerta y salieron.
Esa es la salida que hoy la Iglesia nos pide a todos, porque Cristo mismo es la puerta, se cierra y se abre. Da seguridad, pero también permite salir a buscar, a comer, a convivir, como es siempre el don del movimiento de la vida.
Cómo ustedes seminaristas, un tiempo están aquí formándose, estudiando, compartiendo, pero siempre con la vista puesta en la salida, salimos y entramos, entramos y salimos.
Eso el movimiento sano, natural, de toda persona, de toda comunidad. Cristo es la puerta, él abre y cierra. Cierra para dar seguridad, abre para salir, para ir a comer, para ir a predicar, para ir a compartir la vida.
Vamos a pedir la intercesión de san José, el esposo de la Virgen María, el padre de nuestro Señor Jesucristo. Siempre que veo la figura de san José quedo impresionado. ¿Cómo se puede ser tan importante siendo un personaje de reparto?
Porque él no es el más importante, va en tercer lugar: Jesús, María y José. Qué importante es ser personaje de reparto. Eso somos nosotros, personajes de reparto. No somos los protagonistas, no somos los personajes más importantes. Nos toca acompañar, nos toca ir cerca del número uno, de la estrella, de Jesucristo.
Fíjense qué importante son los del reparto. ¿Qué sería de la obra de teatro sin el reparto? ¿Qué sería de una película sin el reparto? Todos los que parecen secundarios, pero no son tan secundarios porque son también importantes.
San José parece un personaje de reparto, pero qué importante es su papel, qué decisivo a su papel. La historia de la salvación también pasa por su sí.
Es cierto, nos impresiona más el Fiat de María. Pero también los Evangelios nos cuentan el Fiat de José. Él también da un “sí” que marcará el futuro de la salvación. Si José no dice “sí” quedaría incompleto, inconclusa, la historia de la salvación.
Qué importantes son los personajes de reparto, qué importantes somos nosotros que el Señor nos llama a servir, a ayudar a la historia de salvación, a caminar junto con Jesús. Él es el más importante. Qué importante es conformarse con el papel que nos toca, no pretender ser más ni menos.
Así san José, siempre feliz, siempre contento, sabiendo que le toca una parte, pero que nunca pretende ocupar el puesto estelar. Que esto nos ayude a entender el ministerio sacerdotal que pasa por delante Jesús y nosotros hacer lo que nos toca. Admiremos a san José, el esposo de María, el padre de Jesús. Gracias también a su “sí” nosotros podemos gozar de la historia de la salvación.