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En las cosas de Dios solo se entienden los pequeños y sencillos

Fiesta patronal Parroquia nuestra Señora de Guadalupe, san Pedro Garza García N.L. / 12 de diciembre de 2017

Estimadas hermanas y hermanos, fieles todos devotos de la santísima virgen María de Guadalupe, estimados hermanos sacerdotes, estimados frailes que están en formación, hermano Diacono.

Quiero compartir con ustedes la alegría contagiosa de esta fiesta, donde innumerables fieles van a la Basílica y, al menos un segundo, miran el rostro de María y eso les es suficiente. Nosotros tenemos la oportunidad de celebrar la Eucaristía, de contemplar la imagen de nuestra Señora de Guadalupe, el rostro misericordioso de Dios en Cristo Jesús, de alimentarnos con la Palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Nunca hay tiempo suficiente para comprender las palabras de la virgen, como lo oímos en el Evangelio, cuando ella, contagia el gozo, esa alegría que llega hasta el vientre de Isabel. La virgen María entona una canción llena de alegría (Lc 1, 46-55), una canción que le permite subir hasta Dios mirando su propia realidad: glorifica mi alma la grandeza del Señor porque ha mirado la humildad de su esclava.

Fíjense cómo esa palabra tiene una expresión, una realización en este misterio de Guadalupe. En ese acontecimiento se encuentran tres personas pequeñas: la virgen María, san Juan Diego y fray Juan de Zumárraga. No hubiera sido creíble aquella historia contada por Juan Diego si aquellos que intervinieron no hubieran tenido el espíritu de humildad.

Porque, hermanas y hermanos, en las cosas de Dios, solo se entienden los humildes y los pequeños. Jesús, en una ocasión, emocionado, decía, “gracias, Padre, porque estas cosas las has revelado a la gente sencilla; gracias porque así te ha parecido bien” (Mt 11, 25-27).

Nuestra Iglesia tiene que ser una comunidad de discípulos del Señor, de aquellos que desean oír y aprender, de los seres de carne y hueso. Pero el Señor, en su infinita bondad, elige a la más pequeña pero la más grande ante Dios.

Porque hay una cosa que engrandece al ser humano: su capacidad de amar y sentirse amado. Solo el amor cura las heridas de la vida, solo el amor hace superar la humillación. Cuando no hay amor todo se puede convertir en odio, en resentimiento, en rencor. Unos que experimentan la humillación de la historia y de la vida, cuando se sienten amados por Dios, levantan la cabeza y transpiran esta especie de cadena virtuosa entre tres personas humildes. Es así como nos llega el mensaje del Tepeyac, por medio de la virgen María de Guadalupe, san Juan Diego y fray Juan de Zumárraga.

Me da gusto celebrar esta Eucaristía con los hermanos franciscanos. ¿Qué significa “OFM”? Orden de frailes (hermanos) menores. Solo en la pequeñez se pueden comprender los misterios de Dios, los milagros de Dios. Solo en la pequeñez uno puede aceptar aquello que parece imposible, como fue el milagro de las apariciones, que tuvo como seña algo que parece imposible, que haya flores en invierno.

Cuando fray Juan de Zumárraga le pide a Juan Diego alguna señal, Juan Diego lleva las rosas, para convencerlo. Hay algo extraordinario: diciembre no es tiempo de que se den rosas. En la manera natural, la naturaleza tiene sus tiempos, el invierno no es tiempo para las rosas. Sin embargo, ocurre esa señal.

El profeta Isaías (7, 14) dice, “el Señor les dará una señal: una virgen concebirá y dará a luz un hijo”. Eso no es normal, que una virgen conciba y dé a luz un hijo, rompe los parámetros humanos.

Sin embargo, los pequeños, los que tienen la sabiduría divina, los que se saben menores, los que reconocen que su nivel es el del polvo, pueden creerle a Dios. Los soberbios no creen en nada ni en nadie, piensan que ellos tienen la razón, que ellos mismos son la razón. Sólo el que es humilde, el que se somete a la voluntad de Dios, le hace la ofrenda de su corazón y de su inteligencia. Dice la virgen María, “el Señor ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava”.

Hermanas y hermanos, ustedes y yo, tenemos mucho que aprender de este Evangelio del Tepeyac. Para mí la enseñanza más importante es el de la humildad, el de la sencillez. Porque, ustedes y yo, no podemos olvidarnos que Dios ama a los pequeños, que Dios quiere a los sencillos, de que Dios da la inteligencia del corazón al que se reconoce esclavo del Señor.

Los tres pequeños María, san Juan Diego y fray Juan permiten que hoy nuestro pueblo ame a Dios, crea en Jesucristo, se sienta amado por la virgen María, descubra que Dios tiene un proyecto para esta nación. Un proyecto de fraternidad, de hermandad. Solo en Dios, solo con María, podemos construir una comunidad de hermanos. Sin este ejemplo de humildad no se puede.

El que es orgulloso, presuntuoso, nunca va a encontrar al hermano. Siempre mirará hacia abajo. Solo el humilde tiene amigos, tiene hermanos, descubre la grandeza del amor a su mamá y el respeto que como hijo le debe a ella.

Que Dios los bendiga, y vamos a pedir mucho por nuestro país, porque todos queremos un mundo fraterno y en paz. Pero vamos a imitar esa pequeñez de la virgen María, esa pequeñez de san Juan Diego y la del primer obispo de la ciudad de México, fray Juan de Zumárraga. Que Monterrey, que esta parroquia respire siempre esta primicia evangélica que es la sencillez, la humildad. Que Dios los bendiga.

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