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¡En nuestras venas corre sangre, no atole! Pidamos a Dios el don del Perdón

Fiesta patronal Parroquia San Rogelio / 16 de septiembre del 2017

Estimadas, hermanas y hermanos, con mucho gusto vengo a darle homenaje a san Rogelio, mi santo patrono. Dos cosas son bien importantes en la vida de los santos mártires: la profesión de fe y la confesión de fe. Es decir, la importancia de su palabra y la importancia de su vida. San Rogelio no sólo predicó, que lo hizo muy bien, sino que, además de su palabra, agregó el testimonio de su vida. Lo que dices delante de la comunidad, lo tienes que hacer delante de Dios. Dice san Pablo que “el predicador no sólo habla delante del pueblo, sino que delante de Dios” (cfr. 1 Co 14, 2-3). Dios es testigo de lo que dice y enseña, si dice la verdad y cree en ella o si sólo tiene un discurso para convencer a la gente sin que lo crea en el corazón.

¿Cuál es el punto más delicado de la confesión de fe? Cuando manifiestas más que eres fiel a Jesucristo, a su enseñanza. Cuando perdonas es el testimonio más fuerte de un creyente. Decía en otro pasaje distinto al que oímos, “si solo saludas al que te saluda ¿qué haces de extraordinario’” (cfr. Lc 6, 32). Eso lo hace cualquier persona. Pero el perdonar eso algo muy fuerte y serio. Si Cristo habla del perdón, es porque Él perdonó.

En el relato de la Pasión, Jesús, cuando estaba a punto de morir, dice, “perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). En otro, dice Pedro “¿cuántas veces tengo que perdonar? ¿hasta siete veces? Dice el Señor, “hasta setenta veces siete” (cfr. Mt 18, 21-22), es decir, siempre. San Pablo, en el himno a la caridad, en la carta a los corintios, dice, “el que ama todo lo perdona” (cfr. 1 Cor 13, 7). El mártir, no sólo es mártir porque su testimonio llegó al martirio, sino porque su vida fue reflejando esta realidad, la más importante, saber perdonar. Ni a ustedes ni a mi nos es fácil perdonar. Basta una palabra, un gesto, una mirada, para que inmediatamente nos encendamos.

Por nuestras venas no corre atole, sino sangre, y por eso nos encendemos rapidito, por eso hay sed de venganza. Dice el apóstol san Pablo, “que no te sorprenda la noche enojado con tu hermano” (cfr. Ef 4, 36). Cuántas cosas nos dice el Señor y nos llama a perdonar, pero reconociendo nuestra impotencia. Hay que pedirle a Dios, eso no se da por buena voluntad. Es un milagro perdonar. Porque perdonar no sólo es cruzarse de brazos. Cuando perdonas a otro, lo estás evangelizando. Dice san Pablo a los romanos, “no devuelvas mal por mal, sino bien por mal” (cfr. Rm 12, 17). Cuando llegamos a esto tenemos que decirle al Señor que nos ayude a todos a vivir en paz, para vivir tranquilos, para mantener la calma, para ser lentos en la venganza.

Vamos a pedirle esta gracia, que formó parte de la vida de san Rogelio. Él encendía en amor por el Evangelio y por eso hizo el atrevimiento de entrar a la mezquita y hablar de Jesucristo. Inmediatamente los musulmanes se molestaron y lo martirizaron. Así pues, vamos a pedirle al Señor que nos ayude a perdonar, porque en la casa y en la calle hace falta perdonar.

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