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El testamento de nuestro Señor es el mismo que nos enseño el padre “Maco”

Misa exequial Pbro. Maximiliano Fernández / Casa sacerdotal / 13 de mayo del 2018

Hermanos y hermanas, gracias por venir a rezar juntos, a mirar con fe el Cielo. Gracias a ustedes, hermanas religiosas, hermanas y hermanos fieles laicos, hermanos sacerdotes, hermanos obispos.

Al celebrar la fiesta de la Ascensión, me acordé del ritual de la Pascua, cuando encendemos el cirio Pascual. Ahí decimos que Cristo es el principio y el fin, el alfa y la omega, el tiempo y la eternidad.

Y esa verdad nos acompaña a todos. Un tiempo, pero también una eternidad. La temporalidad de nuestra vida. Cristo aceptó, al hacerse hombre como nosotros, esta temporalidad. Físicamente no permaneció para siempre, se despidió. Les hizo un encargo a los apóstoles, “vayan y prediquen el Evangelio a toda creatura”.

Cuando uno es consciente de la brevedad del tiempo, cuando uno sabe que el paso por el mundo no es de estabilidad, también uno se preocupa del propio legado.

A los papás se les dice siempre, no solo hagan un testamento de las cosas materiales, sino también un testamento intangible, espiritual. Porque es deber nuestro entregar la estafeta, darles paso a otros.

Así lo quiso el Señor Jesús. Ascensión es tiempo de testamento. Jesús dice, “les conviene que yo me vaya porque les daré otro Consolador”. Pero, al mismo tiempo, nos hace una recomendación, “vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”.

Cristo Jesús quiso estar en medio de nosotros para siempre. Pero quiso hacerlo de modo sacramental, por su Palabra, por la Eucaristía, por sus sacerdotes, por la comunidad cristiana. Es esa la presencia de Cristo para nosotros.

Por eso hoy, al celebrar la misa por el eterno descanso del padre “Maco”, queremos hacer nuestro su testamento, el testamento de su vida, el testamento de su ministerio, de su sacerdocio, de la alegría de su fe.

No solo un recuerdo que puede borrar el tiempo, sino aceptar, como es parte de toda la tradición cristiana, que debemos darle continuidad a lo que Cristo nos encomendó, “prediquen el Evangelio”, “salgan vayan y prediquen el Evangelio”.

Cuando un sacerdote muere, recordamos el mandato de Cristo, “vayan por todo el mundo”. Hay que continuar esta labor evangelizadora. El Padre Maco ya hizo su parte. Nosotros todavía tenemos que seguir adelante anunciando a Cristo, conscientes de nuestro tiempo.

Pero también en la fe de la eternidad, no acaba todo aquí. Eso nos enseña la Ascensión de Cristo, no todo acaba con la historia terrena. Hay siempre eternidad. Dios es dueño del tiempo y de la eternidad.

Nos hace mucho bien orar por nuestros hermanos difuntos. Es una ocasión de profesar la fe en Dios, de pedirle a Cristo que yo crea que Tú eres el Tiempo, pero también eres la Eternidad, que eres Principio y Fin, Alfa y Omega.

Eso nos reúne hoy. Y por eso orar por nuestros hermanos difuntos es siempre oportunidad de santificarnos, porque nos recuerda que no estamos aquí para siempre, que todos tenemos que abandonar este mundo.

Dios sabe cuándo le toca a cada uno, lo único que es cierto que todos tenemos que despedirnos de este mundo. Pero con la conciencia de que Cristo es el dueño de la eternidad.

Por eso hoy le agradecemos a Dios la vida del padre Maco, su entrega, su alegría, su espíritu siempre positivo, siempre mirando la vida con buen espíritu, con amabilidad, con cercanía.

Por eso le agradecemos a Dios. A él ya lo llamó, nosotros esperamos nuestra cita, que nadie sabe ni el día ni la hora. Qué bueno que así quiso el Señor.

Oyeron en la primera lectura, cuando dice el Señor, “nadie sabe”. Eso es cosa de Dios. Pero esa espera lo hace muy interesante, porque hay que apurarle, hay que entrar en camino de conversión. El tiempo es breve.

Hoy decía san Pablo, “sean amables, buenas personas, estén unidos por el lazo del amor, porque hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo”. No hay tiempo para pelear, sólo tiempo para amar.

Al recordar nuestra temporalidad, entendemos, en buen sentido, que el tiempo es oro, que vale la pena cada minuto, cada segundo, entregado a Dios.

Que el Señor nos regale siempre el don de la fe. Y hoy, con mucha esperanza, encomendamos al padre “Maco” a Dios. Él, como ustedes y yo, cometió errores y tuvo pescados.

Pero también sabemos que quiso agradarle a Dios, que hizo lo mejor que podía. Que esto es lo único que nos pide el Señor, “haz lo mejor que puedas”.

El papa Francisco, ahora en la exhortación sobre la santidad, decía, “santidad no es perfección, es caminar, es seguir a Jesús con lo que podemos, con nuestros defectos, con nuestros errores, pero el amor lo puede todo”.

Que Dios bendiga al padre Maco, que no mire sus errores, que mire su cariño, su amor a Cristo y su amor a la Iglesia; y que a nosotros, que aún caminamos en este mundo, nos permita ser conscientes de la brevedad del tiempo.

Y hay que ponerle muchas ganas, ser buenos, ser amables. Amar, no hay tiempo para otra cosa, solo para amar. Que Dios nos bendiga.

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