Miércoles de ceniza / Catedral Metropolitana de Monterrey / 14 de febrero del 2018
Hermanas y hermanos, gracias por venir a esta Catedral a celebrar conmigo este inicio de la Cuaresma a través de un signo que, aunque es exterior, la Iglesia nos pide que lo hagamos con un efecto interior.
Nos van a poner la ceniza sobre la cabeza, no en la frente, para que expresemos de ese modo el deseo de unirnos a toda la Iglesia en este camino hacia la Pascua, a celebrar el Misterio más grande de nuestra fe: que Cristo ha muerto y resucitado.
La ceniza nos permite hacerlo de modo adecuado. Porque la ceniza significa dos cosas. Primero, nos recuerda nuestra condición humana, “eres polvo y al polvo debes volver”. Eso nunca se nos puede olvidar.
Porque la maldad es resultado de la soberbia, pensar que uno es más de lo que realmente es. Uno es una creatura de Dios. no tiene uno por qué mirar a los demás con altanería, con presunción y orgullo. Porque, en resumidas cuentas, todos, sin excepción, somos iguales ante Dios.
Lo segundo, también la ceniza significa conversión. Por eso, el que nos pone la ceniza, nos dirá, “conviértete y cree en el Evangelio”. ¿Qué significa conversión? Voltear a ver. Si ahora ves de este modo, el Señor te pide girar tu mirada hacia otro lado.
¿Hacia dónde tenemos que convertirnos? Hacia Jesús, volver a mirarlo a Él, que Él y su Palabra sean el criterio de nuestro comportamiento y de nuestra vida.
El Papa Francisco, en su mensaje, nos propuso las palabras del Evangelio según san Mateo, en el que Cristo señala lo siguiente: en la medida que crece la maldad se enfría el amor. Palabras de nuestro Señor Jesucristo.
Hermanas y hermanos, seamos conscientes del efecto comunitario que tiene el pecado. No solo lastima a quien lo comete o a quien sufre las consecuencias de nuestro pecado, sino también lastimamos el ambiente de la comunidad. Es decir, se contagia lo que no es correcto.
Por eso dice el Papa, citando las palabras del Evangelio, “en la medida que crece la maldad se enfría el amor”. Es decir, las personas dejamos de creer en el amor y de vivir el mandamiento de la caridad.
Ustedes lo pueden ver en sus efectos sociales cómo crece el robo, el asesinato, cómo se hace daño, no solo a los demás, a los que están lejos, sino, incluso, a los de casa, papás que lastiman a sus hijos, que los golpean y los matan, esposos que golpean a su esposa y la dañan en su corazón.
Esa maldad recorre el ambiente y enfría en nosotros la caridad y el amor. Por eso la Iglesia nos propone como remedio a ese mal tres cosas sencillas que aparecieron en el Evangelio: oración, ayuno y limosna. Tres cosas que nos ayudan a convertir, es decir, a cambiar la mirada.
Primero, oración. Cuaresma es tiempo de rezar, de mirar a Dios, de pedirle perdón, de darle gracias y pedirle su ayuda. Es tiempo de hacer oración, como lo recomienda el Señor Jesús, “allá en el silencio de tu corazón”.
Nos pide ayuno, una práctica muy difícil en nuestro tiempo, porque a todos nos cuesta privarnos. Esta sociedad en la que vivimos es una sociedad que no quiere ningún límite, ninguna privación.
¿Por qué ayunamos los cristianos? Nosotros ayunamos por un motivo personal. Primero, para que el ayuno nos permita estar despiertos y atentos a Dios. Porque el exceso, así como daña físicamente, nos da sueño cuando comemos de más, así también cuando no practicamos el ayuno nos olvidamos de mirar a Dios.
Pero no solo eso. El ayuno se convierte en limosna. Yo me privo de comer algo para compartirlo con aquel que no tiene qué comer. Ese es el sentido del ayuno cristiano.
Porque ¿qué sentido tendría que hoy hiciéramos la privación de la carne, el ayuno, si nos damos un gran banquete a medio día? No tendría sentido, es el ayuno que se convierte en caridad.
Suena mal la palabra limosna. Hay personas que dicen “no me gusta esa palabra”. Tendrían razón, porque la palabra limosna ya casi significa, en la mayoría de la gente, dar lo que me sobra, el cinco que no quiero cargar en el bolsillo.
No, la palabra limosna viene del latín que significa “acto de misericordia”. Es cuando me duele ver que otro no tiene nada que no tiene qué comer y yo comparto lo que tengo.
Por eso, hermanas y hermanos, con mucha alegría, como nos pide Jesús, “cuando ayunen lávense la cara y pónganse perfume en la cabeza, para que la gente los vea alegres”.
Esas caras tristes de ayuno no son del cristianismo. Nosotros estamos de fiesta hoy, la fiesta de la caridad, la fiesta del amor. Porque ceniza significa reconocer mi pequeñez, pero también reconocer la grandeza de mi hermano y también es conversión, mirar a Dios.
No se olviden de lo que dice el Papa en su mensaje, tomado del Evangelio, “en la medida que aumenta la maldad se enfría el amor”.
Que Dios los bendiga y vamos con mucho entusiasmo a recorrer este camino de conversión de la Cuaresma para llegar, Dios mediante, a vivir, intensamente, nuestra Pascua, la muerte y resurrección del Señor.