Misa Exequial Don Victor Eloy Melendez – 25 de marzo de 2017
Me uno a los dos sentimientos que la liturgia de este día nos propone tener, celebramos la Solemnidad de la Anunciación del Nacimiento de Cristo, pero también celebramos esta Misa exequial, para pedir perdón a Dios por las faltas que pudo haber cometido nuestro hermano Eloy. Siempre estos sentimientos que se encuentran: la alegría y la preocupación, el gozo y la tristeza, caras de una misma medalla, situaciones que ustedes y yo siempre vivimos. Nuestra vida transcurre así, en medio de gozos, en medio de tristezas, pero siempre brilla la luz de Dios. Agradezco la presencia de los hermanos sacerdotes, todos ellos amigos y compañeros de Eloy. Hoy, juntos ustedes, familiares y amigos, sus hijos, nos estrechamos en un mismo abrazo para pedirle al Señor que su amor sea misericordioso como siempre lo es, pero también queremos agradecerle al Señor la vida que le regaló a nuestro hermano Eloy.
Hoy la liturgia nos invita a apreciar la vida, el autor de la carta a los Hebreos describe qué significa la Encarnación de Cristo. Cristo dijo al entrar al mundo “me diste un cuerpo, he venido a cumplir tu voluntad”, esa es la vocación humana, esa es la vocación cristiana, vivir el misterio de Cristo verdadero Dios y verdadero hombre. Somos seres humanos por gracia de Dios, así como a Jesús le dio un cuerpo también a nosotros. Esa es nuestra pequeñez, esa es nuestra grandeza, ahí está nuestra fragilidad y nuestra fortaleza. Precisamente la cruz de Cristo significa esa doble realidad, el más débil de los hombres y el más fuerte de los hombres, el que parece vencido pero que vence en la cruz. Ese es el misterio de la vocación humana y toda vocación cristiana, asumir con responsabilidad nuestra pequeñez sin dejar de vislumbrar la misericordia de Dios. Ese es el desafío más grande de nuestra vocación: no desalentarnos sino siempre mirando muy lejos, al cielo. Creo que nuestro hermano Eloy tuvo que vivir esta tensión vocacional, por un lado experimentar las dificultades, los sufrimientos, la pequeñez del mundo; pero al mismo tiempo apreciar la grandeza de amor divino, y el Señor le concedió ir haciendo esta síntesis vocacional. No dejar de mirar nunca a Cristo, no dejar de mirar al cielo. Pude percibir, en algunas ocasiones que lo saludé, esta gran sensibilidad espiritual, que era un hombre que supo luchar, supo tomar decisiones y supo esperar en el cielo. Por eso, con devoción hoy lo queremos presentar al Señor, queremos decirle a Cristo “este es tu hijo, este es tu hermano, este es tu amigo”. Ahí está la vocación: ser hermanos, ser amigos y ser hijos de Cristo; y Dios nunca cambia, Cristo nunca modifica su voluntad, al que quiere nunca lo suelta de su mano, nunca lo deja, y Eloy es testigo de este amor permanente de parte de Cristo, Él lo llamó, lo tuvo consigo mismo y ahora se lo lleva al cielo
Vamos a pedirle al Señor tener la alegría de la Virgen, el gozo espiritual de toda la Iglesia, porque ahí tenemos todos el gran desafío: creer en Dios y creer en el cielo, en la vida eterna. Unos por otros vamos a pedir para que no nos falte esa fe, ustedes pidan por mí y por los sacerdotes, nosotros pediremos por ustedes, porque esta gracia que se comunica mutuamente nos fortalece y aunque somos frágiles ante Dios siempre somos fuertes. Sigamos en oración agradecidos por la amistad y la comunión espiritual por nuestro hermano Eloy, y Dios que lo quiere tanto hoy seguramente lo recibe en el cielo. Que Dios los bendiga, a sus hijos y a su esposa, y todos vamos a mirar hacia adelante, hacia el cielo, ningún creyente mira para atrás, y si miramos sólo es para agradece a Dios la vida.