Misa Bienhechores de la Arquidiócesis de Monterrey / Capilla Los Arcángeles, Parroquia y Santuario de nuestra Señora de Fátima / 20 de marzo del 2018
Hermanas y hermanos, me da mucho gusto repetir cada año este encuentro Eucarístico para agradecerles lo que hacen por nuestra Iglesia de Monterrey, y que, providencialmente, es por estas fechas de marzo, unos días muy cercanos a la Semana Santa.
Nos ha tocado en esta semana de la Pasión. Los que son más cercanos a mi edad, recordarán que en esta semana se cubrían todas las imágenes de los santos, de la Virgen, y lo único que quedaba al descubierto era el Crucificado, como una medida pedagógica para el pueblo.
Es tiempo de mirar la Cruz de Cristo y de tratar de comprender en la fe qué significa este hecho, tan difícil para todo ser humano aceptarlo.
Porque a nadie le gusta la Cruz, es decir, ni podemos ni queremos sufrir. Ante la Cruz de Cristo las reacciones humanas son distintas. No hace mucho oímos al apóstol san Pablo decir que Cristo Crucificado es vergüenza y locura.
Un judío que ve al Crucificado dice, “eso es una tontería”. Si lo ve un griego dice, “esto es una locura”, no tiene sentido. Pero dice el apóstol, “para los que creen ahí está la sabiduría y la fortaleza de Dios”. Qué difícil llegar a esa conclusión.
Pero hoy la Palabra de Dios nos habla de otra reacción frente al Crucificado: la murmuración. El sufrimiento provoca, como reacción humana, la murmuración.
La murmuración es ese sentimiento profundo de inconformidad, de insatisfacción y de rebelión sometida internamente, un coraje contra la vida. El pueblo de Israel, cuando inicia su travesía por el desierto, murmura, se enoja, se fastidia, no entiende, lleva en su corazón un enojo contra Moisés y Aarón, y contra Dios. Inclusive, uno de los lugares que recorren se llamará “el lugar de la murmuración”
Como cuando Adán y Eva murmuraban, cuando la serpiente les dice que van a morir, que no son conocedores de la inmoralidad, ni son dueños para decidir qué cosa es buena y qué cosa es mala, que hay alguien que dice “esta es la bondad y esta es la maldad”, se rebelan. El diablo les sugiere una interpretación de la vida. Creen que, si hacen lo que él les dice, será bueno, les irá bien.
Por eso hoy, cuando oímos, tanto en el libro de los Números, la murmuración de Israel, dice que cuando murmuraron aparecieron serpientes venenosas que les mordían y morían.
El Señor le dijo a Moisés, “en un palo pon una serpiente de bronce y aquel que la vea no morirá”. Fíjense qué interesante, Jesús también le dijo a sus discípulos, “el que quiera seguirme que tome su Cruz de cada día, que renuncie a sí mismo, y me siga.
Esto es el cristianismo, el cristianismo nunca niega la bondad del dolor y de los problemas. El cristianismo nunca ha querido ser paliativo. Inclusive, ante las ideologías que critican la religión como un opio, el cristianismo nunca lo ha planteado de ese modo, nunca te ha dicho que te enajenes de la vida y te olvides de los problemas que tienes.
Por eso el viernes santo, besamos la Cruz de Cristo, porque, al mismo tiempo, estamos aceptando y tomando en nuestras manos nuestra vida con todo lo que eso significa.
Murmurar nunca resuelve nada. Por más que te rebeles, por más que quieras otra historia, no existe otra que la que tienes. Es la única historia que tenemos que llevar adelante con Dios, con Él.
Por eso dijo Jesús, “aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontrarán paz en sus almas; mi yugo es suave y mi carga ligera”. A veces, se va por la vida fastidiado, enojado, murmurando, y no resuelves nada.
El Señor nos invita a hacer nuestra nuestra cruz y el dolor para caminar y para transformarnos. Cuando oyeron hablar de la serpiente en el mástil, han visto el escudo de los médicos. La homeopatía es curar una enfermedad con lo mismo que la provoca. Así se hacen las vacunas.
Fíjense, qué interesante. Hasta la medicina nos dice que las cosas se curan con aquello mismo que las provoca. La cruz y el dolor se curan con la Cruz y el dolor de Cristo. Ni olvidarla ni haciéndola a un lado, sino, asumiéndola.
Por eso Jesús dice al final, “cuando yo sea levantado sabrán que Yo Soy”. Fíjense, qué contradicción, que el crucificado, el derrotado es el victorioso y es Dios.
Cuando lo humano llega a su mínima apreciación, como lo dirá san Pablo en la carta a los filipenses, “se anonadó”, se hizo el ultimo, murió como delincuente aquel que nadie, ni siquiera, lo saluda ni lo ve para no quemarse. Los discípulos huyen todos porque temen que les pase lo mismo.
El delincuente es el inocente, el derrotado es el victorioso, el hombre hasta lo más profundo de su dignidad destruida es Dios, es el Hijo de Dios.
Esta es la pedagogía de la Iglesia, y por eso en esta semana de la Pasión tratamos de entender este acertijo, porque no deja de ser siempre una pregunta difícil de responder y, sobretodo, responder la de nuestras propias vidas. Dice el Señor Jesús que, aquel que crea, tendrá curación, tendrá vida.
Quiero invitarles a vivir intensamente este tiempo de la Pascua, a responder esta pregunta cada uno, pedirle a Jesús llevar adelante su propia vida.
¿Quién no tiene problemas? No andamos todo el día en alfombra roja, siempre hay dificultades reales, imaginarias o sentidas. Porque hasta la objetividad perdemos.
A mí me llama la atención, en este año de los jóvenes, que lo que más les hace sufrir a los jóvenes es la soledad. Si hoy algo tenemos todos los días es que andamos juntos. Sin embargo, el sentimiento de soledad es real. Los problemas imaginarios son peores porque no tienen solución tan rápida. Cuando son reales y objetivos hay que resolverlos y ya. Pero cuando son imaginados, sentidos, qué complicado salir adelante.
Por eso yo les invito en esta semana santa a responder esta cuestión: ¿cuál es mi cruz y cómo busco hacerla mía y resolverla? Tenemos el ejemplo de Cristo, el Hijo de Dios.
Recordemos lo que dijo el autor de la carta a los Hebreos, “Él aprendió a obedecer padeciendo”. Cuando las cosas son cómodas y agradables qué fácil es obedecer, pero Él aprendió a obedecer padeciendo. Por eso nunca dejen de mirar la cruz de Cristo, aquél que la vea tendrá vida. “Cuando yo sea levantado atraeré a todos hacia mí, sabrán que Yo Soy”.