Bodas comunitarias, Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, Salinas Victoria – 25 de junio del 2017
Hermanas y hermanos: Estoy muy contento de celebrar con ustedes la Eucaristía dominical y el sacramento del matrimonio.
La Iglesia tiene siete sacramentos, todos ellos muy importantes, pero ponemos especial atención en los sacramentos de iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía, y en el sacramento del matrimonio.
Quiero agradecer al Padre Jacobo esta iniciativa de celebrar comunitariamente el sacramento del matrimonio. Prefiero decir “comunitariamente” que “colectivamente”, porque el hecho de que vengan juntos trece matrimonios no quita la parte propia y personal de cada matrimonio.
Cada pareja viene aquí delante de Dios a ofrecerle su vida y su deseo de cumplir la misión que el Señor les encomienda.
Cuando el Padre Jacobo me invitó le pedí que en este domingo escuchemos las lecturas que corresponden al día. Hoy no escogimos las lecturas para la Misa, sino las que hoy escucha todo el mundo. En todos los continentes del mundo oímos estas mismas lecturas de la Sagrada Escritura.
Dios, que es providente, hoy les da un mensaje muy importante a toda la comunidad, pero, especialmente, a ustedes, futuros esposos cristianos. ¿Que nos ha dicho Jesús? “No tengan miedo”, y lo dijo tres veces. Cuando en la Sagrada Escritura algo se repite tres veces quiere decir que es bien importante.
Decimos que Dios es Santo, Santo, Santo. Tres veces para decir que Él es el más santo de todos y el misterio de la fe más importante; tres Personas distintas, un solo Dios verdadero: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres veces el Señor les dice “no teman”. Dios, que conoce el corazón de cada uno de nosotros, sabe que el temor infunde en cada persona muchas situaciones que no le permiten vivir con alegría.
La primera palabra que pronunció el ser humano fue “tengo miedo”: “tuve miedo y me escondí”. El miedo nos acompaña toda la vida. Toda la vida estamos cargados de preocupaciones y de miedo. Pero Dios siempre le ha dicho a la gente: “no tengas miedo”. Así le dijo Dios a Abraham, el primer viajero; se lo dijo a los profetas, a Jeremías, a Isaías y a Ezequiel; lo dijo a la Virgen María y a José; Jesús lo dijo a los doce, pero también a toda la gente, como lo oímos hoy: “No tengan miedo”.
Dios quiere acompañarnos, quiere ser el Buen Pastor que nos acompaña de día y de noche, cuando estamos contentos y cuando estamos tristes, cuando tenemos problemas y cuando los resolvemos.
Tres cosas dan miedo, dice hoy el Señor: Primero, tener miedo a decir la verdad. Segundo, a que nos maten, “no tengan miedo al que quita la vida”. El tercero, “no tengan miedo porque ustedes valen más que los pajaritos del campo”; no tengan miedo a reconocer lo que ustedes valen. Porque uno, cuando se siente menos, cuando no se valora, tiene miedo.
El Señor pide no tener miedo. Ahora ustedes que, gracias a Dios, tomaron una decisión muy importante de unir sus vidas en el nombre del Señor, han enfrentado el miedo. Muchos matrimonios tienen miedo porque escuchan muchas historias: “yo no me caso porque me han dicho que el que se casa le va mal”. No es cierto.
El matrimonio es una bendición divina, es un regalo de Dios, es aceptar que Dios sea su compañero, que caminan con Él, que cada uno sacrifica sus cosas personales para formar una sola cosa, una misma persona, cumpliendo el designio de Dios: ya no son dos, sino uno solo. Se requiere mucho valor para caminar juntos, para ponerse en las manos de Dios.
Hay una verdad: hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Tenemos una gran dignidad. Los esposos, cuando se unen, reconocen la gran dignidad que Dios les ha regalado. La dignidad de la mujer y del hombre. Tan grande es el poder de Dios que ocurre aquí algo misterioso que solo la fe puede reconocer.
Nosotros creemos, como católicos, que aquí en el altar, después de que el sacerdote dice las palabras de la consagración, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Y uno se acerca y comulga con devoción porque cree que eso es verdad. El creyente puede, por la fe, superar lo que ve y confiar en la Iglesia, confiar en el Evangelio. ¿Por que lo creo? Porque así me lo enseña el Señor, porque así me lo dice la Iglesia y confío.
Hay algo que pide nuestra fe. Que la mujer, la señora, la esposa es imagen de la Iglesia, representa a la Iglesia, y que el hombre, el marido representa a Cristo. ¡Cuidado! El marido no vaya a decir que es más importante que la mujer. Lo dice San Pablo, “gran misterio es este: que el hombre y la mujer son una misma cosa. Cristo dio la vida porque quería a la Iglesia. Así el marido debe tratar bien a su mujer “porque nadie se maltrata a sí mismo”. Todos nos cuidamos. Si tu esposa es parte de ti y tú de ella tienes que tratarla con dignidad y con amor.
Hay que dar el salto de fe. Creer que hoy el Señor está haciendo un milagro en ustedes. A partir de hoy no son lo mismo, ha cambiado algo. Pareciera que la vida sigue normal, pero no, hay un cambio, y un cambio radical. A partir de hoy ustedes son sacramento, son una señal de Dios para el mundo. Como eso es muy grande y muy difícil hoy vamos a pedir por ustedes para que cumplan su misión de hacer presente a Dios en su comunidad, en su familia; que se note que pasó algo. Tenemos que arreciar la oración porque está muy difícil la vida para los matrimonios. Este cambio del mundo, este cambio cultural, es muy complicado.
Que Dios los ayude. Decía hoy el profeta Jeremías, “Dios toma de la mano al pobre y no lo deja a expensas del malvado”. Dios se preocupa de nosotros. Si se preocupa de los pajaritos del campo, cómo no va a preocuparse de nosotros, que valemos más que los pajaritos.
Dios los bendiga.