Misa exequial Sra. Alicia Pesina Gutiérrez, Mamá del Pbro. Miguel Ángel Flores Pesina / Capilla Santa María Niña, Guadalupe / 7 de noviembre del 2017
Estimadas hermanas y hermanos, amigos, familiares, hijos de la señora Alicia, hermanos sacerdotes:
El Concilio Vaticano II, en el decreto sobre la vida de los sacerdotes, nos enseñó a todos los sacerdotes una verdad muy bonita. Nos dice que, por el Sacramento del Orden, pasamos a ser hermanos entre nosotros, que el Sacramento del Orden no sólo nos une a Cristo, a quien hacemos presente en nuestro ministerio, sino que también hay una fraternidad sacramental (cfr. PO 7-8).
Queremos responder a esta invitación. Por eso, los sacerdotes venimos a acompañarles. Que el Padre Miguel sepa que somos sus hermanos, que, aunque no podemos comparar el sentimiento que él tiene y que tienen los hijos por la separación de su mamá, tratamos de comprender y hacer nuestro este sentimiento de afecto y de dolor por la partida de la señora Alicia. Quiero que nos unamos a ellos en este sentimiento.
Hoy la Palabra del Señor nos permite mirar bien alto. Quiere que contemplemos el amor de Dios, ese amor que no se contradice con la muerte, sino que, por el contrario, nos permite descubrir el secreto del amor de Dios, creer que el Cielo es el mejor regalo para el hombre. El que ama perdona, el que ama crea esperanza, eso le pedimos a Jesús.
Decía el libro de la Sabiduría, “los encontró dignos de sí” (Sb 3, 5). Este es el misterio del amor. Nadie es digno de ser amado por Dios, pero gracias a Jesucristo, somos dignos de su amor. Dios nos mira como a Jesucristo, somos hermanos de Él, y Él nos lleva junto así. Por eso, en el Evangelio dice que seguirlo es para estar con Él. Dice, “el que quiera servirme que me siga, para que donde yo esté también esté mi servidor (Jn 12, 26).
En la Iglesia hablamos de la vocación como seguimiento de Jesús. El Evangelio nos permite ver cuál es la razón de nuestra vocación: estar con Cristo. Esta es la razón de nuestra vocación. A veces pensamos que la vocación es para un ministerio, que es santo y grande predicar la Palabra, celebrar la Eucaristía, animar en la caridad. Pero lo más bello es estar definitivamente con Él. La vocación humana, cristiana y sacerdotal cumple su objetivo cuando el Señor nos concede estar definitivamente con Él en el Cielo.
Vamos a pedir la fe. Hermanos, la fe se pone a prueba cuando hay muerte. Decía San Pablo, “Si nuestra esperanza en Cristo se limita sólo a esta vida, ¡somos las personas más dignas de compasión! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron” (I Cor 15, 19-20). Ahí tiene razón nuestra esperanza.
Con el afecto que merece la familia, los hijos de la señora Alicia, nos unimos todos en esta mirada y sentimiento alegre. Porque el Señor, aunque se la llevó de este mundo, ahora goza del premio que todos aspiramos. Vamos a pedir la fe de Cristo, de sus discípulos, la fe de los santos, para que, como San Pablo, digamos: es mucho mejor estar contigo (cfr. Flp 1, 23).