Misa Seminario Mayor de Monterrey / 20 de marzo del 2018
Estimados seminaristas, quise venir a celebrar con ustedes, en esta semana que. Tradicionalmente. se llama, “Semana de la Pasión del Señor”.
Allá, cuando era niño, al menos esta semana se cubrían todas las imágenes de la Iglesia, y solo se dejaba al descubierto el Crucificado, como una manera de decirle al pueblo que había que centrar la mirada en Jesús. Se tapaba las imágenes de las Virgen y de los Santos. Solo la mirada enfocada en Jesús.
Y, de hecho, toda la dinámica de la Palabra de Dios, está en ese sentido, brillan esas palabras del Evangelio de san Juan, “cuando yo sea levantado, todos serán atraídos hacia mí”.
Hoy, oímos una enseñanza muy importante, que tiene que ver con la homeopatía. Qué buen descubrimiento hicieron los médicos que las enfermedades más graves, se curan con lo mismo que las provocan.
Es decir, los virus, aquello que mata, bien dosificado, se convierten en salud. De hecho, las vacunas, son el resultado de ese procedimiento. La sabiduría popular así lo experimentó.
Por eso la serpiente, el animal más venenoso, se convierte en figura de salud. Por eso, en el símbolo de la medicina aparece esa serpiente. Lo más venenoso se convierte en salud.
Y hoy, en el Antiguo Testamento, oímos el relato de las serpientes, que no cabe duda que evoca a aquel acontecimiento original, cuando Adán y Eva fueron vencidos por la serpiente.
La murmuración de la que habla hoy la Palabra del Señor, es eco de aquella primera murmuración, la murmuración de Adán y Eva.
¿Qué es la murmuración? Es esa insatisfacción, ese fastidio con la propia historia, es querer para uno una historia distinta a la que le toca vivir. En cierta medida, es una enajenación de la vida.
Murmura Israel porque no tiene todo aquello que cree que deber tener y se molesta. Habla contra Moisés y contra Aarón, y habla contra Dios. No es otra cosa que la repetición histórica de lo que hicieron Adán y Eva. Así se sembró en la historia el mal y el veneno.
Pero, Dios también quiso curarnos con aquello mismo que nos mata. Por eso le dijo a Israel, “pon en un mástil una serpiente y a aquel que la vea será curado”.
El objeto mismo del mal se convierte en una historia de bien. Por eso, en uno de los prefacios de la misa dice que “aquel que fue en un árbol vencido, ahora vence en el mismo árbol”.
Y ese es el significado de la Cruz de Cristo. La Cruz es siempre Muerte, es siempre destrucción, limitación, fragilidad, es objeto de tortura. Y Cristo quiso que eso que es Muerte, como el veneno de una serpiente, se convierta en signo de vida. Dice Él, “cuando yo sea levantado entonces ustedes sabrán que Yo Soy”.
Fíjense el contraste. Lo que es humillación, lo que es derrota, se convierte en victoria. Lo que pone al ser humano en el límite más bajo, porque es declarado culpable, porque es declarado delincuente, ahí mismo en la Cruz se manifiesta la grandeza de Dios, ahí Jesús es Dios, “Yo Soy”. En la Cruz Jesús es “Yo Soy”.
De esa manera lo que es destructivo se hace curativo. Lo que es fuerte se convierte en vida. Lo que hace bajar al hombre a la categoría ínfima social se convierte en la exaltación de la debilidad.
Todo esto ¿qué nos dice, a ustedes y a mí que estamos por celebrar nuevamente la Pascua del Señor y qué es lo que vamos a hacer la semana próxima?
La liturgia es una pedagogía para hacer propio un acontecimiento tan grande del pasado. Es la actualización del hecho histórico de la Muerte y Resurrección del Señor.
Pero para que sea real, actual, solo es posible en la fe, cuando nosotros entendemos y vivimos cómo realizamos hoy aquel hecho de más o menos 2000 años.
Nuestra Iglesia en México empieza a prepararse para los 2000 años de la redención, de la Resurrección, de la Ascensión y del acontecimiento de Pentecostés.
En el proyecto de pastoral de la CEM hemos puesto, como una señal histórica, el año 31 que serán los 500 años del acontecimiento guadalupano, las apariciones, y el año 33, 2000 mil años de la redención.
De esa manera nosotros actualizamos el misterio. Por eso les animo a vivir con la comunidad este misterio de la fe, a vivir con alegría sin murmurar, sin criticar a Dios, viendo positivamente su propia vida, su propia historia, con todos los límites que tiene la historia de cada uno. No quieran ser otro, no quieran la vida de otro modo. Hay que seguir los pasos de Jesús.
Satanás, la serpiente venenosa, lo que quiso fue renegar del presente en un supuesto futuro o en un imaginativo histórico diferente para las personas. Y no es así.
La liturgia nos hace tomar en la mano nuestra propia historia y vivirla de esa manera con Jesús y con el pueblo de Dios.
Así es que, con mucho ánimo, con mucha alegría, y no con menos esfuerzo, hay que vivir la fiesta de Pascua, esa fiesta que siempre nos muestra las caras de la misma medalla, la Muerte y la Resurrección, la esclavitud y la libertad, la caída y la exaltación.
De ese modo también nosotros podemos hacer nuestra propia Pascua. También vamos a poder subir de lo profundo del pecado a la grandeza de la gracia de Dios.
Vamos a ir con gusto a las parroquias, a las comunidades. El pueblo espera ser redimido por la Sangre de Cristo. Y la mejor manera de transmitirles esta certeza, esta fe en el Resucitado, es que los vean a ustedes convencidos y contentos atrapando cada uno su propia historia.