70 aniversario FIME / Catedral de Monterrey / 23 de octubre del 2017
Hermanos y hermanas fieles laicos, hermanos sacerdotes:
Con mucho gusto he venido a compartir con ustedes la alegría de esta historia tan bella de su facultad. 70 años de formar profesionistas, para que, a través de ese servicio profesional, desarrollen y crezcan en todo aquello que hace grande al ser humano, en sus virtudes y en sus anhelos de eternidad.
En esta Eucaristía hemos oído las lecturas que corresponden a esta jornada. Quiero decirles dos cosas, a propósito de esta Palabra providencial de Dios. La primera, la acreditación de una persona la da la fe. Es cierto, nos acreditan nuestras capacidades, nuestra formación profesional, el desarrollo de todo aquello que aprendemos en la vida, aquello que vivimos en casa con nuestras familias. Pero hay una acreditación superior, que es la acreditación que da Dios al ser humano. Como lo hizo con Abraham, a quien acreditó por su fe, así también hoy dice, san Pablo, “del mismo modo ustedes también pueden ser acreditados por Dios” (cfr. Rm 4, 20-25).
Hoy en todo el mundo académico, educativo, profesional, se pide acreditar, certificar que todo aquello que se estudia, que se practica, que todo aquello que enseña la universidad, esté a la altura de la historia humana. Si en esas cosas se requiere certificación, es decir, la certeza de que estás bien, la seguridad de que eres una persona correcta y que eres un profesional capacitado, es importante su certificación.
El Señor certificó al hombre más importante de la historia de la fe humana: Abraham. Abraham fue acreditado por su fe. Y ¿en qué consistió su acreditación? Se puso a caminar en la aventura de la fe. Él no tenía las cosas seguras, no tenía una bola de cristal para saber qué continuaba en su vida, cuál sería el final de su trayecto humano.
Pero, confiando en el Señor, se dejó acompañar por Él y pudo responder a la fe. Porque la fe es caminar con una certeza en medio de la incertidumbre humana. Dice el autor de la carta a los hebreos, “la fe es la prueba de las realidades que no se ven, es aquello que nos da la seguridad de que existe” (Hb 11,1).
Por eso, el Señor les invita a ustedes que, de una manera u otra participan de la riqueza de profesional de FIME, a caminar, a no quedar satisfechos con los logros alcanzados, sino ponerse, como Abraham, en esta aventura, en este camino siempre de querer explorar la voluntad de Dios.
El segundo pensamiento lo oímos en el santo Evangelio. El Señor habla acerca del dinero, de la avaricia, de la codicia (Cfr. Lc 12, 13-21). Dice el Señor que la riqueza de una persona no está en los bienes que posee. Qué importante es para un profesionista, para un padre de familia, para un miembro de la sociedad, saber darle su lugar al dinero. Es cierto, nos preparamos, nos capacitamos siempre con el natural deseo de mejorar económicamente, de tener más recursos para vivir, para que la familia pueda desarrollarse plenamente.
Pero, el dinero no es todo, peor aún, la avaricia. Ese deseo desordenado del dinero que lleva a cometer muchísimos errores en la vida. La avaricia, la ambición y la codicia pueden llevar, incluso, al asesinato, al robo, al equívoco en la vida. Un profesional que sabe darle su lugar al dinero, que tiene como criterio siempre la honestidad, las cualidades éticas y morales, podrá salir adelante. Decía el Papa Benedicto XVI, “portarse bien es la mejor ganancia”. Vivir en la caridad y en la verdad es el mejor resultado.
Quiero animar a quienes dirigen esta facultad a ponerse en camino, con ganas de servir, de crecer, de actualizarse. Tanto bien le hace la tecnología a nuestro mundo. Decía el Concilio Vaticano II que, “entre las cosas más maravillosas que puede hacer el hombre es la tecnología” (cfr. Inter Mirifica, 1).
Pero todo esto siempre tiene que estar acompañado por una acreditación superior, la de la fe, la del caminar en la voluntad de Dios, el no olvidar que la vida tiene un término. Como se lo dijo a aquel hombre que una vez tenía la fortuna, creyó que ya había llegado a la meta. Y le dice el Señor, “hoy mismo tienes que morir” (cfr. Lc 12, 20). Es bueno siempre que en todos nuestros afanes humanos, en nuestras luchas del caminar, no olvidemos que todos estamos llamados a la eternidad, de que aquí tenemos que luchar por ser buenos, por ser mejores, por ser acreditados por Dios. Pero, también, no podemos olvidar de que tenemos una carrera y un examen final ante el Señor.
Que Dios los bendiga. Me da gusto que 4 de los sacerdotes que concelebran conmigo hayan sido egresados de la facultad, aunque, seguramente, son más. Así es que felicidades a todos. Estamos muy contentos con la labor que hace la UNI y FIME en favor de Nuevo León y de México. Pidamos mucho a Dios para que esto se prolongue. Caminen según Dios y obtengan todo lo mejor que puedan recibir en este mundo. No dejen de pensar en Dios. Siempre, para ser personas plenas, déjense acreditar por el Señor a través de la fe.