Graduación SEBAM / Catedral de Monterrey / 2 de mayo del 2018
Hermanas y hermanos, alumnos y maestros de biblia, o maestros y alumnos, en esta necesaria correlación. El que aprende, enseña y el que enseña, aprende, gracias por ser parte de nuestro centro de estudios bíblicos.
Gracias también a mis hermanos sacerdotes que colaboran junto con ustedes en este gran centro de rabinos. Porque, en el lenguaje bíblico, ustedes son rabinos, rabinas. Como dicen los griegos, “didaskaloi”, los que enseñan.
Y nosotros que queremos servir a la Iglesia enseñando las Escrituras, debemos siempre mirar a Cristo, el Rabí con mayúscula. ¿Cómo enseña Jesús? Él tiene en sus manos las Escrituras y enseña al pueblo de Dios.
Conocen aquel relato tan bonito del Evangelio de san Lucas, cuando Jesús llega a la sinagoga e interpreta un pasaje del profeta Isaías.
¿Qué aprendemos de Jesús? Que, para Él, la Palabra de Dios siempre está viva, se actualiza en el hoy de aquel que lo escucha. Dirá Él, “eso que escucharon se cumple hoy”.
Es lo que hace un buen rabino. No mira la Escritura como libro de biblioteca, no lo ve como un discurso que lo único que requiere es entender sus palabras; no. Tenemos que entender su lenguaje, pero, sobre todo, tenemos que descubrir su significado.
Hoy escuchamos el mismo pasaje del Evangelio que oímos el domingo pasado. Ahí tenemos al Rabino, a Jesús. Cómo toma cosas del pasado y las hace actuales.
Antes que Él, ya habían hablado de la vid el profeta Isaías y el profeta Ezequiel. Incluso, uno de los salmos hablará de Israel como la vid que extiende sus raíces, que da fruto.
Y también la parte negativa a la cual se referirá también el profeta Ezequiel y el profeta Isaías. Esta vid, en vez de dar uvas dulces, dio agraces, dio uvas agrias.
Por eso el profeta Ezequiel reclamará a Israel que anda diciendo un dicho, “nuestros padres comieron uvas agrias y los hijos sufren la dentera”.
Hay toda una historia sobre la simbología de la vid, que en este momento no toco porque tiene que ver con la Eucaristía, el vino de uva, la sangre de Cristo. Este pasaje, sin duda, es eucarístico. Lo que dice el Señor es eucarístico, ·”Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. Ahí aparece cómo Jesús enseña a su comunidad y al pueblo.
Hay otro rabí, que también aparece en la Palabra de Dios: Pablo. Pablo interpreta la Palabra del Señor y la lleva a un horizonte futuro nada fácil de entender.
Cuando san Pablo escucha lo que andan enseñando algunos de que es necesario circuncidarse y cumplir la ley de Moisés, san Pablo dirá, “es necesario interpretar, de modo nuevo, la ley de Moisés”.
Pero san Pablo descubre algo importante en la enseñanza: no hay maestro solitario. La Iglesia enseña como comunidad, de modo sinodal. Por eso convoca a los apóstoles y a los presbíteros para llegar a la correcta interpretación de la Palabra de Dios.
Por eso en nuestra escuela bíblica no solo estudiamos el texto mismo que, desde luego, es lo más importante, pero también ustedes hacen el diplomado en la enseñanza o pedagogía bíblica, hacen el taller en patrología y en magisterio de la Iglesia.
Porque nosotros recibimos una Tradición interpretativa. Esto es lo que distingue la hermenéutica católica de la hermenéutica luterana.
¿Qué decía Lutero? La Escritura se interpreta por ella misma. Un principio correcto pero insuficiente. Es cierto, el texto mismo ya es una comunicación de Dios y no hay que darle muchas vueltas para interpretarla.
Pero como nosotros, los seres humanos, no entendemos bien las cosas, las interpretamos a nuestro modo, es necesario mirar la interpretación como en la historia del pueblo de Israel y la historia de la Iglesia se ha interpretado el texto bíblico.
Por eso ustedes en la escuela bíblica tienen que descubrir esta Tradición interpretativa de la Palabra de Dios, para que no saquemos consecuencias nefastas.
Desde luego, que el criterio de interpretación es la Persona de Cristo. Pero ya Jesús decía en el Evangelio de san Juan que algunos van a matar creyendo que le dan gloria a Dios. Fíjense bien, creen darle gloria a Dios asesinando. Hasta allá puede llegar una mala interpretación de la Palabra.
Nuestra Iglesia católica por eso tiene que crear una armonía interpretativa, una hermenéutica amplia, integral, para no equivocarnos en la enseñanza que nos dice el Señor.
Quiero animarlos a que hagan este recorrido necesario para poder descubrir el sentido espiritual y el sentido pastoral de la Palabra de Dios.
Gracias al Concilio Vaticano II que nos regaló la Dei Verbum podemos tener más claridad a cerca de los criterios para interpretar correctamente las Escrituras.
Que Dios los bendiga y los anime para que encuentren en las Escrituras un gran manantial de la vida. Porque dice Jesús que en las Escrituras se encuentra vida.
No es solo saber cosas, no es solo tener cultura bíblica, es la vida, la vida de ustedes, nuestra vida y la vida del pueblo de Dios. Nunca dejen de mirar a los grandes rabinos.
Recuerdan que Nicodemo, cuando encontró a Jesús, le dijo, “rabí”, maestro. Y dirán los Evangelios, “enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”.
Esa es una indicación para nosotros. La enseñanza bíblica se hace en la oración, en la humildad y en el diálogo con quien nos escucha.
Ya no hay maestros que solamente hablan. Ahora los maestros también deben escuchar. Cuando escuchan al que le enseñan se darán cuenta si entendieron o no lo que ustedes quierían enseñar.
Así es que ánimo. Gracias por ser parte de nuestra escuela. Esto no se acaba. Hasta el último día de nuestra vida necesitamos escrutar las Escrituras y ya cuando Dios nos llame estamos seguros que en el Cielo las entenderemos plenamente.