Boda Diana y Juan José / Catedral de Monterrey / 27 de octubre del 2017
Hermanas y hermanos, amigos y familiares de Diana y Juan José: todos venimos contentos a acompañarlos en este momento tan trascendente, la hora más importante de su vida. Delante del ministro de la Iglesia, delante de la comunidad y, de modo invisible, aunque sacramentalmente presente, delante de Dios.
Quiero animarlos a iniciar esta bella experiencia del matrimonio siguiendo las huellas de muchos que antes que ustedes. Muchos pudieron recorrer esta ruta del amor. Hay que hacerlo de acuerdo a lo que tantos matrimonios con experiencia han podido encontrar para poder llevar en plenitud esta realidad tan bella que ha regalado el Señor a los seres humanos.
Quiero fijarme en cuatro recomendaciones que nos da la Palabra del Señor. Todo debe comenzar con una bendición ¡Bendito sea el Señor! cuando la vida de una persona y, sobretodo, la vida de los esposos, parte siempre de esa experiencia tan importante de bendecir a Dios, de hablar bien de Dios, a partir de eso se abre un horizonte tan bello y positivo en la vida.
San Juan Pablo II supo que para que haya unidad se tiene que comenzar viendo lo positivo. ¿Cómo? Bendiciendo, hablando bien. ¿De quién? Primero de Dios. Si queremos que del Cielo baje una bendición para ustedes, también debe de subir al Cielo su propia bendición.
Escucharon cómo Tobías y Sara, el día de su matrimonio, comenzaron todo bendiciendo a Dios, poniendo a Dios en el centro de su vida (cfr. Tob 8, 5). Ustedes, al pedir la celebración Eucarística y querer celebrar el matrimonio religioso, han puesto al centro de todo a Dios nuestro Señor. Primero, bendecir. Que nunca se les olvide bendecir al Señor.
Lo segundo que el Señor les recomienda es saber decir “amén”. Cuando terminaron la oración Tobías y Sara ambos dijeron “amén, amén” (v. 8), es decir, estamos de acuerdo. Estamos concordes en el mismo sentimiento y en la misma decisión. Ustedes en un rato van a manifestar ante la comunidad y ante Dios su “amén”. Están de acuerdo en vivir hasta que la muerte los separe.
Por eso decimos “amén” en los momentos más espirituales. Cuando uno recibe la sagrada Comunión, le dice el sacerdote “el Cuerpo de Cristo” y usted responde, “amén”, que significa “estoy de acuerdo, acepto, creo”. Ustedes van a hacer el “amén” más solemne de su vida. Van a decirse “sí” en el nombre de Dios
Nos asociamos al “amén” de Jesús. Por eso Él recibe el título de “el amén” (cfr. Ap 3, 14). Cristo es “amén”. Cuando a la Virgen María el Señor la llama a compartir con ella el misterio de salvación ella responde “hágase” (cfr. Lc 1, 38).
El apóstol san Pablo, en la segunda lectura (cfr. 1 Cor 13), dibujó con una imagen lo que es el matrimonio. Este es el mejor camino de todos los caminos, es la mejor manera de vivir aquí en el mundo amándose mutuamente.
Pero también señaló las características que tiene el amor. Una de ellas es que “el que ama soporta sin límites, cree sin límites, sin límites”. Entra a la esfera de la divinidad, eso que nosotros, humanamente, no podemos alcanzar. Por eso nos ponemos en manos de Jesús. Él es amor y todo el que quiere amar debe aprender de él. En su casa tendrán un crucifico para recordar hasta dónde llega el amor, hasta dar la vida por el otro. Es el mejor camino de todos: dar la vida.
Al final, en el Evangelio, Jesús dice una cosa importantísima: a partir de hoy son una sola carne (cfr. Mt 19, 6). Es el Misterio que celebramos, es la unidad vital entre los dos. De manera que lo que Dios unió ya nadie puede separar. Hoy le pedimos al Señor que vivan en plenitud esta unidad.
Así es que, Diana y Juan José, no olviden bendecir a Dios, saber decir “amén”, saber que es el mejor camino y no hay otro, y el fruto de ese “amén” es que ustedes dos a partir de hoy son uno solo.
El Señor quiere que ustedes lo hagan presente en el mundo. Por eso, los miro con reverencia. El esposo representa a Jesús, y la esposa representa a la Iglesia. Son sacramento, son señal de que Dios existe y ama. Que Dios bendiga su camino.