Encuentro vida consagrada / 21 de noviembre del 2017
Estimadas hermanas y hermanos: primero, quiero agradecerles que, en este fin de semana de descanso, ustedes se reúnan para trabajar. Les agradezco que sacrifiquen un día de descanso, que pudieran tener cosas que hacer y aceptan venir a encontrarse.
Segundo, quisiera agradecer a las hermanas que regresan a Monterrey. Esta es su casa, es la casa de todos, y ojalá se sientan siempre muy bien recibidas, animadas y realizadas en la vocación que el Señor les ha regalado. Esta Iglesia de Monterrey que, como todas las Iglesias del mundo, quiere caminar, seguir adelante, y que, en medio de la zozobra, de la incertidumbre que provoca la historia, queremos tener luz, queremos que Jesús sane nuestra ceguera para poder caminar.
Al oír la primera lectura, de los Macabeos (1 Mac 1, 10-15.41-43.54-57.62-64), habla de un cambio en la vida de la gente. Oyeron la historia de Israel. De repente, hay un cambio que no logran asimilar, ese cruce de culturas tan distintas, tan opuestas: la cultura judía y la grecorromana. Se cruzan esas dos culturas, generando una problemática muy difícil que tiene tres notas características: la apostasía, la idolatría y la pérdida del sentido ético de la vida. Tres cosas que van siempre emparentadas.
Cuando decae la vida de fe, cuando se da la apostasía, cuando la gente decide retirarse, viene la primera factura que se paga, se pierde el sentido ético y moral de la vida. El Papa Benedicto XVI nos habló de la apostasía silenciosa, es decir, la gente se aleja sin discutir, simplemente, se va. Nos dicen en silencio que no están de acuerdo.
Pero las cosas no quedan ahí. Cuando uno decide dar un paso hacia atrás, viene una segunda problemática, porque el ser humano necesita manifestar su relación con Dios, correcta o equivocada, es decir, la mirada se desplaza y se encuentran otros ídolos. Otra mirada que atrae es la idolatría, el cautivo de otras realidades que atrapan al ser humano.
Hay tres ídolos: el poder, el dinero y el placer. Para allá se desplaza el corazón. Solo en la fe uno acepta límites. Solo si ama a Dios puede aceptar límites, como ustedes que aceptan vivir bajo los votos de pobreza, castidad y obediencia. Es un límite, pero que tiene que encontrar un cauce positivo. No solo es un “no”, sino un “sí”. Es el “no” al poder, al dinero y al sexo. Es darle un mirar positivo, porque si uno se queda en la negación queda fastidiado.
Porque solo el que cree puede establecer cauces, pone un límite. Como el agua, si quieren poner un cauce, tienen que poner en ambos lados un muro para que corra el agua. Así son las realidades humanas, no se desaparecen, se contienen y se orientan.
Ustedes no pueden borrar de su vida el deseo de tener dinero, ese deseo lo tenemos. ¿A quién no le gusta comprar cosas? Tampoco podemos desaparecer nuestros deseos sexuales, esos no desaparecen, son parte de nuestra naturaleza. Lo mismo cuando cuidamos nuestro valor, nuestro lugar en la sociedad, en la comunidad, deseamos estar arriba. A nadie le gusta estar abajo, por eso, en la comunidad nos peleamos por definir quién es la superiora, porque es parte de nuestra naturaleza.
Pero, delante de Jesús podemos darle un cauce. El dinero se acepta compartirlo; en la sexualidad, acepto convivir, llevando una vida pura y santa; si tengo deseos de sobresalir positivamente, comparto, convivo, me uno a la actividad, que no es de la superiora, sino que colaboras con la superiora. Es así como nosotros vamos dándole cauce, si no, el cambio de época nos hace dar un paso atrás.
La apostasía puede ocurrir en la vida comunitaria, cuando empiezo a tener una actitud interior que me hace salir de la comunidad, me auto-excomulgo. Por eso es importante mantener el atractivo de la fe, para no caer seducido por los ídolos. Pero no todo queda ahí, viene el golpe mortal: Cuando se vive conforme al mundo y uno acepta vivir al margen de la ley de Dios.
Se fijaron en la historia de los macabeos. Rompieron las leyes y las quemaron, es decir, un acto externo y claro de no caminar según Dios. Hoy no lo hacemos, pero este es el paso último, el paso mortal, cuando la ley de Dios no es parte de nuestras vidas.
Vean cómo está nuestro país: violencia, robos y asesinatos. Es una suma de las cosas contrarias a la ley de Dios, es un rompimiento ético. Aunque no rompamos físicamente la ley, hay un rompimiento de la ley de Dios, y nosotros que estamos cerca de las cosas de Dios debemos tener mucho cuidado. Es el punto extremo, cuando a uno le vale lo que Dios manda.
Como Jesús, salimos al camino (Lc 18, 35-43). Encerrados no vamos a hacer nada, ni por nosotros ni por los demás. Este éxodo tiene que ser real, y no es de andar callejero, sin rumbo. Lo dije en una de mis cartas pastorales, una cosa es ser caminantes y otra es ser errantes. Salimos de nosotros mismos. En el plan de pastoral tocamos la centralidad de la persona, la familia, la comunidad y la sociedad.
Pídanle a Dios por su vocación, por la fidelidad a Cristo, a la Iglesia, a la gente. Su consagración no solo es consagrarse a Dios, es consagrarse al pueblo de Dios. Por eso, tenemos que conjuntar esa doble fidelidad: a Dios y al pueblo. Cada uno en el servicio que tiene que prestar.
Muy agradecido porque aceptan vivir en Monterrey. Espero que no se quieran ir. Si las cambian, háganlo con gusto. Disfruten de su estancia en esta Iglesia diocesana. Si uno se siente bien, todo lo van a ver bien.
No dejen de rezar mucho por nuestra Iglesia y por la sociedad. Hay que buscar caminos, no sabemos de dónde empezar. Dijo el Papa Benedicto XVI, la Iglesia está en una encrucijada y tiene que pedir la luz del Espíritu Santo, el milagro para ver con claridad hacia dónde hay que ir. Hay que oírnos, hay que escucharnos, porque sé que ustedes siempre tienen una palabra oportuna.
Muchas gracias. Con mucho ánimo vamos a trabajar. Entréguense a la misión que han recibido, pongan todo el corazón, hagan a un lado todos esos pensamientos, esas actitudes que no dejan vivir en comunidad. Y ¡ánimo! Porque Dios está con nosotros, porque el camino que tenemos por delante es exigente.
Gracias y animen a sus hermanas en su casa a redoblar esfuerzos, porque este momento no es para cruzarse de brazos. Dios sabe por qué nos toca vivir en este momento que parece medio de invierno y medio de otoño, que no hay vocaciones, que las escuelas tiene problemas, pero contamos con la certeza que Dios está con nosotros y que Él camina y que, en el camino, el Señor nos encuentra. Jesús iba de camino y el ciego grita, “¡ten compasión de mí”. Hoy la Iglesia tiene que decir, ¡ten compasión de nosotros!