53º Aniversario de la Coronación Pontificia de la Virgen del Roble, Basílica de Nuestra Señora del Roble, Monterrey – 31 de mayo de 2017
Estimadas hermanas y hermanos fieles laicos, estimados seminaristas, hermanas religiosas, hermanos sacerdotes, hermano obispo. Todos muy contentos de celebrar a la Virgen María en esta su fiesta universal de la Visitación de Nuestra Señora a su prima Isabel, pero también en esta fiesta diocesana en la que recordamos los cincuenta y tres años de la Coronación Pontifica de Nuestra Señora del Roble.
En medio de este ambiente festivo hemos oído la Palabra del Señor, palabra que se cumplió y que sigue vigente a lo largo de la historia humana, de la historia de la Iglesia, aquella visita de la Virgen María a su prima Isabel vino a ser como un modelo evangelizador, es María quien lleva a Jesús a s
u prima Isabel. Ya desde esa ocasión la Iglesia aprende que en su tarea misionera es portadora siempre de Cristo y de su Evangelio. La Visitación, la importancia de una visita, san Pablo decía hoy “esmérense en la hospitalidad”, vamos a ver la visita desde quien recibe la visita; sabemos que desde quien hace la visita es un acto de amor, de bondad, de gracia, como cuando Dios visita a su pueblo, como cuando Jesús visita a Israel y visita la gente en concreto, recordemos aquella famosa visita a la casa de Zaqueo. La visita tiene dos contrapartes: el que visita y el que recibe la visita, muy importantes los dos lados, desde luego el visitador y el visitado son los más importantes. Cuando Cristo visita Él es el más importante, como cuando fue a visitar al Centurión, el Centurión reconoció y dijo “no soy digno de que vengas a mi casa”, siempre la grandeza de Dios, la belleza de María están por encima de todo.
Qué importante es la actitud de quien recibe la visita, sabe reconocer que es un momento de gracia, un momento de amor, es un verdadero encuentro. Por eso, Isabel cuando ve que entra María dice “como es que la Madre de mi Señor viene a verme”, soy digno de tan grande visita, pero abro las puertas para que venga. La indignidad no tiene nada que ver con cerrar las puertas, al contrario, reconociendo la gracia inmerecida se reconoce también como una oportunidad de salvación. En toda visita se da esta doble relación, el que visita y el que recibe la visita; hay dos resultados de este encuentro, la alegría, no creo que haya una visita que no se reciba y no produzca alegría, salvo la del cobrador, pero la visita siempre es agradable, que alguien vaya a la casa de uno es siempre motivo de alegría porque estamos diciéndonos que los dos contamos, los dos somos importantes, los dos somos personas que entran en comunicación de afecto, de cariño, de amor; pero también en toda visita hay un resultado que uno ni siquiera puede imaginar, siempre está la sorpresa de toda visita, la gracia salvadora, la gracia que salva, siempre hay una sorpresa, uno no sabe el alcance que tiene la visita. Dirá el autor de la carta a los Hebreos “muchos recibieron ángeles sin saberlo” simplemente abrieron sus puertas y un efecto salvador, un efecto sorpresivo que envuelto en la alegría trae también un cambio en quien recibe la visita.
Para Isabel ya no todo fue igual, esa visita marcará la relación afectuosa entre ellas dos y el proyecto de Dios para sus hijos, para Juan y para Jesús, ella dirá “el niño que va en mi seno ha saltado de gozo”, la alegría de la visita que no se limita a una persona, sino a un ambiente que se da en el entorno de todos.
Hermanas y hermanos, hoy recordamos ese acontecimiento de los cincuenta y tres años de la Coronación Pontificia, un acto, un ofrecimiento de esta Iglesia a la Santísima Virgen de reconocerla como Reina, como alguien importante de la vida de esta Iglesia, pero todo lo que ha ocurrido a lo largo de esta historia de esta Iglesia de Monterrey es un río y un caudal de bendiciones, muchas cosas no las hemos podido percibir, ni darnos cuenta, pero el caminar de esta Iglesia ha sido siempre de la mano de María, ella ha ido sorprendiendo a este pueblo con grandes bondades y con su misericordia, y la Virgen, hoy también y en el futuro, seguirá velando por esta Iglesia de Monterrey, por este pueblo que es suyo, nosotros como huéspedes, lo único que tenemos que hacer es abrir las puertas, dejar que ella llegue a nuestro corazón y de ahí brotaran gracias inmerecidas, sorpresas como son todas las cosas de Dios.
Gracias por acompañarnos a rendir este homenaje a la Santísima Virgen María, la declaramos bienaventurada, pero también con la necesidad de los hijos que requieren ser amados y que experimentemos el amor del Señor. El Evangelio nos relató ese encuentro y no sólo el encuentro, sino el canto de María cuando ella se encuentra con su prima, cantó como lo aprendió del pueblo de Israel, ella sabe cantar porque ama, porque visita, porque le gusta estar con nosotros. Que Dios les bendiga y que aprendamos a vivir la alegría del Evangelio.