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El Hospital Materno Infantil es un verdadero santuario donde se encuentra Jesús

Misa Hospital Materno Infantil / 30 de mayo del 2018

Gracias por acompañarnos en esta Eucaristía, a ustedes mamás, a quienes sirven en este hospital, a las autoridades de salud de nuestro Estado. Gracias a todos por venir a celebrar con nosotros. Gracias a mis hermanos sacerdotes y obispos porque compartieron conmigo esta iniciativa de visitar a los niños de este hospital.

Sería demasiado ambicioso dar tantas razones por las cuales venimos. Queremos hacerlo, primero, con la oración. Ustedes y yo tenemos que creer en el poder de la oración. Pero la oración que va acompañada por la ternura, por la dedicación, por el profesionalismo y la entrega.

Siempre nos ayuda mucho la experiencia de los santos que supieron compaginar la parte espiritual y la parte humana.

Por ejemplo, san Benito insistía en dos principios ora y trabaja. Porque la oración te dará fuerza para entregarte en tu servicio, pero también el trabajo te permitirá expresar de modo concreto el amor.

Ayer domingo oímos aquellas palabras del apóstol san Juan, “amemos, no solo de palabra, sino con los hechos”. Siempre tenemos que ir compaginando estas dos realidades. Y también siempre hacerlo en ese bajo perfil que debe hacerlo todo creyente.

Oyeron en la lectura la historia de Pablo y Bernabé. Cuando curaron un enfermo, la gente, entusiasmada, creía que eran Dioses y querían ofrecer un sacrificio. Creyeron que había una manifestación especial de la divinidad. ¿Qué cosa dijeron Pablo y Bernabé? Nosotros somos seres humanos, no tenemos el poder divino.

Siempre es bueno estar pisando la realidad de lo que somos. Nosotros somos humanos necesitados de la ayuda de Dios. Pero quien tiene que llevarse la alabanza, es el Señor.

Nosotros no somos los más importantes. Esto nos ayuda a ejercer nuestro servicio, nuestro trabajo, nuestra misión, con mucha humildad.

Se fijaron cuando Judas, no el Iscariote, sino san Judas Tadeo, le pregunta a Jesús, “¿Por qué a ellos el Señor se manifiesta y no a toda la gente?” Y le dice, “el que me ama estará conmigo”.

Las cosas del amor no requieren aplausos, no requieren reconocimientos. Son simplemente realidades sentidas.

Ustedes que sirven a niñas y niños, saben que no buscan el honor, el aplauso, el reconocimiento, sino el bien de la persona, el bien del niño, el bien de la niña. Esa es la mayor satisfacción.

Cuánto gusto les da a ustedes cuando logran superar una situación difícil de salud, como también cuando comparten el dolor de las familias cuando no es posible encontrar una solución.

Uno qué quisiera que todos siempre terminara exitósamente. Quién no quiere ver a los niños sanos y salvos. Pero no siempre es posible. A uno le toca pedirle a Dios, pero también hacer lo que a uno le corresponde.

Quiero animarlos a ustedes, a las enfermeras, a los médicos, a todos los que sirven en este hospital, a hacerlo todo por amor. No puede haber otra razón válida, ningún otro motivo para hacerlo. Solo el cariño y el amor que cada niño, cada niña, merecen.

Hoy la Palabra de Dios va en este tono, ponernos siempre en la perspectiva humana. Mirar a Dios y cumplir nuestra obligación.

Es así como llevamos adelante las tareas que cada uno tiene según su estado, ustedes y nosotros los sacerdotes. Hemos venido aquí con el único motivo de manifestar y sentir con los niños lo que hoy a la sociedad le preocupa.

Quisiéramos cobertura universal de salud, pero también sabemos que no es posible, pero que tiene que ser siempre el ideal, siempre tiene que ser nuestro objetivo.

Aquí en este hospital pasan muchos niños y muchas niñas que tienen que ser atendidos como tiene que ser, y que yo sé que este hospital está en un gran nivel de atención a los niños y a las niñas, que, gracias a Dios, no hay desinterés y no hay error querido o por descuido. Sino que este hospital se preocupa mucho por los niños y niñas.

Como dijo Pablo y Bernabé, “no somos dioses, somos humanos”. Pero, en medio de esa limitándote que tenemos como seres humanos, hay que hacerlo todo para que Dios, de manera sorpresiva y, como lo hace frecuentemente, milagrosa, intervenga, cuando Él lo considere oportuno, darle la salud a los niños y niñas.

Nosotros tenemos que hacer todo lo que está de nuestra parte y Dios hará según convenga lo que sea para bien de cada familia. Nosotros quisiéramos salud total, pero no siempre es posible y no depende de nosotros.

Así que, con mucho respeto a su tarea, que siempre admiro, vamos a pedir a Dios por los niños, las familias, por ustedes, los médicos, las enfermeras, las autoridades, para que, desde el punto de vista humano se haga siempre lo mejor. Pero también queremos pedirle a Dios que los mantenga con el ánimo, con la fuerza, con el ánimo para que, no obstante, las horas numerosas de trabajo, ustedes tengan tanto la fuerza física, como la fuerza espiritual para llevar adelante su servicio.

Hemos venido por ese motivo para darles nuestro reconocimiento y oración, pero también para manifestar lo que tiene que ser cada niño. Porque este es un verdadero santuario de la vida. Aquí está Jesús presente en cada niño y niña. Y cuando entramos a un hospital, sobre todo a uno que atiende a niños, tenemos que reconocer la presencia misma del Señor.

Que Dios los bendiga y gracias por permitirnos a entrar aquí en este hospital al cual siempre queremos servir lo mejor que podamos. Ustedes saben que nos rebasa, a nosotros los sacerdotes, todos los hospitales que hay en Monterrey. Pero estamos tratando de corresponder responsablemente.

El padre César es el responsable de coordinarnos en toda la Arquidiócesis, y aquí el párroco de san Rafael, el padre Rogelio hace lo que él puede para acompañarlos en este hospital.

Nosotros, los obispos, lo queremos hacer para animar a nuestros sacerdotes a no descuidar la atención a los enfermos, que siempre parece ser que nos rebasa, pero siempre estamos tratando de no olvidarnos de este deber. Por eso cada año recorremos algunos hospitales. Siempre tratamos de animar el cariño y el respeto hacia los enfermos.

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