XL aniversario sacerdotal Pbro. Héctor Villarreal / Parroquia Sagrada Familia, san Nicolás / 28 de junio del 2018
Estimados hermanas y hermanos, fieles de esta comunidad parroquial, familiares, amigos, hermanos sacerdotes, hermano obispo. Padre Héctor Juan, todos nos sentimos amigos tuyos y te venimos a acompañar en este agradecimiento al Señor por los cuarenta años de vida sacerdotal.
Quiero que juntos escuchemos el mensaje de la Palabra de Dios. Tres cosas me llaman la atención de la Palabra que hemos oído.
La primera, “no tengas miedo porque yo estoy contigo para protegerte”. Palabras que Dios reitera siempre a cada persona que llama a su servicio.
Así lo dijo a muchos profetas, “no tengas miedo”. Así le dijo a la Virgen María, “no temas, María”. Así le dijo a san José. Así les dijo a todos sus apóstoles, “no tengan miedo”.
A nosotros también el Señor nos ha dicho y nos lo repite en cada momento de nuestra vida, “no tengas miedo”. El Señor conoce nuestro corazón, conoce nuestra fragilidad, conoce nuestros miedos y nuestros temores.
El Señor no se cansa de decirnos “no tengas miedo”. Y nos da la razón: “porque yo estoy contigo para protegerte”. Esta segunda parte de lo que dice el Señor es bellísima, “estoy contigo para protegerte”.
El Señor promete su presencia. No nos dice nada mas “no tengas miedo”. Él complementa, “no tengas miedo porque yo estoy contigo”.
Nos resuena este salmo del pastor, “aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque tú estás conmigo, tu vara y tu callado me dan seguridad”. Esas palabras nos alientan y estamos seguros de que en estos cuarenta años Dios ha demostrado que está contigo y te ha protegido.
El segundo pensamiento de lo que dice san Pablo, “llevamos un tesoro en vasijas de barro para que quede muy claro que la fuerza que hay en nosotros, no proviene de nosotros, sino que proviene de Dios”.
Esto es bien importante. El Señor nos ha acompañado, ha estado de nuestra parte. Pero también nos ha hecho sentir nuestra fragilidad, nos ha hecho descubrir que somos de barro, que tenemos la gracia de estado.
El Señor nos regala gracias especiales a nosotros los sacerdotes, a nosotros los obispos. Claramente vemos que lo que nosotros hacemos va más allá de lo que humanamente nosotros pudiéramos alcanzar y lograr.
Porque lo que realizamos es de Dios, lo que hacemos por ustedes es de Dios. Si fuera una obra humana ya se hubiera acabado. Pero es obra de Dios. Es la gracia de estado que el Señor nos ha regalado y nos sorprende siempre cada día.
Yo no podía hacer esto, yo no podía hacer aquello, pero el Señor me empujó, el Señor me dio la gracia para hacerlo. Esta es siempre la gracia de estado.
Estamos en esto porque el Señor nos llamó. Porque nos dijo, “adelante”. Esa gracia de estado que va más allá de lo que uno puede y sabe hacer. El padre Héctor puede dar testimonio de que Dios hace las cosas bien a pesar de nosotros, de nuestros límites, de nuestra pequeñez.
Somos en verdad vasijas de barro que se rompen con una facilidad, pero que el Señor reconstruye continuamente y hace milagros. Porque el sacerdote hace milagros. No por él, son los milagros que vienen de Dios.
Todos los días hacemos milagros, el milagro mayor de la Eucaristía, que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que tus pecados sean perdonados por gracia de Dios. Esos milagros no provienen de nosotros, sino provienen de Dios. Es la gracia de estado. Esos dones, gracias a Él, no dependen de nosotros.
Lo tercero que quiero decir y que va en relación a la primera lectura, dice “el buen pastor no huye”. Uno tiene miedo, pero no debe huir. El que huye ya no puede resolver nada, ya no puede hacer nada.
El buen pastor da la vida, se atreve, tiene miedo, pero permanece ahí, confía en Dios, sabe que Él estará de su parte. Cuando uno lee las actas de los mártires uno se queda sorprendido de lo que ellos dicen, el miedo que tenían a morir, pero no huyeron, enfrentaron el reto y Dios estuvo con ellos.
El pastor no huye, tiene miedo, pero no huye. Y esto por gracia de Dios. Por eso el Señor nos llama a dar la vida en esta sencillez, en esta cotidianeidad.
El Señor nos tiene esa tarea del martirio cotidiano, de la entrega de la sencillez en la vida, de sentarnos a confesar, de tener paciencia para escuchar, de aguantar las injurias, de tener ánimo de anunciar a Jesucristo.
Eso es dar la vida, entregarla todos los días. El buen pastor no huye, enfrenta, reconoce sus miedos y sus temores, pero sabe lo que Dios dice, “no tengas miedo yo estoy contigo para protegerte”.
Padre Héctor nos da mucho gusto de celebrar contigo cuarenta años de lucha sacerdotal, de superación del miedo, de no huir, de ser fiel, de ser pequeño, de ser de barro, pero también, al mismo tiempo, de tener la fortaleza divina, de tener la gracia de estado. Dios te concede hacer milagros y estos milagros provienen de Él, no de nosotros.
Pero qué afortunados que Dios se valga de nosotros para hacer tanto bien a su pueblo. Y que ojalá que el ser transmisores de la gracia de Dios nos deje a nosotros también todas las bellezas y grandezas de Dios. Que el Señor nos bendiga a todos y, de modo especial, al padre Héctor Juan. Felicidades.